Este domingo se decide si Brasil tendrá nuevo presidente, o si será necesario esperar hasta otro domingo, el 30 de octubre, para decidir en una segunda vuelta el retorno de Lula da Silva a la presidencia.

La gran característica de ese pleito es que desde el final de la dictadura y a partir de 1989, cuando por primera vez en 29 años hubo elecciones presidenciales, nunca hubo, ni de lejos, una tensión semejante.

El actual mandatario, el desequilibrado ultraderechista Jair Bolsonaro, aparece en las encuestas bastante atrás de Lula. Nada indica que pueda recuperar espacio perdido entre hoy y mañana, y tampoco en una segunda vuelta.

Si alguien esperaba algún cambio a raíz del debate realizado entre las diez y media del pasado jueves y las dos y media de la madrugada del viernes, se equivocó. El horario determinado por el canal de televisión de mayor audiencia en Brasil, la TV Globo, hizo que parte esencial del electorado –los que trabajan temprano– no siguiese más que la primera y a lo sumo segunda hora del debate.

Lula necesita alcanzar la mitad más uno de los votos útiles (exceptuados los que se decidan por votar en blanco, anular el voto o directamente no comparecer a las urnas) para liquidar el asunto en la primera vuelta. Los sondeos indican que es alta la posibilidad de que lo logre.

Por tal razón, es grande la preocupación de los coordinadores de su campaña en relación a dos puntos específicos: la posibilidad de que los movimientos de Bolsonaro incitando sus seguidores a actos de violencia surtan efecto, y que el temor frente a esa misma violencia aumente el número de los que no comparecerán a las urnas.

El absentismo suele rondar la casa de los veinte puntos, pese a que el voto es obligatorio en Brasil. Los actuales sondeos toman ese dato en consideración, pero queda claro que si el absentismo supera esa marca el resultado final será afectado.

Lula, por su vez, logró reunir el respaldo de figuras destacadas en amplios sectores del liberalismo y hasta del conservadurismo, de empresarios a políticos de partidos de centro y centro-izquierda, de economistas a exministros de gobiernos encabezados por nombres que lo derrotaron (como Fernando Henrique Cardoso en 1994 y 1998), e inclusive el insólito apoyo de exintegrantes del Supremo Tribunal Federal, ahora jubilados. Hasta quienes fueron especialmente duros en juicios contra actos de corrupción llevados a cabo por aliados de Lula e integrantes del mismo PT ahora se declaran favorables a su elección.

Quedan, pues, dos incógnitas relacionadas a qué pasará entre hoy y mañana: ¿habrá violencia en las calles contra seguidores de Lula? Esa es la primera incógnita.

La segunda: en la noche de domingo ¿Brasil conocerá el nombre del futuro presidente?

Permanecerá por más tiempo una duda que les ocurre a millones de brasileños: ¿Cómo fue posible elegir en 2018 semejante bestia como presidente de la República?