Como en un viaje constante divagando entre lo real y la ensoñación, nos hallamos en Rosario. Existe en algunas pocas almas atormentadas una rebeldía para no naturalizar las situaciones abusivas que vivimos en lo cotidiano en la ciudad. Esa rebeldía nos mantiene alertas, conscientes, vivos.

Es, diríamos, lisérgico, caminar las calles esperando que de algún hueco de una caverna imaginaria salgan seres humanos como nosotros, a querer despojarnos, no solo de algo material, sino de esa pertenencia psicológica y espiritual que nos concibe en seres individuales y libres. Esto a cualquier hora del día. No se les ocurra andar entrada la noche. Además, enrejen, si aun no lo hicieron, sus departamentos, porque van a trepar hacia sus sueños complacientes y les arrebataran una porción de su tranquilidad nocturna.

Esto luego de despertar al alba, casi primaveral, con la mente llena del humo por el sacrificio de los humedales isleños. Salir a la vida entre residuos tóxicos en el aire de quemas indiscriminadas por intereses miserables. Pobre flora. Pobre fauna. Pobre la humanidad rosarina.

Y como si esto fuera poco, Nación va a enviar miles de barbijos. Chau pandemia. Hola humareda. Es tan bizarra la vida política en nuestra patria. No hay manera de salirse de esta trampa burocrática, complaciente, despreciable. Además, ir al supermercado seria como ir a un barrio bombardeado de Ucrania. Todos los días hay remarcaciones de precios. No hay ningún tipo de control ni supervisión. Es tan desgastante. Nos transformamos en espectros autómatas frente al saqueo moralista y organizado de las corporaciones.

Existimos en un basural adornado por ramalazos de ferias, recitales, campañas, diversión, gastronomía, colectividades, pasiones futboleras, paseos recreativos, costas con torres elegantes con la precariedad urgente. Todo esto como si la vida en la ciudad fuera un oasis agradable. Y solo estamos en una hoguera nociva rodeados de empedernidos. ¿Acaso aun no lo notaste?

Osvaldo S. Marrochi