La largada fue con características escabrosas que no deberían ser sorpresa para nadie. Tendrán una tendencia ascendente.

Después de que Cristina, en Arsenal, se ratificara como centro político, sea por adhesión o rechazo incondicionales; tras corroborarse su postulación cuando los propios alfiles del macrismo, Sergio Massa y Florencio Randazzo, confiaran hasta último momento en que la ex presidenta no se presentaría y, sobre todo, en medio de un cotidiano popular de la economía que fluctúa entre inquietud y angustia, la comunicación del Gobierno, de sus candidatos y principalmente de su aparato mediático debe concentrarse como nunca en el eje de definirse por la antítesis. Nosotros o el pasado, nosotros o la corrupción, nosotros o Venezuela, nosotros o los piqueteros y una lista no mucho más grande porque construir fantasmas se trabaja con palabras clave precisas antes que cuantiosas. No hay misterios en la táctica. Los hay, a rasgos amplios y aun con las especificidades de cada distrito, respecto de cuál de dos obviedades prevalecerá en las urnas: si la del resultado ya lamentable de la gestión macrista o el darle algo más de tiempo a que todo es culpa de la pesada herencia y no de la horrible gerencia actual, porque además no es posible que los ricos que gobiernan sigan equivocándose tanto. Desde ya que no hay yerro estructural alguno. Gestionan para sus intereses de clase y no hay lugar para manifestarse sorprendido. Pero es sabido de sobra que, llegado el caso, los gobiernos –entre tantas otras cosas– se evalúan a partir de lo que es y de lo que se quiere que alguna vez pueda ser, así fuere contra toda evidencia.

El oficialismo necesita como el agua que la discusión electoral quede corrida de lo económico, y eso requiere que pueda reproducirse el ánimo de los últimos comicios presidenciales. En 2015 no se votó con prioridad por el estadio del bolsillo, o bien intervinieron a la par factores de otro tipo: el desgaste natural de un gobierno que llevaba doce años; errores que lo acentuaron; la embestida fenomenal de los grupos concentrados de la economía a través de los tanques de prensa; el haberse instalado que era probable un cambio sin retroceso en torno de los logros de mayor justicia social. Son los propios referentes macristas quienes reconocen el triunfo de Cambiemos como producto de haberse elegido, en primer término, castigar al kirchnerismo. Incluso tomando en cuenta ese dato, que una franja tan mínimamente mayoritaria como legítima decidiera confiar o resignarse ante los propósitos bienhechores de una alianza de derechas volvió a revelar la vulnerabilidad de los gobiernos populares si no saben recrearse. Hoy debiera estar claro que el cambio fue para mucho peor, y tratándose de elecciones de medio término tendría que haber mercado suficiente para un castigo o advertencia de signo contrario. Sin embargo, se coincide en que las chances son parejas y, por lo tanto, el país estaría ante un escenario en que puede (volver a) vencer el concepto de sanción sobre el de apoyo, particularmente contra la figura de Cristina. Allí se monta el Gobierno casi con exclusividad y de allí que se verá una de las campañas más sucias de que se tenga memoria, con operaciones periodísticas, carpetazos de los servicios, maniobras y manipulaciones de todo tipo que no darán descanso. Forma parte de eso adjudicarle al kirchnerismo la acción de algunos grupos de protesta que insisten con actitudes motivadoras de un rechazo generalizado, como ocurrió el miércoles en la 9 de Julio. Los manifestantes estaban negociando su retiro de la avenida, dentro del Ministerio de Desarrollo Social, cuando la policía desató un vendaval represivo con carros hidrantes, motorizados, gases lacrimógenos y balas de goma. La imagen repugnante de esa acción quedó aislada por la fiesta de los comunicadores oficialistas, celebrantes de que por fin se reprimiera a favor de la libertad de tránsito contra los violentos K. Así de sencillo.

