El 25 de mayo de 2020, a dos meses del inicio del ASPO, se realizó la primera de las numerosas marchas y convocatorias anticuarentena. Lo que entonces era visto como un cúmulo numeroso pero inorgánico de personas ahora se revela como el caldo de cultivo de varios grupúsculos de extrema derecha, expresiones que hasta la pandemia habitaban círculos marginales pero a partir de allí encontraron nuevas expansiones.

Esta lectura no es novedosa, solo que el intento de asesinato a Cristina Fernández de Kirchner puso sobre la mesa el relieve de células que alcanzaron otras magnitudes en poco tiempo. El denominado Centro Cultural Kyle Rittenhouse de La Plata es solo un ejemplo de esta dinámica: la detención de José Derman, su referente, presentado inicialmente como un “lobo solitario”, terminó poniendo a contraluz —por acción u omisión— vínculos con jerarquías mayores de la derecha argentina. Las fotos que van apareciendo generan dolores de cabeza y nadie quiere hacerse cargo de ellas, aunque a la vez obligan a dar explicaciones y medir hacia adentro los daños que generan los discursos propios. Un juego peligroso con derivaciones insospechadas.

El lunes por la madrugada, una decena policías abrió a patadas el denominado Centro Cultural Kyle Rittenhouse de calle 5 entre 64 y 65. Derman se había filmado dos días atrás celebrando el atentado contra la vicepresidenta y lo subió a la cuenta de YouTube “Política dura”. Al compartirlo en la página de Facebook del Kyle Rittenhouse, alguien le preguntó si se animaría a hacer lo mismo y él respondió: “Eso ni lo dudes”. Su entrada es la puerta al garaje de la casa que el sujeto de 39 años habitaba, repintado con ilustraciones de Milei, Bolsonaro, la bandera de Gadsen y el Wolfsangel de la iconografía nazi. En el allanamiento encontraron un proyectil mortero de 83 milímetros y José Derman terminó detenido.

Su prontuario ya estaba abierto: tenía denuncias por acoso digital. Enviaba fotos de sus genitales a distintas militantes feministas que seleccionaba en redes sociales, acompañadas de violentos textos. Una pericia psiquiátrica, sin embargo, lo declaró inimputable: le diagnosticaron “retraso madurativo” y “delirio paranoide”. No se registra ningún tratamiento en ea dirección. Así, Derman siguió con su vida, armó el Kyle Rittenhouse y hasta pudo comenzar a cursar la carrera de Sociología en la Universidad Nacional de La Plata.

El Kyle Rittenhouse era, en esencia, una célula minúscula: en lo formal la manejaban José Derman y Sebastián Poch, dos parias que acabaron juntos porque los rechazaron de cuanto espacio intentaron ocupar. Por el lugar de 5 y 64 pulularon diversos especímenes, algunos con mayor duración que otros, aunque ninguno con continuidad digna de destacar.

No obstante ello, su capacidad de daño merecía mayor atención: vandalizaron locales partidarios y monumentos públicos por la Memoria, a la vez que publicaban textos y videos con largos exordios de intolerancia. Según ellos, hay una “dictadura marxista y de ideología de género” que debe combatirse con una “batalla cultural”. En los bares del barrio El Mondongo los recuerdan repitiendo esas proclamas a los gritos, buscando provocar alguna reacción hasta que, finalmente, eran echados. Así estuvieron más de un año, moviéndose a sus anchas por la capital bonaerense sin control.

Como aquella vez, José Derman fue declarado nuevamente inimputable por su condición psiquiátrica. Aunque ahora ordenaron internarlo en el instituto Alejandro Korn de Melchor Romero para analizar el tratamiento al que deberá someterse. Un guión a la medida de la teoría del “loquito suelto”, si no fuera por las fotos que empezaron a flotar del pantano.

Entre Javier Milei levantando los pulgares con barbijo, Roberto García Moritán con su tradicional cara de asco y dos personas presentadas a la orden de Patricia Bullrich, el álbum de recuerdos de los muchachos de Kyle Rittenhouse casi que es una cartografía de la derecha argentina. El escándalo obligó a tener que ensayar algo que no estaba en los planes de estos sectores: la moderación. La entrelínea arroja una inesperada autocrítica —luego sabremos si sincera, o no—: nadie quiere hacerse cargo de ejemplares de tal naturaleza.

