Había nacido en 1948. Su casa de la niñez formaba parte de una librería, que llevaba el apellido familiar, en el centro comercial de Rosario: Córdoba 1281. Como ingeniera civil y aficionada a la historia, a Liliana Ruiz quizá le hubiera gustado este comienzo preciso. 

Entre libros nació y vivió. Editó libros, fue su última profesión. La despedida, el sábado pasado, reunió en el dolor a su familia y a los autores de su editorial, Baltasara Editora, cuyo isotipo es una hoja de roble: casi un escudo de armas, pero republicano. Fue y es un pequeño gran milagro rosarino creado y nutrido por la laboriosidad y la sabiduría de una mujer, su esposo y su hijo Guillermo Corbacho, quien toma la posta de ese sueño. Él define a su madre como "una persona que cumplió todos sus sueños y ayudo a todos aquellos que compartieron camino con ella". Y que lo hizo sin dejar nada pendiente.

No eran, sin embargo, extraños entre sí. Al igual que su padre Laudelino, Liliana hizo sentir a sus autores como parte de la familia. Cuenta el muy bien documentado blog de Baltasara que en 1931, casi al mismo tiempo que en España se proclamaba la República, su padre republicano, inmigrante y librero fundaba la Librería y Editorial Ruiz. Ochenta años después, Liliana fundó Baltasara Editora y asumió su dirección. El nombre salió del árbol genealógico familiar: emblema del feminismo sin estridencias, pero con acciones, que profesaba Liliana. La primera apuesta fue a lo nuevo y a lo local: una antología de cuentos de jóvenes autores y autoras de Rosario, muchos de quienes poco más tarde tendrían sus propios libros publicados en la colección de Narrativa de la editorial y que ahora son referentes en el campo cultural. Cuando la novela distópica de Juan Ignacio Pisano El último Falcon sobre la tierra (Baltasara, 2019) anticipó la pandemia y ganó un premio codiciado, la colección de tapas bermellón atrajo la atención de muchos medios nacionales, algunos de los cuales ya habían tomado nota de la colección de tapas verde musgo: la de Poesía, que reunió autores contemporáneos de dos generaciones jóvenes de Rosario, signados por la influencia de la poesía del '50. Baltasara rompió así con un tabú que entre las producciones del siglo XXI marcaba el gusto académico local, pero no se quedó ahí sino que también publicó a poetas en otros estilos, lenguajes y localidades. Fue diversa antes que cualquiera de nosotros. Publicó Transgénica, la poesía reunida de nuestre admirade Gabby de Cicco. Publicó a Maia Morosano. Publicó, bajo sus diversos heterónimos, a Cristian "Wachi" Molina ("el niño C."), quien la despide con amor filial: "Liliana era también familia de quienes trabajamos en la cultura de Rosario", escribió. 

Párrafo aparte merecen sus rescates de Fausto Hernández, tanto sus piezas teatrales como su obra sobre la historia de Rosario; una investigación sobre la visita de Lorca a Rosario, que se enriqueció con un viaje a España tras las huellas del poeta asesinado; la reedición del libro de cuentos Los treinta dineros, de Rosa Wernicke, presentada entre académicos y escritores en el Museo Castagnino, al pie de su retrato con traje rojo por Julio Vanzo. La primera edición había estado a cargo de Laudelino, con una tapa por Vanzo que a Liliana no le gustaba. Muchos de esos tesoros recobrados pertenecen a la colección Patrimonio, la de tapas lila. Liliana no escatimaba mimos para los autores, los libros y el público lector. Con una fuerza de voluntad tan asombrosa como silenciosa, no cesaba de negociar con instituciones ni de laburar hasta conseguir lo que ella sabía que todos se merecían. Una vez obtenido (ya fuese la bella sala del patio andaluz del Museo Estevez, una reedición de lujo en la más reciente "colección Andrómeda", o un orador famoso) se lo disfrutaba y compartía con naturalidad y sin ninguna queja; a lo sumo, ante alguna pregunta tendiente a que la emitiera, lanzaba un suave bufido cómico y nos hacía una de sus caras graciosas que tanto le vamos a extrañar. Y sonreía y a otra cosa.  

Ya cedí paso a la primera persona. Quienes publicamos con ella, jamás olvidaremos su generosidad. Jamás olvidaremos aquellos cafecitos robados a la urgencia del tiempo de las ediciones a la salida de su oficina en la bajada Sargento Cabral, atiborrada de libros por cuyo desorden siempre se disculpaba. Aquellos banquetes de pescado de río, para festejar un libro nuevo con todos los autores, no solo el del libro: jamás los olvidaremos. Y si las neuronas me acompañan en la empresa, yo jamás, como periodista cultural, olvidaré la decencia de las cartas formales con que acompañaba cada libro enviado.

Hace poco la soñé: había vuelto a dirigir su editorial. En el sueño, ella tenía su oficina en un salón que daba a un patio y parecía el aula de una escuela del Centenario. Y me echaba de la oficina; quizás fue su manera de despedirse. Y cedo paso a la segunda persona elegíaca para decirle: Nos dejás huérfanos, querida Liliana. Quisiera abrazar muy fuerte a tu familia, tan fiel, tan seguidora de tu pasión. Como dijo Wachi, poetas y escritores de Rosario nos sentíamos familia con vos. Nos dejás huérfanos y no quisiera que esto sonara a reproche. Porque ya es hora del descanso, después de tanto que has trabajado. Así como sonaban inolvidables las albadas que todos cantábamos, alentados por el potente sonido de la gaita regia de tu hijo Guillermo, ahora suena la hora del descanso. ¿A dónde no nos acompañaste, madre de nuestros libros y de nosotros? 

Hasta el fin del mundo, en auto, en aviones incluso a algunos autores y libros, por videoconferencia cuando no se podía más nada, por hoteles y cafés, por ciudades, de gira y más que nada en nuestra propia ciudad, cuya historia contaste desde los libros que reeditaste a papá Laudelino, republicano y faro. Te gustaba vivir, no creías en otra vida más que esta y fuiste muy generosa, siempre compartías, por más ocupada que estuvieras editándonos siempre tenías tiempo para nosotros, para la charla y para la remembranza. Tu memoria -una cantera de tesoros, saqueada por una enfermedad a la que siguió otra, letal- se hizo tiempo de labrar en http://www.baltasaraeditora.com/, el blog de la editorial, el álbum familiar de los Ruiz donde tenemos el honor de estar también nosotros, los escritores que junto a vos no fuimos huérfanos y que gracias a vos somos la literatura de Rosario. Me consuela leerte, ver que estamos todos y qué jóvenes éramos y cómo sonreíamos, en esas fotos ahora un poco viejas que vos con tanto amor atesoraste para mostrarlas al mundo junto con esas otras en blanco y negro: 1931, la República, la librería, la esperanza. No te olvidaremos, Liliana querida. Sólo te digo: gracias, mil gracias. Un último abrazo. Buenas noches. Que descanses.