Quienes me conocen saben que tengo debilidad por los vestidos. Largos, cortos, con amplias faldas o de cortes clásicos, minimalistas, en todos los géneros, lisos o estampados. Esta predilección viene de mi infancia: recuerdo que podía pasar horas sola, dibujando mujeres con hermosos vestidos llenos detalles. Llenaba cuadernos con estos atuendos de ensueño, con el anhelo guardado bajo siete llaves en mi interior de que alguna vez fuera yo la modelo que los usara. Jamás imaginé que ese objeto de deseo de mi infancia se convertiría en todo un símbolo para mí y el colectivo LGBTIQ+.

Mientras que las lesbianas y hombres trans eran obligadxs muchas veces a usar vestidos, para las mujeres trans y travestis como yo, representaba un objeto de deseo. Lucirlo implica una gran declaración política por el estigma que hay sobre la identidad gay: «Vos querés usar vestidos, maricón».

La semana pasada, en el marco de la realización de la Conferencia Mundial de la Coalición por la Igualdad de Derechos (ERC) en Argentina, la Embajada de Países Bajos me convocó para ser la modelo del Amsterdam Rainbow Dress, un vestido obra de arte itinerante que intenta visibilizar la falta de derechos humanos para el colectivo LGBTIQ+ en más de 71 países.

El Amsterdam Rainbow Dress no es un vestido más: detrás de su esplendor tiene un reclamo justo. Está confeccionado por todas las banderas de países donde ser del colectivo LGBTIQ+ es ilegal bajo pena de prisión, tortura o pena de muerte. Cuando un país ahí representado adopta una legislación inclusiva, la bandera respectiva es reemplazada por un arcoíris. La prenda abre el debate sobre un problema que nos interpela y nos hace reflexionar: lo importante que es el compromiso de todxs para que la igualdad no sea un privilegio para pocos.

Fueron dos jornadas intensas de trabajo y estoy muy feliz y muy movilizada: este vestido tocó fibras muy profundas en mi interior. Como les comentaba al comienzo de esta columna, mis dibujos solían ser muy parecidos, con faldas enormes. Mientras posaba para las fotos en las escalinatas de la Facultad de Derecho de la UBA, con esas columnas imponentes, un cielo azul sin nubes y un sol que hacía que todo brillara más, me veía a mí misma ahí con ese vestido enorme, de más de dieciséis metros de largo, portando un mensaje que era el sueño de mi infancia, y tuve una sensación extraña. Parecía que era la primera vez que usaba un vestido, volvía a tener siete años. Por suerte, a diferencia de aquellos años, hoy nuestra querida Argentina tiene políticas públicas que son de vanguardia en Latinoamérica, que abrazan la diversidad y sigue comprometida en la construcción de igualdad para todxs.

Formar parte de eso, hizo nacer de mis entrañas un empoderamiento indescriptible. Esa criatura que soñó en silencio, en ese momento se convertía en la modelo y embajadora de esta causa tan noble, con intensas jornadas de diálogo sobre la necesidad e importancia de la igualdad de derechos igualitarios y de descriminalización de las personas LGBTIQ+ en el mundo.

Quiero agradecer especialmente a la Embajadora DDHH de los Países Bajos, Bahia Tahzib-Lie y a todo su equipo de trabajo. El viernes en la Embajada de Alemania entregamos el Amsterdam Rainbow Dress a los nuevos países que asumen la copresidencia de la Equal Rights Coalition: Alemania y México. El cambio de banderas viene lento, pero yo confío en que muy pronto el arcoíris saldrá en muchos de estos países.