Según demostró la investigación sobre Revolución Federal y sobre el atentado contra Cristina Kirchner, los que iban a gritar contra los “planeros” son vagos que no tienen trabajos conocidos reales, los que gritaban contra la militancia rentada de La Cámpora, son marginales rentados para estas provocaciones y los que gritaban “tengo hambre, hace cuatro días que no como”, como Sabrina Basile, tiene un buen pasar y vive en un departamento de Palermo. Y existen pruebas que señalan a millonarios macristas como los posibles financistas de estos grupos de provocadores y asesinos frustrados. Aunque los quieran presentar como un grupo aislado, constituyen un condimento inseparable de las derechas que representa el macrismo.
Además de los cargos que les asignarán los tribunales, quedó demostrado que son farsantes que, para la provocación, usan un discurso falso que no es espontáneo sino que es una construcción que cumple una función. El discurso es funcional a la esencia reaccionaria de Juntos por el Cambio y juega como complemento de las noticias falsas (fake news) y de la persecución judicial con causas falsas contra dirigentes populares (lawfare). Es el componente exaltado, el que termina de justificar los linchamientos, el gatillo fácil o la violencia institucional, que han sido componentes importantes en el gobierno de Mauricio Macri.
Si no fuera por los ocho y pico de millones que una empresa de la familia del ex ministro de Finanzas de Macri, Luis Caputo, entregó al jefe del grupito, no se sabe de qué vive el personaje en cuestión ni la mayoría de sus integrantes. Justamente, la mujer que gritaba como una desquiciada en Plaza de Mayo que hacia cuatro días que no comía, es de las pocas que está en condiciones de justificar que puede comer muy bien.
El clima se construye con virtualidades y escenografías. Su rasgo principal es que todo es falso y por lo tanto corrompe a sus protagonistas. Corrompe a los provocadores, a los que se sienten representados por ellos, a los periodistas que publican noticias falsas sabiendo que lo son, a los jueces y fiscales que arman causas sin pruebas.
Y en contrapartida, si el engañado puede develar la verdad, verá que los que verdaderamente reclaman porque no les alcanza para comer o porque no tienen trabajo, son los que ellos atacan por vagos y planeros. Y al revés, los que gritan más fuerte contra los vagos y planeros, son los verdaderos vagos, marginales pagados para que profieran esos gritos que ubican como enemigos a los sectores más vulnerados.
Los gritos contra los corruptos, o contra los planeros han sido el preludio de las amenazas de asesinar a Cristina Kirchner. Los primeros gritos iban justificando la culminación. Cualquiera con un poco de calle sabe que la provocación cumple reglas. Se dice que cuando se enfrenta a una patota hay que pelear con el más grande para que los demás no se metan. Y cuando una patota quiere agredir a una persona en particular, empieza primero a los gritos: “¡Devolvé lo que me robaste!” o “¡Vos sos el que violó a la hija de Manuela!”. Gritan para evitar que alguien defienda al agredido o intente separarlo.
Estos personajes que organizaban escraches actuaban como provocadores en los actos que convocaba el macrismo, a los que llevaban bolsas mortuorias, horcas o guillotinas que eran muy celebradas por los manifestantes de Barrio Norte, Belgrano, Palermo o Recoleta. La mayoría profesionales, comerciantes o rentistas, personas que asumen que son portadores de la marca más alta de ciudadanía y republicanismo. Pero en ninguna de las manifestaciones de Juntos por el Cambio hubo alguien que repudiara estas expresiones de violencia que reproducían las técnicas más berretas de las patotas callejeras.
Los mismos medios que se han cuidado de no publicar los argumentos de las defensas en la causa por las obras públicas, con la que quieren proscribir a Cristina Kirchner, han publicado cada letra de los descargos de Macri por los negociados que hizo antes y durante su gobierno.
Esos mismos medios están publicando con bajo perfil las investigaciones sobre el grupo que realizó el atentado y sobre Revolución Federal, que tienen múltiples puntos de contacto entre ellos. Esa información trata de circunscribir los alcances, hacer un “control de daños”. Lo enfocan como si se tratara de grupos marginales sin relación institucional con Juntos por el Cambio.
Patricia Bullrich, Javier Milei o el mismo Macri, habrían sido sorprendidos por estos desconocidos en algún acto partidario y les pidieron sacarse una selfie con ellos. Como si fuera una casualidad. Los del Frente de Todos se salvaron que no les pidieran a ellos, porque no aparece ninguno con estos violentos.
Incluso si Caputo quedara finalmente involucrado, la información pondrá allí el límite del fenómeno. Pero lo que está demostrando la investigación, además del atentado contra Cristina Kirchner e incitación a la violencia, es que estos grupos no constituyen un fenómeno aislado, sino que forman parte del abecedario de las nuevas derechas que representa Juntos por el Cambio.
Son parte del mismo paquete, al igual que las granjas de trolls y los influencers odiadores de las redes. Son todas piezas orgánicas de un nuevo lenguaje político. Y las granjas y los influencers están financiados con dinero de la política.
Es probable que a esta altura el macrismo ya no necesite estas herramientas. Pero surgió y creció gracias a ellas. Y ahora forman parte de una cultura política, de un nuevo lenguaje que, a su vez, está atravesado por las realidades que generó. Ya no podría dejarlas de lado porque forman parte de su identidad, motorizan el combustible de sus seguidores, que es la indignación, que en la derecha reemplaza a lo que motiva a los movimientos populares, que es el entusiasmo.
Cuando fracasó el intento de asesinato de la vicepresidenta, el grupo más relacionado con el agresor directo hizo una recorrida por distintos canales de televisión para tratar de poner distancia con el atentado.
El lenguaje que usaron, la forma como intentaron empatizar con el público, usar recursos identitarios y argumentos relacionados con la situación económica, también configuró un lenguaje falso, que no tenía ninguna relación con el que usan para hablarse entre ellos.
Era evidente que habían sido aconsejados por un abogado en los aspectos legales. Pero también mostraban un aprendizaje del tipo que tienen los pastores evangélicos cuando aprenden a difundir sus creencias. Era un lenguaje de diseño, aprendido. “Nosotros somos personas comunes”, “no estoy en la política, pero como todo el mundo critico las cosas de la economía”.
Es el mismo lenguaje que se escucha en los estamentos de base que pueden influenciarse por los discursos del macrismo. La derecha ha estado más atenta a las formas de comunicarse con estas nuevas sociedades que han surgido de la globalización neoliberal. No se trata solamente del control de los medios, que nunca perdió, sino también de las nuevas pautas que conforman lenguajes en la política.
La izquierda y los movimientos populares siguen con pautas que se relacionan con realidades anteriores y que los lleva a diferenciarse en vez de integrarse, con sectores sociales a los que en muchos casos pertenece o tendría que convocar.