Jardín fantástico    8 puntos

Texto y dirección: Agostina Luz López

Intérpretes: Antonia Brill Perrotta, Catalina Burak, Sofía Guerschuny Pesci, Giulia Heras, Jacinta Pérez Berch, Catalina Pietra, Carolina Rojas, Noah Salamanca Tola, María Luz Silva, Lina Ziccarello.

Vestuario: Mariu Fermani.

Luces: Leandro Orellano.

Arte: Mariana Tirantte.

Video: Vladimir Durán y Maximiliano Passarelli.

Producción: Poppy Murray.

Funciones: sábados y domingos a las 18.30 en Zelaya 3134. Las localidades se adquieren a través de Alternativa Teatral. Se suspende por lluvia.

Cada fin de semana, en un rincón del barrio del Abasto, diez chicas esperan la llegada de un grupo de espectadores entre las frondosas plantas de Zelaya. El término espectadores es, quizás, incorrecto, porque no se limitarán a contemplar una obra de teatro sino que participarán activamente de un recorrido: se les pedirá que elijan cómo ocupar el espacio, que paseen por el jardín, que se autogestionen su propio banquito de madera para estar más cómodos y –si lo desean– que degusten una frutilla o se recuesten sobre un mar de peluches. Algo de eso propone Jardín fantástico, la experiencia creada y dirigida por Agostina Luz López que puede verse sábados y domingos a las 18.30 en Zelaya 3134.

Después de unas breves instrucciones a cargo de la guía del recorrido y la entrega de un mapa con los principales puntos del itinerario, se desarrolla la primera escena en El Árbol de Leer, que remite a la actitud filosófica de los peripatéticos, aquellos discípulos de Aristóteles que se dedicaban a reflexionar mientras deambulaban por los jardines del Liceo. Pero quienes se congregan alrededor del árbol no son señores solemnes sino un puñado de chicas que rondan los 14 años. Leen y debaten sobre la creación, los miedos, la familia, la infancia, la emancipación o las simbologías presentes en la naturaleza.

Una de las escenas más atractivas transcurre en la Pileta Espejo, donde entre todas narran el mito de Narciso y opinan sobre la egolatría, la belleza o la dificultad de encontrarse a sí mismas en el reflejo. Por momentos parecen estar cerca de la infancia y juegan con una pelota de básquet, saltan sobre el césped o transportan muñecas hacia la Cabaña de los Peluches. En otros momentos parecen más cerca de la adultez y la solemnidad que muchas veces conlleva el acto de crecer. Pero estas chicas eligieron actuar y eso, de alguna manera, es rehusarse a caer en la automatización de los adultos. El arte es uno de los poquísimos campos en los que jugar no está mal visto y sigue siendo legítimo.

Las integrantes de este grupo habitan ese extraño limbo –la adolescencia– donde todavía no saben muy bien quiénes son o quiénes quieren ser pero intentan descubrirlo. La propuesta también podría describirse como una exploración entre limoneros, frutillas, gatos y pájaros. Pero el espectador/participante no sólo observa ese acto sino que –si está dispuesto a dejarse llevar– puede hacer su propio viaje hacia el pasado. ¿Quiénes éramos nosotrxs a esa edad? ¿Cómo nos veíamos? ¿Qué pensábamos de lxs otrxs o de nuestras familias? ¿Qué futuro estábamos construyendo?

Imagen: Ignacio Iasparra

Jardín fantástico remite al encanto de los cuentos de hadas o las fábulas, marcha a ritmo poético, aloja la potencia del viaje introspectivo y pone en el centro de la escena la imaginación, porque para jugar es esencial pensar más allá de lo posible. Eso también tiene que ver con la actuación. “Nuestra mente funciona con el mecanismo de la imaginación. Privarse de ella, atrofiarla o tratarla con desdén es terrible, sobre todo en una mente joven en desarrollo que tiene que ser capaz de poder pensar en cualquier cosa, es decir, imaginar lo que sea y aprender la diferencia entre lo real y lo imaginario”, dijo Ursula K. Le Guin en una entrevista, quien dedicó toda su vida al género fantástico, un término que también está presente en el título de esta experiencia.

La invitación a la Cabaña de los Peluches traza un camino directo a la infancia: la imagen de varios adultos revolcados entre muñecas y ositos sintetiza ese viaje. Pero la infancia y la adolescencia no son etapas inocentes ni superficiales sino todo lo contrario: hay momentos de mucha lucidez y son encarnados de ese modo por las protagonistas. “Mírenlo, es rarito, tiene la cabeza muy grande y el cuerpo diminuto, parece un extraterrestre. No va a encajar. Tanto esfuerzo no vale la pena, lo hubiera parido ahí en medio de la ruta y lo abandonábamos, porque en algún momento nos va a abandonar a nosotros”, dice una sosteniendo un par de naranjas como si fuera un bebé en uno de los momentos más agudos e hilarantes. 

“Me empiezo a ver a mí misma como algo que se puede romper y me da tristeza pensar que no puedo pegar esas partecitas. Entonces, ¿quién soy yo? Porque un día me siento como mis manos o mis piernas, pero nunca como algo entero”, dice otra abrazando a una Pepona. La experiencia creada por López junto a este equipo de actrices es una propuesta distinta y rompe varias convenciones que expanden la noción de teatro más allá de los límites y espacios establecidos.