Los discursos de odio se desarrollan en el marco de una cultura bélica estimulada por la industria del entretenimiento norteamericana. Discursos que establecen jerarquías, colocando a determinados grupos en el lugar de subhumanos: “uno menos, éste no jode más”, “el que mata tiene que morir” o “el que quiera andar armado que ande armado” son frases que seguramente escuchaste y que se inscriben en esas miradas. Una reciente publicación de la Defensoría del Público con el Centro Ana Frank Argentina definió a los discursos de odio como “cualquier tipo de discurso pronunciado en la esfera pública que procure promover, incitar o legitimar la discriminación, la deshumanización y/o la violencia hacia una persona o un grupo de personas en función de la pertenencia de las mismas a un grupo religioso, étnico, nacional, político, racial, de género o cualquier otra identidad social”.

Estos discursos no son nuevos, pero a la lógica de la comunicación mediática actual les son profundamente funcionales. Una comunicación basada en el impacto, con apelación a la emotividad, con frases breves y poco análisis, es proclive a la estigmatización y a la construcción de chivos expiatorios.

Las mal llamadas redes sociales, esas plataformas digitales donde volcamos muchas veces en forma acrítica nuestras opiniones, complejizan el escenario ya que el algoritmo condiciona qué información recibiremos.

A partir de nuestros comentarios, de los “me gusta” y de la información compartida, el algoritmo nos acercará posteos (muchas veces con información errónea) que coinciden con nuestras miradas, reforzando nuestros puntos de vista. Así se va construyendo el denominado filtro burbuja, un filtro invisible que nos invita a pensar que nuestra mirada es mayoritaria o, por lo menos, a invisibilizar los diversos puntos de vista que existen en la sociedad. Es decir que si sos seguidor de una organización política de extrema derecha autoritaria es poco probable que encuentres contenidos que te inviten a empatizar con grupos históricamente vulnerados.

Otro elemento central es que en esas plataformas digitales los discursos que prevalecen son de impacto emocional con Imágenes llamativas, textos breves y muchas veces con informaciones falsas. Relatos que no nos invitan a problematizar: pensá rápido, indignate, compartí.

Lo complejo es que los discursos de odio, que deshumanizan, estigmatizan y discriminan terminan legitimando y generando las condiciones de posibilidad de otras violencias más extremas.

¿Qué hacer con los discursos de odio en este complejo escenario?

El amor vence al odio fue una frase que repetimos. Sin embargo, oponer el amor al odio nos invita a pensar la sociedad en antagonismos. Una sociedad dividida entre buenos y malos: los que odian y los que aman. Pensar de esta manera puede ser proclive a la legitimación de la violencia, porque al mal lo debo eliminar.

A los discursos de odio se los enfrenta con la democracia y el respeto de los Derechos Humanos. Tenemos que respetar la diversidad de miradas, cosmovisiones, culturas y proyectos que habitan en este territorio desde una perspectiva de derechos.

Los medios de comunicación y las plataformas digitales son los espacios donde se darán buena parte de los debates políticos ideológicos y, lamentablemente, buena parte de los discursos que incitan a la violencia. Claramente, estos intercambios se dan en una sociedad con profundas inequidades y desigualdades de relaciones de poder. Frente a los discursos de odio, el Estado y las organizaciones de la ciudadanía deben construir las estrategias para defender, promover y garantizar una comunicación plural, diversa y democrática basada en perspectivas de derechos.

* Licenciado Comunicación Social UNLZ. Profesor de la UNRN