El subtítulo del libro de Walter Romero es engañoso o, al menos, peca de modestia. En efecto, “Formas de leer a Proust. Una introducción a En busca del tiempo perdido” supera airosamente un enorme desafío que haría fracasar al más prestigioso académico: condensar en un texto breve un análisis creativo y riguroso del monumento literario francés más importante del siglo XX excediendo lo meramente introductorio.

Si trascender la presentación es uno de sus mayores aciertos, el otro es brindar un texto valioso y accesible tanto para noveles como para especializados en la obra proustiana. Al finalizar las doscientas tres páginas propuestas por el autor, los primeros se encontrarán con un pertinente resumen de los temas principales de “En busca del tiempo perdido”, difícilmente puedan sustraerse al encanto y querrán acudir inmediatamente a esta novela admirable. A su vez, los doctos se encontrarán con un prolífico y original marco teórico -que va desde Sigmund Freud y Walter Benjamin pasando por Jean Cocteau, Harold Bloom, Pietro Citatis hasta Maurice Blanchot, Giles Deleuze, Didier Eribon, Julia Kristeva, Jacques Ranciere, entre otras y otros- y un notable repaso a citas frecuentemente muy bellas que ilustran la novela de referencia.


Prehistoria y desarrollo del Tiempo

La prehistoria del proyecto de Romero hay que buscarla hacia el año 2016 y a una iniciativa del MALBA para dictar una clase en el marco del 145° aniversario del nacimiento de Marcel Proust. Finalmente, la clase derivó en una serie de clases durante tres años consecutivos para un público que estuviera interesado en la lectura guiada de los siete tomos de la Recherche. De transcripciones, correcciones y pulido de estas clases surgió este libro publicado por el MALBA dividido en siete capítulos -uno por cada tomo de En busca del tiempo perdido- y que, denominados clases, conservan el espíritu originario pedagógico primigenio.

Coherente con esta lógica, en la primera clase-capítulo Romero nos introduce por los caminos de Swann. Entonces asistimos a los soliloquios de Marcel sobre las formas del sueño y de la engañosa realidad. También a la célebre escena de la magdalena mojada en la taza de té que desgrana los recuerdos -y los olvidos- de Marcel adulto y nos traslada mágicamente a Combray, el mítico país de la infancia. Tal como expresa Romero: “la memoria voluntaria es un resumen de la historia, pero solo la memoria involuntaria puede restituirnos la integralidad del pasado con sus sensaciones y componentes afectivos asociados”. Con Combray aparece el Marcel niño postrado en la cama y devenido definitivamente personaje. Y con él: la espera de los besos de la madre, la adoración hacia la abuela y los cotilleos de la sociedad.

Asimismo, el capítulo da cuenta de cómo los amores escandalosos entre el adinerado y culto Swann y la cocotte Odette De Crécy preanuncian otras pasiones prohibidas -y generalmente truncadas- que poblarán la extensa obra proustiana: la del afeminado barón de Charlus por el rubio Robert Saint-Loup, la del mismo Charlus por el joven y apuesto músico Jupien; la de Marcel por la duquesa de Guermantes, por Giberte y por Albertine, entre otras. También presagia una verdadera teoría de las etapas sentimentales que signan las contrariedades y paradojas del amor en la literatura del siglo XX: “la pasión, el enamoramiento, los celos, la duda, el desengaño, el retorno al amor”.

La estrategia Proust para narrar la homosexualidad

Cada una de las siguientes clases-capítulos respeta el nombre de los libros de Proust: “A la sombra de las muchachas en flor”, “El mundo de Guermantes”, “Sodoma y Gomorra”, “La prisionera”, “La fugitiva” y “El tiempo recobrado”. Se hace particular hincapié en el tomo IV, “Sodoma y Gomorra”, donde Proust expone sus controversiales y subversivas hipótesis respecto de la homosexualidad masculina y femenina. Tal como explica Romero, [Proust] “dice que los invertidos se reconocen con facilidad entre ellos -algún aspecto que desconocía y que le sorprende-, y esboza, aludiendo al concepto bíblico, la idea de la raza maldita, la de aquellos que deben mentir y ocultarse, cuyo deseo es punible y vergonzoso y que encuentran alivio en la frecuentación de sus semejantes. Agrega que los miembros de esta raza -que funciona como masonería y que Proust toma de Hesíodo y su mito de las razas que distribuye la vida humana en tipos de hombres- buscan modelos en la historia: Sócrates, Alejandro Magno y Julio César eran como ellos”. De esa manera, como hijo de su época y temeroso de que lo tildaran de homosexual, con el destino de Oscar Wilde pesando como una amenaza trágica que se cierne sobre su cabeza, a un mismo tiempo, Proust estigmatizó y reivindicó a un grupo que expresaba sus propios deseos y sentimientos.

