“No es cobarde mi alma/ ni tiembla en la atormentada esfera del mundo”. Esos primeros versos pertenecen a uno de los mejores poemas de Emily Brontë, la célebre autora de Cumbres borrascosas. Fue el poema elegido por otra Emily, Dickinson, para ser leído en su funeral. Un poema que habla del alma y la valentía, de la integridad frente al tormento, de la fe como escudo del miedo. “No coward soul is mine” en el original, una frase que podría haberse impregnado del último aliento de Fanny Navarro, en un lugar tan lejano de aquella helada rectoría en Haworth que cobijó a la familia Brontë. El Río de la Plata en tiempos del peronismo fue la cuna de su arte y su devoción, también el tiempo de su gloria antes de la tragedia. Primero la de la muerte de su amiga Evita, luego la de las luchas y los desprecios internos, después el golpe de 1955 y esa larga proscripción. Fanny tiñó de melodrama su vida y lo hizo con la valentía de los creyentes, con la luz de los astros olvidados, con la poesía que muy pocos descubrieron.

Alfredo Arias e Ignacio Masllorens evocan la figura de Fanny Navarro desde el presente, y lo hacen en el marco de la ciudad que le dio vida y muerte: Buenos Aires. En esas calles en blanco y negro, teñidas de recuerdo, signadas por la fama ya extinguida, por el nuevo paisaje de este futuro que vivimos, Fanny camina. Camina y camina. Fanny camina es el título de la película, estrenada en estos días en la sala Lugones en el marco de un merecido homenaje a Alfredo Arias, a su obra, a su lugar como artista y porteño. “Fanny camina expresa mi deseo por el cine. Un lenguaje que imagino todos los días al pensar en la forma en que podría abordarlo y en los temas que podría elegir. Describe mi relación con mi país, mi ciudad natal, Buenos Aires, y mi relación personal con el peronismo desde que me declaré niño peronista en una familia de radicales”, contaba en charla con RADAR. Las palabras de Arias conjugan el ejercicio de la memoria con el anhelo de la evocación, la de un tiempo propio y ajeno, aquel del personaje que ha elegido para su desembarco en la pantalla, para su firma indeleble como cineasta.

Fanny camina es la primera película argentina de Alfredo Arias después de años en el teatro, la música, la danza, aquel conjunto infinito de fábulas propias. Exhibida junto a trabajos documentales propios y de los que fue personaje –Fantarias (2021) de Romina Ricci, El hombre de las mil y una cabezas (2022) de Alejandro Arias; Hello Andy? (2022), un mediometraje sobre Andy Warhol de Arias, Masllorens y Juan Gatti, y el Work in Progress de Clutter (2022), filmado en Francia por el mismo Arias junto a la actriz y directora Laure Duthilleul-, la película desnuda tanto la memoria de aquella actriz olvidada, castigada por su lealtad, maldecida por su entrega, como la de aquel joven Arias antes de su exilio, cuya inventiva trae a la vida el pasado como en un sueño eterno. “Fanny Camina no es una elección temática casual, sino el resultado de una larga elaboración. Mi primera puesta en escena en Francia fue Eva Perón de Copi, donde -a mi sugerencia- un actor encarnó a la madre del pueblo. Años después, me interesé por la relación del cantante español Miguel de Molina, perseguido por el régimen franquista por homosexual, y al cual Eva Perón le concede el refugio político. El espectáculo se llamó Tatuaje. Estos caminos me condujeron naturalmente a un personaje a la sombra de Eva: su amiga íntima Fanny Navarro”.

