Dos poetas unidos por la amistad, a pesar de los casi veinte años de diferencia, la militancia juvenil en el partido Comunista y el exilio en Barcelona. El mayor, Luis Luchi (1921-2000), despliega versos transparentes y directos. “El Río de la Plata/ comienza por amanecer en mí./ Lo conozco y lo siento/ porque lo he bebido/ en momentos en que la sed/ fue mi único objetivo”, dice en uno de sus poemas incluidos en los dos tomos de Ya veremos qué hacer con los crepúsculos, su poesía reunida publicada por la Biblioteca Nacional Mariano Moreno (BNMM) en el centenario de su nacimiento. El otro poeta, Alberto Szpunberg (1940-2020), autor de una obra lírica excepcional, es homenajeado en Guardianes de Piatock, también editado por la BNMM. Los dos libros se presentarán este martes a las 18 horas en la sala Augusto Raúl Cortazar de la BNMM, con Juan Sasturain, Judith Said y Lilian Garrido.

Luis Luchi fue el seudónimo que eligió para publicar sus libros de poemas Luis Yanischevsky Lerer. Hijo de inmigrantes ucranianos, militó en el Partido Comunista, pero tras ciertas desilusiones se acercó paulatinamente al anarquismo, sin renegar nunca del marxismo. El poeta que escribía “versitos”, diminutivo que solía repetir con humilde ironía, trabajó como obrero gráfico en la editorial Atlántida y como vendedor viajante de libros para las editoriales Signo (PC) y Raigal (UCRI). El poeta de la “República Independiente de Parque Chas”, barrio donde vivió hasta que se tuvo que exiliar en Barcelona en 1977, publicó su primer libro, El obelisco y otros poemas (1959) porque el escritor Juan José Manauta (1919-2013), director de la editorial Signo, se entusiasmó al leer los poemas de Luchi, que entonces trabajaba como vendedor viajante para esa editorial. El primer volumen de su poesía reunida incluye, además de ese primer libro, El ocio creador (1960), Poemas de las calles transversales (1964), La vida en serio (1964), Vida de poeta (1966), El muerto que habla. 48 penúltimos poemas (1970), Poemas cortos de genio (1970), Ave de paso (1973), Los rostros (1973), Poemas 1946-1955 (1975) y La pasión sin Mateo (1976).

“Ni neorromántico, ni poeta social(izante) ni neovanguardista a la medida de Poesía de Buenos Aires, Luchi es, en el lenguaje poético, uno más de los renovadores que comienzan a asimilar la gran debacle posterior a 1955 o a registrar, en el tono de voz, en la actitud, lo que había pasado en el país y nadie decía”, explica Eduardo Romano en el prólogo de Ya veremos qué hacer con los crepúsculos. Luchi fue un poeta de todos los días, de las vicisitudes diarias. Supo nombrarlas y, a la vez, transfigurarlas. Lejos de cualquier costumbrismo, su verso arranca de lo habitual para lanzarnos en cualquier momento, de cualquier modo, a lo azaroso”, agrega Romano y precisa que Luchi “lo indaga todo” y “deja constancia de que sería inútil leer la edición dominical de La Nación, porque es un diario de los otros, de los que modelaron al país a la medida de sus mezquinos intereses”.

Szpunberg fotografiado por Rafael Yohai

Szpunberg, uno de los grandes “poetas de la generación del 60”, fue militante del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP). A los 22 años publicó su primer libro, Poemas de la mano mayor (1962), impulsado por Eduardo Romano, quien escribió la solapa de ese poemario de iniciación. Uno de los poemas más antologados de Szpunberg es “Marquitos”, incluido en El che amor (1965), dedicado a Marcos Szlachter del EGP. Fue profesor en las cátedras de “Literatura argentina”, director de la carrera de Lenguas y Literaturas Clásicas en la Universidad de Buenos Aires, y dirigió el suplemento cultural del diario La Opinión hasta 1976. Se exilió en Barcelona en 1977, donde publicó Su fuego en la tibieza (1981), libro del desarraigo con el que ganó el Premio Alcalá de Henares. Cuando regresó del exilio a Buenos Aires, publicó Apuntes (1987), La encendida calma (2002), Notas al pie de nada ni de nadie (2007), Luces que a lo lejos (2008), con el que obtuvo el Premio Internacional de Poesía Antonio Machado en Francia; El libro de Judith (2008), La academia de Piatock (2010) y Como solo la muerte es pasajera (2013), su poesía reunida. Junto a Luis Luchi, con música de Jorge Sarraute, es autor de A medio hacer todavía (LP, Barcelona, 1980) y Todos se dan vuelta y miran (CD, Barcelona, 1999).

“Hay algo de él de sefaradí echado de sus calles. Del moro que canta con penas el destierro eterno de algo que fue su tierra incendiada. Del padre que mira a su hijo, ‘de la música tenaz que enfrenta al olvido’”, plantea Judith Said en “Queremos tanto a Alberto”, uno de los textos de Guardianes de Piatock, una compilación realizada conjuntamente por Said, Lilian Garrido y Miguel Martínez Naón, que incluye textos de Horacio González, Juan Sasturain, Eduardo Jozami, María Malusardi, Roberto Baschetti, Alicia Genovese, Susana Szwarc, Graciela Daleo, Carlos Aldazábal y Julián Axat, entre otros. “Si Alberto hubiera dado talleres (en la era de los talleres) hubieran sido un éxito. Sospecho que hubiera fundado un método basado en la humildad y al mismo tiempo la exigencia”, subraya el poeta Emiliano Bustos. Para Eugenia Straccali, Szpunberg escribe “una poética a la deriva, una poesía de los naufragios”, y define la voz del poeta como “una voz daimónica: voz repartida, escindida y a un tiempo repartidora, prometeica incluso”.

Los dos poetas murieron en Barcelona con veinte años de diferencia. Los dos tenían domesticados sus egos y sabían --como escribió Szpunberg-- que “nada son las palabras sin nuestro asombro”.