Empiojar la vida hasta hacerla invivible. Borrar los límites de las palabras y de
las cosas para que ya nadie sepa qué suelo pisa y a quién pertenece. Decir izquierda y
apuntar a la derecha. Decir republicanismo cuando hay que decir fascismo. Empiojar.
Hacer imposible la vida de todos para que ya no sepamos qué ómnibus hay que tomar
ni en qué esquina tenemos que bajarnos. Empiojar, odiar y construir argumentos que
demasiada gente empiojada compra sin preguntar, sin entender, sin querer entender.
Cambiar los carteles que señalizan las calles, borrar la historia, la lejana (la campaña
del desierto) y la inmediata (Nisman), reescribir los argumentos de siempre y de todos.
Esa es la tarea que el enemigo ha emprendido. No es un capital puramente argentino,
no se hagan los rulos (recuerden la toma del congreso yanqui, los quema coches de
París, la paliza al hermano de Boric). No es solo nuestro destino latinoamericano. Basta
darse una vuelta por cualquier diario internacional para darse cuenta de que está
pasando en casi todos lados. En otros lados le llamarán de otras maneras, pero es
empiojar, confundir, estupidizar, correr los mojones para que ya nadie entienda más
nada. Y está resultando. Y en el mismo lodo, todos manoseaos, los que empiojan y
mienten, harán sus negocios, políticos y monetarios. Lo harán en un mundo
incendiado, pero no les importa. Lo harán en un mundo irrespirable, pero pueden más
las ganas de empiojar y de demostrar el poder de empiojarlo todo, que las de
contribuir a construir un mundo respirable, vivible. Habrá muertos, claro. La mayoría
los pondremos nosotros, como siempre. Pero nunca se sabe. Porque si esa bala salía
seguro que se incendiaba una ciudad, un país. Una ciudad y un país en donde viven
también los que empiojan, por mucho que se encierren en countries y en torres altas
como el cielo y puedan salir volando a sus casas de Miami en sus jets privados. Dicho
esto, me animo a decir que ya no se parece ni siquiera a una estrategia. Parece más
bien un berrinche. El berrinche de hacer algo simplemente porque lo pueden hacer.
Empiojarlo todo hasta que no haya otra cosa que tierra arrasada. ¿Y nosotros? Hay que
poner en marcha los anticuerpos. Ya. Todos y cada uno. La política, la calle, recuperar
los medios de comunicación, construir poder judicial, policial, de masas, quitarles
todas las herramientas posibles. No hay tiempo para contemplaciones ni eslóganes
que parecen la gran cosa pero no son nada. A los piojos que nos envenenan la sangre
sólo se los puede combatir con los anticuerpos que fuimos creando a través de
décadas de injusticias. Ya sabemos de lo que son capaces. Ya entendimos. Hay que
poner los anticuerpos a trabajar. No es una tarea solo del estado, o de un partido, o de
un grupo. Es una tarea de la humanidad, de la parte que va a poner la mayoría de los
muertos. Los anticuerpos, ya, antes de que sea tarde.