Imágenes de un noticiero cinematográfico nos introducen a la historia, la de Fanny y su pasión, la de Fanny y su tragedia. Estamos en 1950 y el cine ha tendido su alfombra roja para la nueva estrella. Los rumores la señalan como la nueva conquista de Juan Duarte, la amistad con Evita la convierte en la mimada del peronismo. Pero esas luces se apagan de improviso. La silueta de una vieja radio contiene una voz inquisidora que la interroga. Fanny responde. Sobre su vida y su muerte. ¿Cómo un fantasma? Alejandra Radano da cuerpo a esa voz ajada por la injusticia. En su firmeza se traducen sus convicciones, aquellas que no la abandonaron, aun ante el horizonte del oprobio. “¿De qué se me acusa? ¿De fanatismo? El fanatismo nace en los latidos del corazón y no en los fríos cálculos del cerebro”, responde Fanny. La película esquiva no solo el biopic sino todo atisbo de naturalismo. Como señala el propio Arias: “Junto a Ignacio Masllorens quisimos que esta forma heteroclítica le permitiera a un lenguaje poético revelar un hecho político. Buenos Aires se revela como un espacio fantomático entre el pasado y el presente, donde un personaje de ayer, por su sola presencia, transforma a sus interlocutores en personajes de su época, arrastrándolos en su doloroso camino de pasión y desengaño”.

Alfredo Arias e Ignacio Masllorens

Antes de Fanny camina existió Deshonrada, una pieza teatral creada por Arias, Gonzalo Demaría y Alejandra Radano –secundada por Marcos Montes- en la que Fanny Navarro es expuesta a un despiadado interrogatorio por parte de un agente de la inteligencia militar del gobierno de Pedro Aramburu apodado ‘Gandhi’. Ese es uno de los puntos de partida de la historia. “Esa experiencia teatral nos llevó a ponernos en contacto con los pormenores de la tortuosa e ingenua vida de Fanny”, explica Arias. Ese aire de juvenil ingenuidad se despliega, a su regreso, en una nueva consciencia sobre los escombros del pasado, un itinerario en el que Fanny pregunta, intenta dilucidar aquel calvario, aquella meca perdida. Como un fantasma que deambula entre los vivos, más alerta que ellos, adormecidos por una historia ya cerrada. Arias agita en su revisión algo más que los mitos consagrados por el tiempo, desoye las advertencias sobre ese tiempo espinoso al que conviene no acercarse. Un tiempo en el que la devoción se convirtió en un peligro, el fanatismo en una trampa.

Fanatismo. Una palabra que se repite en la película. Que profundiza la exégesis del vínculo de Fanny Navarro y Eva Perón, más allá del peronismo. Una amistad entrañable, signada por la comunión del cine, por aquellos orígenes similares, por una complicidad femenina en un mundo de hombres. “Alejandra Radano, además de haber interpretado el rol de Fanny en Deshonrada, colaboró activamente con todo tipo de documentos escritos y visuales que podían contribuir a la narración. Su participación fue intensa y activa en la escritura del guion”, señala Arias. Radano viste a Fanny de melodrama, un melodrama sin eufemismos ni medias tintas, aún en esa ciudad espectral del recuerdo, mezclada con los resabios de la moderna Buenos Aires que anida en sus calles hoy transformadas. “Nicola Constantino estaba impregnada del rol de Eva, puesto que ya la había encarnado en su obra plástica y perfomática Rapsodia Inconclusa, que fue presentada en la Bienal de Venecia y más tarde en la Fundación Fortabat. La relación intelectual y artística de las dos actrices condujo a una inmediata intimidad entre ellas que les permitió asumir los personajes con entera profundidad. Las amigas Eva y Fanny no se percataron que tejían una trama que las llevaría a un trágico futuro compartido”.

La inmejorable compañía de Alfredo Arias en la dirección está a cargo de Ignacio Masllorens, director, autor de cortos y documentales, artífice de homenajes como aquel a Hugo Santiago junto a Estanislao Buisel nombrado El teorema de Santiago (2015) en sintonía con la geometría estética del director de Invasión. Pero aquí reverbera el recuerdo de su corto Hábitat (2013), en la conversión del paisaje urbano en el lienzo de un pintor, en las huellas de una mirada intrusa. “Ignacio Masllorens realizó un retrato minimalista e inquietante de Buenos Aires en Hábitat y esa mirada me interesaba para Fanny camina”, recuerda Arias. “Buenos Aires, con sus calles y sus esquinas, establece el vínculo de Fanny con su tragedia y le confiere un territorio propicio a su melodrama. Por momentos, el rostro de Fanny narra su pasado en el presente de Buenos Aires. En otros momentos, las fachadas destruidas de los cines del presente presagian el trágico futuro de su pasado”.

