“No estoy de acuerdo con nada de lo usted dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo”, uno de los principios basales de la libertad de expresión tiene su contraparte: la libertad de las demás personas. Pues la libertad absoluta no existe. El Terror en la Revolución Francesa fue producto de pretender que la libertad “del hombre y del individuo” fuera incondicional, sin norma ni regla ni frontera alguna, fue una guerra interna sangrienta y cruel. La población entera quedó en peligro. Para reestablecer la paz hubo que consensuar criterios de demarcación. No se puede promover la violencia en nombre de la libertad individual, somos seres sociales, conformamos comunidad.

Ahora bien, ¿cómo prevenir una intrusión de límites de cada quien sin caer en la censura? ¿Dónde o cómo se debe acotar la libertad de expresión sin poner mordazas antidemocráticas? ¿Cuál es el criterio que diferencia el llamado a la prudencia de la censura? ¿Cuándo la libertad personal deviene insulto, falta de respeto, agresión punible?, ¿incitación al crimen?, ¿apología del delito? Los discursos producen efectos concretos. No son flatus vocis (soplo de sonidos, palabras vanas) como decían los nominalistas medievales, incitan a la acción.

Libertad para todo es libertad para nada, dice Georg Wilhelm Friedrich Hegel. En Principios de la Filosofía del Derecho, reconoce la necesidad de autonomía para ser libre, pero la autonomía no es una mónada cerrada y sin ventanas. Se construye y disfruta respetando la vida de las personas y el entorno. La libertad legitimada no puede ser sólo individual, lo verdadero es el todo.

Si la libertad personal fuera incondicionada sería indiferente respecto del resto de la realidad y de las demás personas, así como de los efectos de su propia conducta sobre el resto. Se actuaría en forma egoísta en función de las propias pasiones excluyendo las circunstancias exteriores y perdiendo vínculo con lo social (excepto con personas allegadas o cómplices para compartir indiferencia comunitaria). Se rompe el entramado social.

Existen normas internacionales. Derechos universales que establecen la prohibición de los discursos de incitadores a la violencia política, religiosa, racistas o cualquier otro tipo de apología de odio. La declaración universal de los DDHH establece que todos los seres humanos nacen libres e iguales y -dotados como están de razón y conciencia- deben comportarse fraternamente con el otro. Esto es muy diferente a una libertad personal absoluta.

Mi libertad no es tal si incita a la agresión, el odio y a la desaparición del oponente. Así se expresan los fascismos, con expresiones hostiles que incitan a la discriminación y la violencia contra una persona o grupo vulnerables. Un elemento peligroso que coquetea (y más allá) con el dispositivo liberal y pretende desgranar en incontables pedazos la noción de pueblo. La niega, la trocea, la divide en retículas. La libertad individualista es indiferente al bien común, mónada sin ventanas y sin armonía preestablecida. A la luz de un juicio de valor se trata de voracidad egocéntrica.

Otro elemento perturbador. La ideología de las clases dominantes se inmiscuye en las luchas progresistas y las pervierten. Por ejemplo, los feminismos -una de las luchas sociales más originales, inquietas y potentes del último centenio- nacen y se fortalecen militando por adquirir derechos equitativos para todos los géneros identitarios sexuales. Históricamente los feminismos han sido sublevaciones contra el orden patriarcal establecido. Incluso las últimas olas de feminismos son transfeministas, en el sentido que defienden no únicamente el trato igualitario y digno con las mujeres sino también con demás discriminaciones sociales: sexualidades diferentes, personas con discapacidad, trans, pobres, gordas, de piel oscura, inmigrantes.

Pero he aquí que el neoliberalismo intensifica su tradicional consigna del sálvese quien pueda y circula mediatizado por algunas de sus voceras glamorosas. No solo al estilo de conductora de TV de impecable elegancia, despreciadora de las clases populares y la identidad de género. Existen mujeres -también funcionales al patriarcado- pero que se auto titulan “feministas”. No por defender derechos sociales para todas las mujeres, sino por defender la meritocracia y hacer a las víctimas responsables de sus quebrantos. “No te esforzaste suficiente, el triunfo es fruto exclusivo de tu esfuerzo”. Falacia de indiferencia que asimila a mujeres arrojadas a esta sociedad desprovistas de todo, con otras que aterrizan muellemente en cuna de oro.

Las mujeres seríamos las responsables de no ganar poder ante el acoso o el ninguneo o la descalificación económico-laboral que el machismo nos prodiga. El viejo mito imperialista estadounidense de la igualdad de oportunidades que brindaría la democracia liberal nos permitiría obtener derechos, siempre y cuando trabajásemos bien para ello. Quien no triunfa es porque no se esforzó lo suficiente. El feminismo de derecha es utilitario al orden injustamente establecido. Ronroneo liberal que proclama que el motivo de la marginalidad de las mujeres recae en cada mujer de manera individual.

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El autoproclamado discurso feminista con perfume liberal impulsa prácticas de empoderamiento personal. Supone o predica que si cada mujer se esforzara se encontraría consigo misma, no se sometería. Esta postura no produce críticas a la producción social y repetición de injusticias milenarias contra la mujer y otras minorías. Como si fuese un orden del que se puede zafar con actitud. El feminismo individualista (una contradicción en los términos) ostenta lideresas de atildada elegancia. Suelen dedicarse a vender cursos para “el empoderamiento” de la mujer. Pero no la mujer como colectividad humana víctima de injusticias y exclusión, sino la mujer individual que, si sufre desarraigos y abusos, es por falta de voluntad. Estas influencers aconsejan a las alumnas de sus cursos que no permitan que nadie les diga cómo deben verse. Ahí está la reafirmación de “nuestra auténtica feminidad”. ¿Confunden -quizás inconscientemente- feminidad con feminismo? Lo primero es un invento machista de sometimiento y dominación; lo segundo un movimiento mundial por la inclusión y la igualdad social, no una salida individual.