Un fantasma recorrió los países de la Mancomunidad -o de las colonias del Reino Unido- el mes pasado y no fue particularmente el del comunismo. Sino un fantasma que le da escalofríos a los royals ingleses. “Yo, Lidia Thorpe, solemnemente y sinceramente afirmo y declaro que voy a serle fiel y ofrecerle una verdadera alianza a la reina colonizadora, Isabel II”, exclamó esta referente australiana del Partido Verde al momento de jurar como senadora, con el gesto del puño en alto. Inmediatamente fue interrumpida y obligada a modificar su discurso para adecuarse al protocolo del recinto. Sin embargo, esta promesa irónica y desafiante se viralizó instantáneamente y encendió el fuego de un debate que nunca se extinguió: ¿cuál es la legitimidad de la monarquía inglesa?

Con el reciente fallecimiento de Isabel II esta polémica volvió a ponerse, hoy más que nunca, sobre la mesa. Sobre todo cuando empezaron a circular, en las redes sociales, imágenes de su reinado donde se la veía paseándose por sus colonias, como quien visita un terreno distante para ver que esté todo en orden. En estas postales Isabel, siempre de punta en blanco, con sus tacos y cartera, aparecía repetidamente escoltada por habitantes de estos territorios vestidos con trajes tradicionales. Por un efecto de contraste, en estos escenarios ella simbolizaba la imagen más representativa de la civilización frente al exotismo “salvaje” de una otredad racializada.

Estas fotografías, que hoy en día resultan intolerables por su racismo rampante y por su imaginería profundamente colonial, tienen su correlato con las generaciones más jóvenes de la casa Windsor. Este año, por ejemplo, el príncipe William y su esposa, Kate Middleton -ahora príncipes de Gales-, emprendieron una gira por los territorios que son parte de la mancomunidad en el Caribe. Durante este viaje, que pretendía celebrar el jubileo de platino de Isabel II, pasaron por países como Belice, Jamaica y las Bahamas. No faltaron las fotos de ellos tocando tambores y maracas, probando comida exótica, bailando descalzos, protagonizando desfiles militares y posando con cuanta persona negra encontraron en su camino.

Medios abanderados de la monarquía, como ¡HELLO!, trataron de obviar por motivos evidentes que William y Kate tuvieron que modificar su trayecto debido a las múltiples manifestaciones en contra de la pareja real, como ocurrió en Kingston, Jamaica. “No vemos motivo para celebrar los 70 años de la asunción al trono inglés de Isabel II, porque su liderazgo y el de sus predecesores perpetuó una de las tragedias más grandes de la historia de la humanidad”, expresó un comunicado Advocates Network, una coalición de activistas por los derechos humanos, “estamos a la espera de una disculpa por los crímenes británicos ejercidos, que incluyen pero no se limitan a la explotación de los pueblos originarios jamaiquinos, el tráfico transatlántico de africanos y su esclavización”, sostuvieron.

A pesar de que el deceso de la reina significó un resurgimiento de la fascinación por su figura, la monarquía y el misticismo protocolar que la recubre, la corona inglesa estuvo recientemente bastante cascoteada por la opinión pública. No solo porque el heredero al trono, Carlos III, es una de las personas menos queridas y carismáticas de este clan, sino también porque su ascensión resucitó al fantasma de Lady Di, que siempre le hizo sombra a él y a su pareja, Camila de Cornualles.

Por otro lado, también está el asunto del príncipe Andrew, que fue acusado de haber participado de una red de prostitución infantil: un escándalo que le sacó canas verdes a la monarquía, que tuvo que usar toda su artillería pesada para protegerlo y sacarlo de la escena. Todo esto sin mencionar al taquillero Spin-Off del príncipe Harry y Meghan Markle, que rompieron lazos con la corona y ahora les serruchan el piso a los royals desde su mansión en Calabasas, California, mientras se posicionan como celebrities de Hollywood.

Dentro de este marco decadente, el príncipe William hace malabares por mostrarse como el más sensato y legítimo heredero, reforzando su imagen positiva de futuro rey presentándose como el guardián de los valores ingleses: cercano pero formal, recto pero amigable, absolutamente intachable, padre de familia, esposo ideal, militar de carrera, nunca confrontativo, un verdadero gentleman. Todo esto, sin embargo, nos hace preguntarnos: ¿por qué se siguen sosteniendo? ¿Qué es lo que hace que la monarquía inglesa continúe en pie, a pesar de todos estos reveses? Antigua y Barbuda ya anunció que hará un referendum para desligarse de esta institución: ¿podrá este movimiento generar un “efecto dominó” en territorios donde el poder colonial siempre estuvo en tensión?

Para el historiador de la UBA y docente Nicolás Graciano, hay pocas evidencias de que la corona vaya a caer, a pesar de que eventualmente tenga que modernizarse para poder sobrevivir. “Sin embargo, este bosque de Juego de Tronos no nos tiene que ocultar que detrás de la monarquía hay todo un aparato imperial, cuyas consecuencias se siguen viendo hasta ahora”, explica. “Desde la destrucción de pueblos enteros hasta la imposición del sistema binario cristiano de hombre-mujer y una lógica de reproducción de hijos para el mercado laboral. Países que están sumidos en la pobreza producto del impacto de la colonización, pero también gracias a cómplices internos. Eso lo seguimos reproduciendo al día de hoy, cuando vemos cómo el mal llamado tercer mundo es expropiado de sus materias primas para sostener el desarrollo y la capacidad material de consumo que tienen los países del norte global y su población. La monarquía va a hacer todo lo posible, creo yo, para sostener ese modelo”, afirma. En ese sentido “el reinado de Isabel II acompañó todo este rumbo, que obviamente la precede, pero que ella de ningún modo trató de romper”.