Fanny camina es también una película sobre la ciudad, sobre aquella Buenos Aires guardada en la memoria del cine, en los fragmentos de Sucesos Argentinos, en los afiches de los teatros y las luces de neón. Pero también es la Buenos Aires que asoma en la nueva Lavalle de bingos y comercios, de transeúntes distraídos que caminan sin saber que pisan un pedazo de historia. “El modo en que filmamos nos permitió fusionar la Buenos Aires del pasado con la actual” –explica Ignacio Masllorens en la entrevista con RADAR- para crear una nueva ciudad, más atemporal, como es Alphaville o la Aquilea de Invasión. La ciudad como un corte de capas geológicas que superponen épocas y estilos”. En ese juego de mutaciones, lo real se despliega en sus ecos y desdoblamientos, y conviven el archivo histórico con la invención, la proyección de Deshonra en la sala Lugones con las voces espectrales de las divas, los carteles luminosos y el icónico reloj de la legislatura.

De esos materiales tangibles que dejó el pasado en los rincones de esa ciudad nace la idea de atesorar el regreso de Fanny Navarro en fílmico. Un proyecto austero pese a la audacia de su propuesta, con un equipo chico, sin cronogramas rígidos y mucha libertad, como asegura Masllorens. “El rodaje en 16mm y Super 8 era una buena forma de unir el estilo de Alfredo con el lenguaje cinematográfico, y al mismo tiempo nos brindaba un registro análogo y tangible, similar a las texturas, marcas y granos del archivo. Estábamos haciendo una película sobre la vida de una actriz de cine de los años 40 y 50, sobre el peronismo, sobre Buenos Aires y sobre el cine. Filmarla de forma similar a cómo se hacía cine hace setenta años nos parecía esencial, manteniendo ciertas estéticas contemporáneas y sin caer en una imitación o parodia de los modos del cine clásico. Hay algo fantasmagórico en esta historia, sus personajes son seres del pasado que deambulan y repiten sus vidas en una Buenos Aires actual, como si nosotros mismos no pudiésemos salir o superar nuestra propia historia”.

César Maranghello y Andrés Insaurralde escribieron en Fanny Navarro o un melodrama argentino un estudio minucioso y apasionado sobre aquella estrella efímera del primer peronismo. Su ascenso desde los radioteatros auspiciados por jabón Palmolive y los coros de figurantes sobre las tablas del Maipo hasta su nombre en el cartel junto al de Tita Merello en Morir en su ley (1949) de Manuel Romero o su sello de presidenta del Ateneo Cultural Eva Perón. Un tiempo fugaz, evaporado en castigos y revanchas. La mirada de Arias y Masllorens da la vuelta a aquella historia, la regresa al presente, la confronta con su propia mitología. Fanny es entonces protagonista y espectadora, vocal de su fervor, analista de su caída. Recorre las calles con la avidez del olvidado, con la premura del que ha partido sin despedirse. “No estoy seguro de que Fanny Navarro fuese consciente de los hilos políticos entre los cuales quedaría atrapada. Se transformó en un personaje peligroso delatando a otros artistas. El precio que debió pagar fue desmesurado y de alguna manera comparable a su fervor”, concluye Arias. Fanny camina también entre sus contradicciones, sin perder el paso, sin ceder a ningún encierro. Entre la vanidad y los caprichos, entre las lágrimas por Eva y la furia de sus inquisidores. En esa ciudad que la espera y la recibe, como en su solitaria última hora, “como –resume Masllorens- en esas fotografías que sin saberlo capturan imágenes de espectros que recién aparecen una vez reveladas”.