Tengo el recuerdo de ver a mi mamá que se quedaba desvelada leyendo un libro al que solo llegaba a divisarle la tapa. La imagen de una monja con los ojos cerrados y el rostro tirado hacia atrás. Santa Teresa de Avila. Una religiosa condenada a una enfermedad, entregada su vida a la fe y la austeridad. Pero Santa Teresa no fue cualquiera de ellas. Fue también una mística que se consagró insaciable y extasiada con Dios. Entregada al arrobamiento, al arrebato.

Llena de placer y agonía, Teresa escribía las experiencias totales, las voces que la habitaban. Sensualidad, elevación, dolor, placer y reflexión.

Hace poco me tocó acercarme a su escritura y la Santa me recordó más a los versos de una Pizarnik dolida por el mundo, entre su máquina de escribir infrenable y un cigarrillo consumido. O a la Alfonsina que se hunde en los océanos profundos, no sin antes dejar las prosas con las que muchas nos acercamos a la poesía por primera vez.

De la mística a la histérica

Santa Teresa de Avila o Santa Teresa de Jesús, fue una monja, escritora y mística cristiana. Nació en 1515, en la provincia de Ávila. Realizó una reforma en la orden religiosa y fundó el convento de San José de Ávila, el primer convento de Carmelitas Descalzas. Una mujer no convencional para la época, una revoltosa de la fe. Y junto con San Juan de la Cruz, fue una de las referencias principales de la mística experimental cristiana​.

Estuvo aquejada por una enfermedad durante muchos años que le producía grandes dolores, convulsiones y estados de parálisis. Incluso atravesó un coma de varios meses que casi termina con su vida. Por estas razones, su estadía en el convento donde vivía era interrumpida por reiterados regresos a la casa de su padre, quien la cuidaba hasta que ella podía regresar. A sus 40 años tiene su primera visión y empieza a partir de ahí a vivir las experiencias místicas de entrega a Dios, que la acompañarían toda su vida en el convento. Sus textos que están llenos de estados de éxtasis, levitación, política, dolor; se parecen más a una prosa brujeril y demoníaca, digna de Inquisición, que a las letras de una Santa.¨Comenzó su Majestad a darme muy ordinario oración de quietud y muchas veces de unión, (...) era tan grande el deleite y suavidad que sentía, y muchas veces sin poderlo excusar¨.

A partir del siglo XIX, Teresa de Avila se vuelve una de las protagonistas de la caracterización de la Histeria y de la asociación de ésta con el misticismo. Todo explicado a través de categorías diagnósticas y biológicas: las enfermedades prolongadas, los fenómenos extraordinarios como el éxtasis o la levitación, la sensualidad que permea sus escritos. La magia erótica de su mística se volvería una enfermedad. Las elevaciones de la Santa del Éxtasis se convertirían en estados de epilepsias o delirios de una histérica con erotomanía. Materia sensible inatrapable. Un horror. Un exceso. Entonces una patología.

Por otro lado, la alianza del cristianismo con la medicina produjo una transformación en la concepción de lo sagrado y lo erótico. Destrozando y separando, por un lado la carne que tiembla y se estremece y por otro lado lo expresado desde lo virginal. Un cuerpo sin cuerpo. Sin deseo, sin dolor y sin placer. Dividiendo lo puro de lo impuro, lo normal de lo anormal. Lo biológico de lo místico, sin sensualidad.

Pero hay otra materia que se sustrae a estas lógicas. Un cuerpo que vibra afectado por el mundo. Un cuerpo sagrado, deseante, desbordado. Invasión insidiosa, voluptuosidad. Así su misticismo son un llamamiento, una invocación, un ritual. Un modo de conspiración inventiva que revela algo de nuestro mundo. Y la experiencia de la invención se esconde a los ojos de la moral.

Lo todo y la multiplicidad

La mística de Teresa nos muestra que hay un cuerpo que queda proscrito no solo de la fe, si no de la fiesta de la ciencia del diagnóstico. El cuerpo que no se organiza, no se distribuye, no se jerarquiza. No se puede medir, curar. Para ella las elevaciones místicas eran una entrega de su cuerpo. Entrega a lo insoportable y excitante de la desintegración. Conformación plena. Sustancia infernal de lo cósmico en su estado total. Así, llamaba sus entregas de éxtasis místicas, Lo Todo para ella, donde ella Lo era Todo:

"Pero es un gran tormento, porqué acrecienta el deseo. Parecen unos tránsitos de la muerte, salvo que estos padeceres traen consigo tan gran contento al alma. Es un recio martirio sabroso: ninguna cosa admite este estado. Se quiere todo junto y no se sabe lo que quiere. Digo no sabe porque la imaginación no puede representar nada a mi parecer".

Manada. Poblamiento. Contagio. Multiplicidad, que no entiende de órdenes únicos ni de opuestos. Que se escapa a lo binario de las formas de vida que dicen y dividen algo. No hay algo, hay poblaciones de poblaciones. Pero en estas expresiones no hay una ética de lo inalcanzable, lo imposible, lo que queda afuera, el más allá. Todo lo contrario, la multiplicidad está más acá de nuestras existencias. Como forma de escribir, de vivir. La multiplicidad palpita en nuestros actos, en nuestra cotidianidad.

Misticidad y erotismo

¿Es el diagnóstico de la histeria una experiencia del saber? ¿La locura que el cuerdo señala, no es multiplicidad? ¿Escribir es una experiencia mística?

Santa Teresa, en carne propia, no deja reducir la experiencia mística a una patología. Evita la lectura médica del orgasmo, como enervación neuronal. Ella muestra que en su vivencia erótica y mística hay un modo de lo político. Experimenta dolor, visión, éxtasis, potencia y despotencia. Su malestar decía sobre los modos de vida. Su placer era el encuentro con un decir. Ella lo sabía. Lo sentía. ¿Acaso la política no empieza en algo tan pequeño como en un dolor tan grande? ¿En nuestros placeres inmensos hay una verdad? ¿El reverso de lo patológico, no es potencia de insumisión?

Esto es lo que me hace escribir sobre la Santa que mi mamá leía en sus noches de desvelo. Esa vibración, manada, contagio, población. Linaje de la experiencia de lo múltiple. Y entonces, Pizarnik, Alfonsina, Teresa, mujeres corridas de los guiones de las buenas feminidades. Su erótica, nuestra erótica, es un modo de conocimiento de las formas del mundo. La escritura, como una experiencia íntima y mágica, una manera de habitar un saber.

La escritura como síntoma, el más hermoso y el más terrible. Ese delirio que nos permite transformar presentes. Mística, no como diagnóstico, si no fuerza de subversión.