Un puñado de adolescentes chilenos que pensaban cambiar el escenario “dinamitándolo todo si era necesario” emergen con la seductora imprudencia de la energía colectiva. El 10 de julio de 1985 tomaron el Liceo A-t2 en la ciudad de Santiago. Nona Fernández Silanes podría haber participado; pero no se animó. La prensa entonces tituló el hecho como “la vandálica acción de un grupo de exaltados” que concluyó con más de trescientos escolares detenidos por las fuerzas especiales de Carabineros. “¿Qué será de los niños que fuimos? Alguien se precipitó a encender la luz,/ más rápido que el pensamiento de las personas mayores”. Este poema de Enrique Lihn, incluido en La pieza oscura, fue como la banda sonora que la acompañó cuando en 2004 empezó a escribir su segunda novela para suturar la herida de una generación “anestesiada”. Los protagonistas, Juan y Greta, que participaron de esa toma, hace veinte años que no se ven. Él renuncia a todo y se recluye en la casa de su infancia. Ella frecuenta los locales de repuestos de la Avenida 10 de julio buscando las piezas necesarias para recomponer el furgón donde murió su pequeña hija junto a varios niños en un accidente.

En abril de 2006, cuando ya había terminado la novela, comenzó la movilización estudiantil, denominada la “Revolución Pingüina”. Avenida 10 de julio es la novela que publicó originalmente en 2007 y que aparece ahora por primera vez en Argentina, editada por Eterna Cadencia. La novela conecta con las tomas en los colegios de la ciudad de Buenos Aires y también con el presente en Chile, luego del golpazo que significó el triunfo del Rechazo a la Nueva Constitución. “El golpe emocional ha sido muy fuerte y hay una cantidad de nosotras que estamos en shock; todavía estoy muy nublada por la pena, por la rabia, por la vergüenza”, confiesa Fernández a Página/12. La escritora chilena, invitada al Filba (Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires), se presentará este viernes a las 18.30 en el panel “Toda literatura es política”, junto a Gabriela Massuh y McKenzie Wark. “Escribí la novela cuando la promesa de la democracia chilena se había aguado y comenzábamos a darnos cuenta de que estábamos atrapadas en un sistema económico que nos estaba precarizando. Entonces aparece un sentimiento de desasosiego y extrañeza; algo habíamos perdido en este juego de ganancia supuesta que era vivir en democracia. Y me pasaba que observaba la realidad chilena en el 2004 y no entendía cómo nadie se rebelaba, cómo no había movilizaciones”.

La molestia de la escritora, nacida en Santiago de Chile en 1971, era compartida por una generación más joven que protagonizó la “revuelta pingüina”. “Siempre he creído que la mayor lucidez la tienen los jóvenes”, subraya la autora de las novelas Mapocho (2002), ganadora del Premio Municipal de Literatura; Space Invaders (2013) , finalista del National Book Award; Chilean Electric (2015), ganadora del Premio MOL; y La dimensión desconocida (2016), con la que obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, otorgado por la Feria del Libro de Guadalajara. Después de la primera “revuelta pingüina”, analiza la escritora, salieron a la calle otros movimientos sociales (por las pensiones, por lo ecológico, por el mundo indígena) y en 2018 las mujeres. “El movimiento feminista fue el gran contenedor de todas las demandas ciudadanas que estallan en 2019. La novela dialoga con ese malestar, observa ese malestar, problematiza ese malestar”, reconoce la creadora de las obras de teatro El taller, Liceo de niñas y Paren la música.

En relación a lo que vendrá, luego de la derrota en el plebiscito, Fernández admite que la realidad le parece desconcertante. “Nos toca mucha reflexión, mucho análisis. Chile es un país muy conservador, muy neoliberal, y había que tener en cuenta ese espíritu para poder hacer los cambios; en Chile decimos que ‘tiramos la caña muy lejos’. Eso, sin duda, asustó a gran parte de la población. La realidad ha sido manipulada de manera tal que de pronto la misma persona que quiere un cambio luego se asusta y mañana está reclamando contra las mismas personas que votó. Hay un gran enredo. Me tocó estar mucho en la calle para hacer campaña por el “Apruebo” y lo que vi fue mucha confusión, mucha instalación de mentiras, sobre todo en las clases más populares”. A pesar del shock por la derrota apuesta por un nuevo intento. “El proceso fue inédito y fue el más legítimo que hemos tenido; por eso el Rechazo fue demoledor -se lamenta-. Yo creo que vamos a tener una nueva constitución que nos va alejar de la constitución ilegítima de la dictadura”.

-¿Qué hay de vos en los personajes de Juan y Greta? ¿Participaste como ellos en la toma de un colegio?

-Yo participé de los movimientos secundarios; es una biografía colectiva más que personal lo que aparece en la novela. Juan y Greta intentan traducir muchas experiencias y el espíritu de parte de una generación. La toma del 10 de julio es una toma real; toma en la que yo no participé porque era muy cagona... A mi me daba miedo. Yo participaba de las reuniones, pero no de la toma. La reconstrucción de esos hechos la hice a través de testimonios de compañeros y compañeras que estuvieron allí. Cuando era más joven y participaba de los movimientos secundarios, me daba más miedo la toma por la reacción de mi madre que por lo que pudiera pasar ahí adentro (risas). Parte de la novela observa a mi generación como los niños que éramos, aunque no nos sentíamos niños porque una a los 15 años es dueña del universo.

-En la novela se insinúa que el neoliberalismo es una máquina de crear seres dañados, ¿no?

-Exactamente. El neoliberalismo es una máquina de fracturas y pérdidas; al entrar en ese juego perdemos algo. O vendemos algo. Y nos quedamos con una pieza en falta. La metáfora de la calle de los repuestos (la Avenida 10 de julio es como la avenida Warnes en Buenos Aires) habla de la posibilidad de encontrar un espacio donde reciclarnos para olvidar esa atomización al que el sistema nos lanza; un espacio donde podemos completarnos con las piezas de los otros y las otras.

-¿Por qué el pasado y la memoria son temas recurrentes en tus novelas?

-Cada vez que me siento a escribir un libro pienso que voy a entrar en un universo nuevo y termino problematizando la memoria. Y voy completando el libro anterior y luego hilando con el otro. Sin el problema de la memoria yo no existiría como escritora; ha sido el gran determinante de mis obsesiones y de mis fantasmas. La actualidad de la sociedad chilena no se comprende si no se habla de la dictadura; el hecho más traumático y preciso es que nuestro día a día está pautado por una Constitución redactada por los militares. Todos los problemas que tenemos nos devuelven al pasado, aunque queramos salir de esa pesadilla. Cada vez que empezamos a hablar de un problema y empezamos a tejer hacia atrás, nos encontramos con ese hoyo negro del cual no logramos salir. Mis desasosiegos me llevan a ese lugar, que es el caldo de cultivo de mi escritura. El fantasma está ahí; tenemos el elefante en la sala desde el año 73 y no logramos expulsarlo todavía.