Tal como otros autores antes -Edmund White, Eve Kosofsky Sedgwick, André Maurois- Romero advierte que Proust acató el consejo de André Gide en materia de literatura: “Puede usted contarlo todo; pero a condición de no decir nunca: Yo”. Así, en su obra maestra, todos los personajes tienen relaciones amorosas con personas de su mismo sexo o son bisexuales, salvo el Narrador que, como él, se llama Marcel y es estrictamente herterosexual. Proust recurrió a una estrategia que hoy lleva su nombre: disfrazó sus amores homosexuales en la vida real con amores heterosexuales en la literatura. El ejemplo climático de la estrategia Proust es uno de los personajes centrales de la Recherche: Albertine que estaría inspirado en su chofer Alfred Agostinelli, la gran pasión de la vida de Marcel Proust.

De manera análoga a Albertine (a quien vemos ser prisionera del personaje principal desde el título del tomo V y desaparecer desde el título del tomo VI), Agostinelli no habría correspondido al amor de Proust. A su vez, el muchacho quería ser piloto y Proust le pagó unas clases de aviación además de prometerle una avioneta. En ese escenario, el 13 de mayo de 1914, en su segundo vuelo de prueba y contraviniendo órdenes, Agostinelli se accidentó y murió ahogado al caer al mar entre Niza y Antibes dejando a Proust conmocionado y pensando en el cuerpo deseado comido por los peces. El mismo destino le cupo a Albertine, el amor esquivo de Marcel en los últimos tomos de En busca del tiempo perdido: murió al caer de un caballo (tal como se afirma en el tomo VI) o al caer al río (si hacemos caso al tomo VII).

Un homenaje a la medida de Proust

Romero dedica un destacado al concepto proustiano denominado “intermitencias del corazón” (es decir, los períodos de olvido). Tal como ocurrió con Albertine y probablemente con Agostinelli: Proust comprendió que ni la ausencia ni la muerte sanan al enamorado, sino las perturbaciones de la memoria y el imposible olvido. Al morir un ser amado, los humanos se aferran a fetiches como sus vestidos o su alcoba, pero nadie pena todo el tiempo e indefectiblemente vienen la época en que alquilamos esa alcoba o regalamos ese vestido a un extraño, sin prestarle demasiada atención. Así, los humanos van de deseo en deseo, de éxtasis en éxtasis, de dolor en dolor, de decepción en decepción, de olvido en olvido, hasta que el tiempo devora y sublima todas las emociones, incluso la más intensa de las pasiones o el más sublime de los amores. Por eso, vamos reemplazando unas personas por otras en busca de distintas quimeras que suelen remitir a las fantasías infantiles o juveniles. Solo en sueños, en alucinaciones o en personas que pasan fugazmente, retornan como fantasmas los queridos recuerdos olvidados.

En el año del centenario de la muerte de Proust, el extraordinario libro de Walter Romero se erige como un homenaje a la medida de los mayores rendidos al inmortal literato francés. Si Proust logró una verdadera Teoría sobre el Tiempo, el tiempo y la vida pasan deliciosamente mientras se desgranan las páginas de Romero captando la evanescencia, la sensibilidad, la musicalidad y la belleza de la literatura proustiana. Más que una guía para leer “En busca del tiempo perdido”, su libro recompone los tópicos de Proust: la realidad y los sueños, las experiencias y las maneras en que ellas retornan desde el pasado; los recuerdos indiferentes dirigidos a la inteligencia pero que, aparecen dotados de una vida maravillosa cuando reviven en el corazón.