Como otras experiencias similares, el germen del Kyle Rittenhouse fue el denominado 25M, la primera de las marchas anticuarentena del 2020. Cambiemitas, liberales, conservadores, nacionalistas, conspiranoicos, terraplanistas, dementes e independientes coincidieron en un mismo espacio bajo cierta inspiración común. Aunque varios buscaron cámara y micrófono para concentrar el capital político de esas concentraciones, ninguno logró tamaño cometido. Por eso se entiende la dispersión de células que van oscilando de manera irregular entre distintas representaciones político-partidarias y el flirteo con la anarquía o la auto-organización.

En ese concierto es que se nuclea lo que avanzado el 2020 se presentara como Fuerza Unidaria Argentina, una organización que proclama la desobediencia civil alrededor de la figura de Nicolás Mercau. Unas cincuenta personas deciden renunciar a la Constitución y se subordinan a una Asamblea propia, que entre tantas órdenes impone la del uniforme: una camisa gris similar a la de las Brigadas Negras de Mussolini.

Hacia fines de ese álgido año, FUA ya tenía un lugar de encuentro por el barrio porteño de Barracas. Y, a sabiendas de que el verano del 2021 iba a ofrecer nuevas habilitaciones de encuentro social, Mercau convence a su tropa de abrir un local en Mar del Plata. Todos aceptan, pero la experiencia es un desastre y genera la primera crisis dentro del espacio de ultraderecha con acusaciones sobre desobediencia y malgasto del dinero recaudado con la mensualidad que pagan sus miembros.

En ese escenario de disputas intestinas, Sebastián Poch y José Derman abren un local que empieza siendo la sede platense de FUA pero acaba convirtiéndose en una escisión de aquella, precisamente al momento que el organismo decide expulsarlos y ellos igualmente siguen usando la sigla. Así se forma el Centro Cultural Kyle Rittenhouse, bautizado con el nombre del supremasista estadounidense que asesinó a dos manifestantes contra la represión policial pero sobreseído en nombre de una extraña defensa propia.

Por su cuenta, y a pesar de extremar sus discursos de guerra civil y secesión, Poch y Derman igualmente buscaron tender puentes desde el Rittenhouse con partidos convencionales. Así, consiguieron que dos personas en nombre de Patricia Bullrich visiten el local de calle 5 y hasta se saquen una foto. Antes de eso, y a sabiendas de los antecedentes de ambos, gente de Javier Milei se había acercado de cara a las elecciones del 2021 en busca de fiscales para los lugares de votación de La Plata. ¿Serán los mismos operadores que están hilando la periferia de la alianza Bullrich-Milei para el 2023?

El comando de La Libertad Avanza tiene, acerca de ese encuentro, una salida: tras aquella reunión desistieron de los servicios del Kyle Rittenhouse para las elecciones. Es el argumento para justificar un desentendimiento que, aseguran, inició mucho antes de que estallara todo este escándalo. Un discurso a la medida de Milei, sino fuera porque el propio Milei lo dinamitó cuando seis meses después compartió la pintada que José Derman, Sebastián Poch y otros secuaces habían hecho en su apoyo en 2021. Fue en la pared del local del PTS, corolario de una de sus varias vandalizaciones. “Javier compartía las fotos de pintadas en las que lo etiquetan sin fijarse”, lo buscaron defender.

Hasta el allanamiento del espacio y la detención de Derman, la única reacción había sido una carta pública de repudio firmada en junio pasado por una treintena de organismos de Derechos Humanos, lo cual —en la práctica— no supuso más que una protesta testimonial sin ningún tipo de consecuencia.

Recién ahora el Rittenhouse fue fajado de clausura. Derman está en el Melchor Romero y Poch deambula libremente, a pesar de que sus declaraciones públicas no difieren demasiado de las del camarada ahora caído en desgracia. Este espacio de ultraderecha de La Plata, por más pequeño que aparente, es tan solo una cara más de los distintos grupos que operan con similares discursos de odio e intolerencia. Son hijos de un hervor que logró su punto ideal en el agobio de la cuarentena y estalló en diversos grupos, aunque con el tiempo pescados por redes superiores. Así lo comienzan a evidenciar de a poco testimonios y esas fotos por las que todos se toman la cabeza: no sólo los que salen sonriendo en ellas, sino los que del otro lado subestimaron el peligro sin hacer demasiado.