El debut se había producido pocas horas antes, al aprovecharse un descuido declarativo de quien encabeza la nómina de diputados nacionales por Unidad Ciudadana en la provincia de Buenos Aires. Fernanda Vallejos no incurrió en más pecado que hablar sobre el ostensible encarnizamiento mediático-judicial contra funcionarios del gobierno anterior, pero cuando la chicanearon con la corruptela K quedó aprisionada en un enredo tramposo e inútil sobre Amado Boudou como perseguido político. Esa nimiedad bastó para la coincidencia de Clarín y La Nación en desopilantes títulos centrales de portada, citando que el kirchnerismo denunciaba a su corrupción como invento de los medios. Si lo de Vallejos es atribuible no a la justeza de sus dichos, sino a la falta de gimnasia para desenvolverse en el lodo de campaña, directamente es absurdo y repudiable que días después se haya pretendido relacionar al suicidio de un jubilado con la situación económica y medidas acerca de pensiones y viudez. Las huestes de Cristina están perdidas si no entienden que entrar al barro es justamente lo que espera el Gobierno para enfocar la pelea hacia donde más le conviene. Y lo más patético de la única oposición en aptitud de dar pelea sería contradecir, precisamente, el espíritu fijado por CFK en Arsenal, donde apuntó a centrarse en lo perjudicado que está el abajo, junto con sectores de clase media, y no contra las estrategias incitantes de los publicistas de Macri. Caer en tentaciones agresivas y provocaciones infantiles es resultado de actuar como pichis que no tienen bajada de línea para unificar discurso. Golpe por golpe acerca de la corrupción gana el Gobierno, porque en eso se desenvuelve con una eficacia publicitaria mucho mayor que el señalamiento de un país comandado ahora por ejecutivos más pérfidos o corruptos todavía. Como señaló Luis Bruschtein en su columna del sábado en este diario, el medio centenar de firmas offshore de la familia Macri, la autodisculpa de la deuda de 70 mil millones por el/su Correo, las coimas de Odebrecht, son cargos de corrupción mucho más graves que el alquiler de parte de un hotel y dos sitios para oficinas que se achacan a CFK. Pero ingresar ahí deja a Cristina a la defensiva. Ciertas herramientas del marketing político no deberían ser despreciadas a esta altura de la penetración comunicacional interactiva. Los recursos expresivos, el modo de seducir, la forma de impactar, saber desenvolverse en las entrevistas, lo que debe dejarse pasar y las maneras de contraataque, en dónde prestar asistencia y cuándo rechazar los convites, no son pequeños o grandes detalles de los que sólo debe encargarse –para el caso– la Jefa. Eso no es mera inteligencia publicitaria. Es saber emplear dispositivos de convicción y articulación discursiva que no son suficientes pero sí necesarios para el armado de una campaña. De cualquier campaña. ¿No era que se había reconocido la habilidad de los macristas para jugar mejor en ese tipo de cancha? ¿No es que justamente resulta imperativo re-atraer a las franjas difusas del electorado? ¿Cómo se logra eso? ¿Volviendo a mirarse el ombligo y a esperanzarse en que para convencer alcanza con la superioridad moral o empírica manifiesta?

Por otra parte (agregada), la Alianza gobernante tiene a los dos satélites que apuntan en su misma dirección de presentar al futuro con el requisito de archivar lo mejor del pasado. El Frente Renovador y la patrulla de Randazzo, a quien por fin volvió a registrársele la voz en un acto modosito con algunos periodistas, también trazan su campaña en base a presentarse como novedades impolutas. Del ex ministro del Interior, en términos propositivos, no se conoce ni apenas una frase de circunstancia acerca de la situación económica. De Massa, aunque sea, es posible constatar algunos destellos demagógicos sin sustento técnico y comprobadamente fracasados, como el proyecto de eliminar el IVA a los alimentos. Los dos están emparentados con prioridad en despegarse de Cristina. En Massa-Stolbizer se aúnan votos de peronismo y gorilismo friendly, y en Randazzo la aspiración de crecer desde una plataforma que en 2019 le permita usufructuar desencantados de todos los campos. Por ahora es tentador decir que se restan terreno entre ellos y tendrán severos problemas para diferenciarse, pero en ningún caso se equivocarán a la hora de sumar contra el espacio kirchnerista y eso incluye que no habrán de desperdiciar –o subirse a– toda oportunidad de denuncia que se les presente.

De eso irá la campaña, como queda visto al toque de la largada. El intento del Gobierno y sus funcionales por quitar del medio a la economía será a toda costa, con los recursos más bajos. Lo avisan ellos mismos.