Los poemas de Luis Hernández combinan un conjunto de referencias que van desde las expresiones en latín hasta un cartel de Coca-Cola en la calle, como si la ciudad de Lima que recorre la voz poética (a pie o en el estilo) no fuera otra cosa que el punto de unión donde todo converge. Pero, a su vez, esa modernidad nacida del montaje que lo hace tan cercano a la mirada de hoy no rechaza la reflexión acerca de la naturaleza, de su lugar en la creación artística, hasta el punto de que hay también un arte poético construyéndose de a fragmentos, en repeticiones, en textos que lo acercan al haiku. Aquí, una breve selección de poemas a modo de pequeñas iluminaciones de Luis Hernández.


“Ezra Pound: cenizas y cilicio”, de Constelaciones (1965)

I

Tower of Pisa

Alabaster and not ivory. Y eterno,

para ferias fascistas

quien la canta.

Y ebrio ya de belleza y en demencia

(puede ser que sus ojos sean nuestros)

Rojo mar y el adriático crepúsculo

y dos guerras herrumbradas en su frente:

frente a la lívida amenaza de la historia:

Ezra Pound,

Ezra

y en su ejército perenne en pie

de muerte.

Torre de pisa

et cinis et cilicium.

II

Ezra:

sé que si llegaras a mi barrio

los muchachos dirían en la esquina:

qué tal viejo, che’ su madre,

y yo habría de volver a ser el muerto

que a tu sombra escribiera salmodiando

unas frases ideales en mi oboe.

El milagro se oculta entre lo oscuro

donde olvido y memoria son tan solo

los reflejos de lo áspero y amado,

la ilusión que ha surgido del enebro.

Duramente recuerdo tus poemas,

viejo fioca,

mi amigo inconfesable.



“El bosque de los huesos”, en Constelaciones

Mi país no es Grecia,

y yo (23) no sé si deba admirar

un pasado glorioso

que tampoco es pasado.

Mi país es pequeño y no se extiende

más allá del andar de un cartero en cuatro días,

y a buen tren.

Quizás sea que ahora yo aborrezca

lo que oteo en las partes: mi país

que es la plaza de toros, los museos

jardineros sumisos y las viejas:

sibilinas amantes de los pobres

muy proclives a hablar de cardenales

(solteros eternos que hay en Roma),

y jaurías doradas de marocas.

Mi país es letreros de cines: gladiadores,

las farmacias de turno y tonsurados,

un vestirse decentes, con un hijo naval.

Abatido entre Lima y La Herradura

(el rincón de Hawai a diez kilómetros

de la eterna ciudad de los burdeles),

un crepúsculo de rouge cobra banderas,

baptisterios barrocos y carcochas.

Como al paso senil del bienamado, ahora llueve

una fronda de estiércol y confeti:

solitarios son los actos del poeta

como aquellos del amor y de la muerte.


“Y canto…”, de El eterno retorno (cuaderno fechado en 1970)


Y canto

pues la música nació

cuando las aves imitaron

la canción del hombre.


“A un suicida en una piscina”, de El eterno retorno


No mueras más

oye una sinfonía para banda

volverás a amarte cuando escuches

diez trombones

con su añil claridad

entre la noche

no mueras

entreteje con su añil claridad

por lo que Dios más ame

sal de las aguas

sécate

contémplate en el espejo

en el cual te ahogabas

quédate en el tercer planeta

tan solo conocido

por tener seres bellísimos

que emiten sonidos con el cuello

esa unión entre el cuerpo

y los ensueños

y con máquinas ingenuas

que se llevan a los labios

o acarician con las manos

arte purísimo

llamado música.

No mueras más

Con su añil claridad.


“Chanson d’amour”, de Naturaleza viva


Fuimos a ver

Astasia Abasia

la hija del Zar.

Ambos nos dormimos

pero aún así

era bello verte.

Era bello verte

más que el cuarto creciente

que esperaba afuera

tras la C

de Coca Cola.

Era bello verte.


“Matan a robacarros”, de Naturaleza viva

El ladrón de autos ya se encuentra

en la morgue.

Fue victimado a la una

de la madrugada.

Los guardias primero dispararon

al aire,

pero como él se enfrentó

le dispararon al cuerpo.

El patrullero hacía su ronda.

El ladrón tenía 22 años.

Este es el precio del auto 086338.


“Soy Billy the Kid…”, de Cuaderno negro


Soy Billy the Kid

ladrón de bancos

y como voy herido

y como herido estoy

sé hacia dónde me encamino

y conozco la soledad

por eso también sé

dónde ir, dónde escuchar

el sacro azul de las olas

de la mar océano y el viento

y mi corazón no conoce

el reposo porque

mi corazón es ya tiempo

y enlazado a nadie

de nadie contemplado.

Y mi vida

tiene un único relato

tan lejano silencioso,

solitario. Qué es

esa flor que llevo

ya marchita

de días que se fueron

y te dirán de mí

tantas cosas

Lima, mi esbelta,

mi ciudad natal.

Oh Christ, that if where possible

for one short hour to see

the souls we loved, that they might

tell us

what and where they be.


“Soy Luchito Hernández…” de El jardín de los cherris


Soy Luchito Hernández

ex campeón de peso welter

poca gente me habla.

Hasta oí a alguien

preguntarme

¿de qué te defiendes?

Y yo hubiera respondido

si no silencioso fuera:

más bien te defiendo de mi luz. Una luz

que reuní y me friega.