¿Cómo caracterizarías el reinado de Isabel?

-Claramente es una mujer que marcó una época. Se puede comparar tranquilamente con el de su abuela, la reina Victoria. No solamente por todo el tiempo que vivió, sino por cómo usó todos los resortes que tiene la monarquía para gobernar. Lo ha hecho de una manera que, en términos políticos, podemos decir que le salió bastante bien. Se nota que ella fue una gran estratega en todo este tiempo.

¿Creés que la monarquía representa un gasto, realmente? Más allá de su costo efectivo material…

-Tenemos que dejar de pensar la monarquía bajo los ojos de quienes siempre hemos vivido en una república, o sea, como un gasto. Hay partes efectivamente de la población que creen que la monarquía es un lugar de unión nacional. En España funciona porque tiene distintas nacionalidades. Sacando los conflictos territoriales abiertos con los catalanes, hay parte de las distintas nacionalidades que ven en la monarquía una posibilidad de unión más allá de esas diferencias. En el caso noruego y sueco, también hay una idea de “bueno, por fuera de los vaivenes políticos, hay algo que nos unifica”. Y en el caso británico, la particularidad que no hay que olvidar es que quien es monarca es cabeza de la Iglesia Anglicana. Entonces hay un plus, podríamos decir, sagrado, que va a ser difícil de romper. En el caso que caiga la monarquía, de alguna manera también estaría cayendo no la iglesia, pero sí la cabeza de esta iglesia. Tiene una legitimación aparte que va a ser difícil que se pueda romper de manera tan sencilla. Puede ser que se le recorten más los poderes a la monarquía, que ya no los tiene. De hecho, Isabel tenía un poder por su propia imagen, que ha sabido construir ella misma. Pero es posible que Carlos no pueda construirlo y se parezca más a una monarquía protocolar o de cotillón, por decirlo de alguna manera, como se parecen más la sueca y la noruega. Hay que ver qué efectos se abren a partir de estas nuevas modificaciones.

¿En qué se apoya, actualmente, el aparato neocolonial británico?

-En dos patas fundamentales. Una es la Commonwealth, que está en proceso de disolución, con algunos países que están tratando de desprenderse de este organismo, como pasa actualmente con Antigua y Barbuda, como ocurrió con Barbados el año pasado y con algunos episodios en Nueva Zelanda. Estos gestos no hacen más que acentuar este imperio en decadencia, pero no por eso menos fuerte, que es Gran Bretaña desde la Primera Guerra Mundial en la actualidad.

¿Y cuál sería la segunda pata?

-La otra gran pata de este imperialismo es la City de Londres. Londres es el centro financiero mundial, junto con Estado Unidos. En algunos casos supera a Estados Unidos en término de transacciones y plazas, transformando a Gran Bretaña en una economía completamente rentista. Es decir, ellos viven del negocio financiero. Hace décadas que la base industrial de Gran Bretaña quedó nula o destruida, sobre todo a partir de Margaret Thatcher. Esto también va atado al desarrollo de multinacionales que van a los territorios del sur global a extraer sus recursos de manera barata y casi en condiciones paupérrimas para la población local, creando economías de enclave. Esto no es algo que inventaron los ingleses. Todos los imperios coloniales trabajaron de esta forma.

Escocia está preparando un referendum para el año que viene, con la intención de salir del Reino Unido. ¿Esto podría hacer tambalear a la corona?

-Esto podría ser un gran cimbronazo para la política internacional, porque ya dejaríamos de hablar del Reino Unido. Volveríamos a hablar de un Reino Unido y Escocia aparte, lo cual es raro. Sería raro pensar un mundo donde una antigua potencia colonial esté perdiendo territorios, incluso al lado de ella. Sin embargo creo que, más allá de quién queda, quién no, si la monarquía se moderniza o no, el imperialismo británico ha sabido hasta prescindir de la monarquía. Es posible que la monarquía mañana desaparezca y que Gran Bretaña y lo que quede, Inglaterra o Londres, siga conservando su rol dominante en el mundo. Eso también es importante destacar, porque creo que la necesidad o la posible supervivencia de la monarquía o no también va a estar atada a la necesidad que tenga el capital financiero de sostenerla o no.

Dentro de este marco, para Nicolás es interesante rescatar la historia del famoso diamante Kohinoor como una representación simbólica del poder imperial que, hoy en día, sigue operando. “Si bien este diamante se lo quedó la reina Victoria, Isabel nunca lo devolvió aunque se lo pidieron. En 2010 el primer ministro dijo algo así como: ‘si a los indios hay que devolverles el diamante Kohinoor, entonces el museo británico quedaría vacío”. Posiblemente la monarquía no caiga tan sencillamente, por más que el príncipe Carlos se empute en su primer día de trabajo -con 73 años- porque se le rompió una birome y se le llenó de tinta la mano. Sin embargo, sin dudas él y sus herederos van a tener que pensar nuevas estrategias para resistir a los reclamos de actores que, como la coalición de activistas jamaiquinos, no quieren que los príncipes de Gales se saquen fotos con ellos como si fuesen utilería, sino que exigen una inmediata reparación histórica y hablar de la realeza como cómplices de un genocidio.