Dice el reglamento de la Cámara de Diputados que para que se realice una sesión formal es necesario contar con la presencia de al menos 51 de sus 513 integrantes.

El pasado viernes se registró algo insólito: a la hora prevista, un único y solitario diputado firmó el registro de presencia. Y, más insólito aún, al no haber sesión el caballero tuvo que regresar a su actual domicilio, la cárcel Papuda, en los alrededores de Brasilia, donde se encuentra gracias a un juicio por corrupción. Ha sido la primera vez que Celso Jacob, del mismo PMDB del presidente Michel Temer, pudo disfrutar de su nueva condición, la de “detenido en domicilio”, autorizado por un tribunal a ausentarse del presidio para trabajar durante el día y regresar a la noche para dormir en su celda. El viernes, su paseíto en libertad terminó temprano. 

Otra ironía más: de haberse realizado, sería la primera de las diez sesiones de la Cámara en que Michel Temer –el primer presidente de la historia de la República en ser denunciado por corrupción, obstrucción de la justicia y asociación ilícita en pleno ejercicio de sus funciones– podría presentar su defensa. 

El grado de confusión en que está Brasil permite un sinfín de incidentes que serían cómicos en otra situación que la del descalabro total en que nos encontramos. Un día antes, se anunció formalmente que Michel Temer no participará de la reunión del G20, el grupo integrado por las veinte mayores economías del mundo. Luego del desastre que fue su viaje a Rusia y Noruega, es como si Temer hubiese preferido evitar nuevas sesiones de vejamen internacional. 

Primero, Temer puso en su agenda oficial que iría de visita a la antigua Unión Soviética. Por si fuera poco, hizo alarde de los estupendos resultados de sus encuentros con empresarios soviéticos. Como no trajo ningún acuerdo concreto, se entenderá que si con los empresarios soviéticos las reuniones fueron exitosas, con los rusos han sido un desastre.

En Noruega, tuvo que poner cara de paisaje al escuchar la primera ministra Erna Solberg exteriorizar su preocupación personal por la corrupción en Brasil. En seguida supo que el país nórdico había recortado por la mitad su presupuesto destinado a ayudar a la preservación de la floresta Amazónica, frente al creciente avance de los destructores de la selva. 

Para argumentar que no todo era un desastre, Michel Temer anunció en una rueda de prensa –en la cual había un único periodista noruego entre sus colegas brasileños– que sería recibido aquella noche por el rey de Suecia. Alguno de sus asesores podría haberle explicado en qué país se encontraba…

De regreso a Brasilia, fue recibido con la denuncia formal y arrasadora enviada por el fiscal-general de la Unión, Rodrigo Janot, al Supremo Tribunal Federal, que la aceptó. Mejor dicho, con la primera de tres denuncias: las otras dos serán presentadas en los próximos días. 

Para que se abra el juicio a Temer será necesaria la autorización de la Cámara de Diputados, como establece la Constitución.

Temer tiene poquísimo tiempo para lograr el respaldo suficiente para que el pedido de apertura de juicio sea rechazado por la Cámara. Su única arma disponible es firmar nombramientos y liberar dinero para sus ínclitos aliados. Hay, sin embargo, obstáculos: el creciente rechazo de la opinión pública a un presidente cuya aprobación, siete por ciento, es la menor de los últimos 28 años. Como en 2018 se realizarán elecciones generales, el desgaste que los señores parlamentarios sufrirán al impedir que se enjuicie a un presidente que está metido hasta las narices en comprobados escándalos de corrupción, provoca dos efectos. Primero, elevar y mucho el precio de su lealtad. Y el segundo, más temido por Temer, es que alienta la posibilidad de una oleada de abandonos. 

Frente a esa situación, lo que se observa es un gobierno rechazado por la aplastante mayoría de los brasileños, y cuya única función es la de intentar mantenerse aferrado en su palacio. 

Temer sabe que si renuncia o es expelido del sillón presidencial su destino inmediato será la barra de los tribunales de primera instancia. No solo él: también muchísimos de sus ministros, en especial los de su círculo más íntimo.

Mientras se intensifican rumores de que el grupo de Temer estaría negociando intensamente una especie de “acuerdo de supervivencia” que resultaría en una especie de perdón judicial si renuncia de manera espontánea, el país está virtualmente paralizado.

Bueno, la verdad es que ni tan paralizado: los índices de la economía se mueven, pero para bajo. Ahora mismo, mientras Temer se retuerce para lograr una salida jurídica, su inefable e inevitable ministro de Hacienda, Henrique Meirelles, admite que se revisó la previsión de crecimiento económico. Si antes era de 1% este año, ahora es de 0,5%. 

Pero economistas y analistas, se trata de otra exageración de Meirelles: dicen que difícilmente se podrá evitar otro año de crecimiento negativo.

Cada vez más, el sonido de las palabras de Temer y compañía se parece a la música ejecutada por la orquestra del Titanic mientras el barco se hundía.