En las últimas semanas, por todo el mundo se han organizado manifestaciones en solidaridad hacia las mujeres iraníes. Setenta marchas en diferentes ciudades pidieron por la libertad de ellas. Mujeres de todas partes comenzaron a cortarse el cabello en sus redes sociales. Más de 1000 personalidades del arte francés, incluso el propio director artístico del festival de Cannes, Thierry Frémaux, han apoyado al levantamiento de las mujeres de Irán. Actrices con mucha llegada, como Marion Cotillard, Isabelle Adjani, Julliette Binoche o Isabelle Huppert, se filmaron recortándose mechones bajo una consigna que se volvió todo un símbolo: «Su coraje y dignidad nos une».

No solo en Europa ocurrieron estos episodios: unas 25 mujeres afganas también se manifestaron frente a la embajada de Irán en Kabul, con pancartas que decían: «Irán se ha levantado, ahora es nuestro turno». La protesta duró unos 15 minutos, hasta que las fuerzas de seguridad de los talibanes dispersaron a la multitud con disparos al aire. También en Estambul se concentraron unas cien personas frente al consulado de Irán en el barrio conservador de Faith. La causa tampoco ha sido ignorada en nuestro país, en donde actrices, conductoras personas de las artes se unieron al reclamo imitando la acción propuesta.

Todos estos sucesos prueban que, a esta altura, es muy difícil mantenerse al margen de la terrible opresión que viven las mujeres en Irán y de sus consecuencias concretas. El disparador, como ya ha trascendido, fue la absurda muerte de Mahsa Amini, el 16 de septiembre, tres días después de que la llamada «policía de la moral» la arrestara por no llevar correctamente puesto el velo, pero seguramente haya otros casos como el de Mahsa, que por temor, impotencia o desánimo han estado silenciados todo este tiempo.

El asunto me despierta toda clase de sensaciones encontradas: por un lado, me resulta tremendamente triste que este tipo de reacciones que suponen un estallido siempre se produzcan luego de que una gota trágica rebasara el vaso: la muerte sin sentido de una chica de 22 años. Algo así pasó con nuestra Chiara Páez: no fue la única, ni la primera, ni la última, solo fue la que prendió el reguero del Ni una menos. Por otro lado, que por fin se dé esta respuesta colectiva y que se convierta en un movimiento que no para, es esperanzador.

Finalmente, parece que el mundo y la propia ciudadanía víctima de este régimen parece haber puesto sus ojos sobre Irán. Entre otros factores, nuevamente son las mujeres quienes resultan piezas claves para que esto suceda: en particular, la periodista Elahe Mohammadi, que cubrió el funeral de Amini, y la periodista Nilufar Hamedi, del diario reformista Shargh, que acudió al hospital en el que ingresó en coma Amini y ayudó a que este femicidio llegara a los oídos de la prensa internacional. Claro que las dos fueron detenidas por las fuerzas de seguridad. Fue el alto precio que tuvieron que pagar por visibilizar cómo se violan los derechos humanos en su país.

Toda revuelta tiene su precio, y este parece que va a ser alto: no se sabe con certeza el número de muertes por la represión, pero sí es evidente que las mujeres iraníes explotaron como nunca las habíamos visto y ya no puede detenerse lo que iniciaron. Es impactante ver a quienes viven según las normas de los hombres de su país, con sus derechos restringidos, tomar las redes sociales con una convicción tan potente y colectiva convertida en un grito de libertad: las imágenes de todas ellas cortando sus cabellos son tan potentes, tan claras, tan colectivas que la sensación es de que esto ya no tiene freno y que solo iba a ser posible si las propias mujeres lo protagonizaban. Quizá para nosotrxs no represente un símbolo tan claro, pero en la tradición kurda, el cabello forma parte muy importante de la belleza femenina, por lo que mutilarlo supone una señal de luto. El gesto de valentía de cada una en este aparente pequeño gesto transmite el dolor, la impotencia, la bronca, la injusticia de tener en claro que Mahsa puede ser cualquiera de ellas.

La opresión y desigualdad es moneda corriente aún para muchas mujeres en el mundo. No pueden trabajar, estudiar ni vestirse como les venga en ganas. Es muy importante que, desde los países que fuimos conquistando derechos para todes, ayudemos con todas las herramientas posibles desde el Estado así como también de manera individual y colectiva. Expreso mi mayor solidaridad con las mujeres iraníes y con todas las personas que apoyan activamente los derechos humanos cada día.