Desde Río de Janeiro

Acorde a la legislación electoral brasileña, la campaña para el balotaje empezó el pasado viernes. Pero como ya fue dicho aquí, en Brasil suele haber una larga distancia entre la realidad y la ley.

Así que no hubo ninguna pausa. Lo que sí hubo fue un cortísimo intervalo para que las campañas de los dos adversarios, el expresidente de centroizquierda Lula da Silva (foto), y el actual mandatario, el ultraderechista Jair Bolsonaro, se adaptasen para la batalla que se anuncia feroz.

Aumento inesperado

Lula terminó la primera vuelta con 48,4 por ciento de los votos, confirmando lo que preveían las encuestas y sondeos más respetados en Brasil. En cambio el ultraderechista sorprendió: si las mismas encuestas le daban entre 34 y 37 por ciento, pero alcanzó nada menos que 43,2.

Entre las varias explicaciones para ese aumento inesperado, los analistas coinciden que hubo un vuelco de electores de otros candidatos hacia Bolsonaro, bien como de los que se declaraban “indecisos”. Todos querían impedir una victoria de Lula en la primera vuelta. 

De todas formas, el centroizquierdista sigue como favorito, pero a una distancia más corta de lo que se podía prever.

Su ventaja, registrada en esa primera semana rumbo al balotaje oscila entre ocho y diez puntos. Pero frente a la volatilidad registrada en la vuelta anterior, mantiene elevada la preocupación no solo de los responsables por su campaña, si no también del electorado, el mercado financiero, el escenario internacional y los defensores de la democracia.

Brasil está claramente dividido al medio, con una distancia entre los demócratas y los seguidores del peor y más abyecto presidente de la historia que nadie, excepto los seguidores más radicales de Bolsonaro, pudo prever.

Los sondeos más recientes confirman que el panorama está dividido al medio, lo que indica una atmósfera preocupante. En esta primera semana rumbo al balotaje no se vio ninguna propuesta concreta de gobierno, sino un intenso y furioso tiroteo entre ambas partes.

Mentiras absurdas

La campaña de Lula dispara contra el ultraderechista acusaciones documentadas, mientras que la de Bolsonaro esparce mentiras absurdas en cantidades asombrosas por las redes sociales contra el adversario, sin que nadie logre impedir su circulación. Habla para los conversos, por cierto, pero su intención es alcanzar a más gente.

El expresidente ha logrado importantes apoyos de parte de eminencias del liberalismo y del conservadurismo, con destaque para economistas que colaboraron con el expresidente Fernando Henrique Cardoso y tienen fuerte influencia entre los dueños del dinero, además de figuras históricas de lo que fue la socialdemocracia brasileña.

El mismo Cardoso y varios de sus exministros importantes defienden el voto en Lula, en nombre de preservar la democracia.

Además, el exmandatario obtuvo el pleno respaldo de la actual senadora y candidata que logró el tercer lugar en la primera vuelta, la conservadora Simone Tebet.

Respaldo de gobernadores

Bolsonaro, a su vez, exhibe respaldo de gobernadores electos o reelectos en las provincias más pobladas y económicamente poderosas de Brasil (San Pablo, Rio de Janeiro y Minas Gerais), lo que no significa necesariamente que su votación se ampliará entre el electorado. Y también de exponentes de la ultraderecha, además de los auto-titulados y poderosos “obispos” de sectas evangélicas.

Serán días tensos, de aquí al 30 de octubre. Lula sigue como favorito, y todo indica que saldrá victorioso de las urnas.

Polarización extrema

Pero ahora está claro de toda claridad que, además de heredar un país destrozado, heredará también un país dividido, radicalmente dividido.

Nunca hubo escenario igual en ninguna de las elecciones desde la redemocratización. Los presidentes electos desde 1989 heredaron, por cierto, un Brasil dividido, pero entre varios grupos, con dos o tres más fuertes.

Un país virtualmente partido al medio, y con un Congreso donde la derecha, la extrema derecha, los oportunistas y los corruptos de siempre forman mayoría, será un peso extra para Lula da Silva en 2023.

Y otro peso extra – y macabro – está en las medidas económicas de última hora anunciadas por Bolsonaro: en su intento de aumentar el electorado que lo respalda, él acaba de anunciar “beneficios sociales” que rondan la casa de los cinco mil millones de dólares.

De dónde sacará ese dinero, ni idea: por ahora, los agujeros se darán en programas de educación y salud, y tendrán de ser tapados en el próximo gobierno, que empieza en 2023, cuando Bolsonaro estará de vuelta en su casa o a camino de los tribunales.