Hay cierta clase de experiencia que te desarraiga con brutalidad del presente y genera un desdoblamiento de la conciencia: no sólo vivís sino que además te ves viviendo durante ese instante decisivo. Ahora el tiempo se ha desbaratado, por fin. Lo cotidiano, la sucesión de los días y las noches, ya se hundió en otro plano de lo real. Pronto surgirá una confesión lírica, sobrevolando la extrañeza poética. Es decir, un hombre que intentará recuperar las razones o las causas que se mantienen como un enigma en el plano existencial o en la nebulosa del recuerdo. Escribir para desentrañar lo que provocó aquel desarraigo es lo que pareciera imponerse en forastero de mí (y otros poemas reunidos) de Guillermo Cácharo: “en tus ojos pétalos verdes / el tiempo se atolondra / y maravilla / es que allí los instantes no tienen días / entonces se vuelve nene el tiempo”.

O en otro poema, uno de los que abren la primera serie, versos indóciles: “tengo una app en el celu / que miro cada mañana y me muestra / la info para empezar / mi día como necesito”. “Algo falló con la última / actualización / porque hoy quiso mostrarme / la probabilidad de abusos los grados / de violencia / la lentitud del viento de cambio / el porcentaje de imbecilidad / índices de injusticia sensación / de angustia”. Si lo que falló se mezcla con la noción del tiempo, pronto vendrá un desdoblamiento, si no para definir el tono de este excepcional poemario, al menos para intentar hallar una de las múltiples claves de lectura que ofrece: “si hay alguien igual a mí en otra parte / del planeta / será preferible no encontrarnos dice el mito / porque de encontrarnos uno / de los dos debe morir / dice el mito y escribió edgar allan poe / pero si hay alguien / igual a mí digo yo o me pregunto / será provechoso el encuentro / tal vez así / cara a cara café a café / corrijo / mate a mate a mate si es igual a mí / uno de los dos escuche observe / sienta / y con paciencia con piedad / se perdone se acepte”.

“Desde chico escuché la palabra poética, sin saber que lo era, en forma de canciones. Tremenda poesía se encuentra en nuestros cancioneros, de todos los géneros. Hoy la considero a la poesía como un arte simultáneamente verbal, musical y visual. Como lector, no me atraen las experimentaciones formales puras o la suspensión completa del sentido, si bien las considero búsquedas legítimas”, dice Guillermo Cácharo, autor de No había luna esa noche (Simurg, 2000), que recibió un premio de la Secretaría de Cultura de la Nación por dos de cuyos relatos que, a su vez, fueron premiados en el Concurso Internacional de Cuentos “Juan Rulfo” (Francia). Escribió dos obras teatrales: Memorándum (2004, estrenada en 2008) y Silvia en el espejo (2009), esta última por encargo del Municipio de Morón para el ciclo de Teatro por la Memoria, la Verdad y la Justicia, dentro de un colectivo de obras dedicadas a madres de desaparecidos del municipio, publicadas en 2018 por Editorial el Zócalo con el nombre Pañuelos en escena. Además es autor de la novela Cronología de la furia (Et, 2014).

Si en forastero de mí hay una deliberada concepción de los elementos formales y retóricos, su originalidad concierne a lo más difícil de alcanzar: participar a los lectores de una manera singular de sentir una realidad que deja sus huellas en lo sensorial, una especie de trampolín psíquico hacia la zona más frágil de la conciencia. “si pudiera volver a mis ojos / aquellos marrones / pequeños sin este anillo mustio en el iris / miraría toda una tarde / las hojas amarillas de los tilos / de casa / cada hoja una a una / la tarde entera olor a abril / hasta que sean distintas inconfundibles / y recordar cuáles escoltan / por siempre / las zapatillas rojas de mi hermano trepado / a una rama alta con gusto a cielo”. 

La poesía no está hecha para ser explicada, es cierto; pero el poeta, en este caso se deja hablar por la poesía para entender o para entenderse,por eso quizás las múltiples evocaciones que aparecen en forastero de mí, los diálogos-referencias a la literatura o la música y otras artes. Estructurado en cuatro partes, forastero de mí comienza con versos indóciles, fechados entre el 2017 y 2021, luego sigue forastero de mí (2016 -2011) que abre con un poema que hace equilibrio entre dos universos íntimos, ese rotundo aceptarse a sí mismo, sin que conozcamos el motivo por el cual se convirtió en un exiliado de sí mismo: “a veces me encuentro me sé / forastero de mí / la cosa parece buena es fascinante / descubrir con ojos extraños el paisaje / de siempre / aunque yo no sea buen guía de yo / qué bueno reírme de mi idioma / y que yo se ría del mío / claro que eso descubrir reír fascinado pasear sucede / si forastero soy turista / pero temo llegar a mí extranjero / inmigrante ilegal / y explotarme retener mi documento / excluirme / romperme la cabeza con una botella abrirme de una puñalada / porque así son las cosas así el territorio / y tengo que aprender que saber que no soy de aquí de mí / aunque no recuerde de dónde / fui exiliado”. En la tercera parte, titulada hombre (2006), los poemas tienden a irradiar una violencia que nace de lo más profundo del silencio; hay algo de ajusticiamiento propio y necesidad de que, de una vez por todas, el dolor se configure en un instante preciso para poder aprehenderlo. “recuerda muerde los labios / una lágrima el sol todo ahí en el punto / un chiquito / el dolor todo ahí el asombro”. Pero habrá que llegar al final, mirada del mar (2003), para entender el entramado existencial, la incógnita detrás de una ausencia que fue dolor pero antes fue un poema.

Forastero de mí (y otros poemas reunidos) de Guillermo Cácharo, es uno de esos libros que recuperan lo más esencial de la poesía.