El nombre de Gonzalo García Pelayo tal vez no diga mucho a quienes lo oyen acá en Argentina. Sin embargo, se trata de uno de los personajes más ricos y sorprendentes dentro de la cultura popular española de los últimos 50 años. Si bien esta semana visitará Buenos Aires como cineasta, para presentar un ciclo que lleva su nombre e incluye diez de sus películas, García Pelayo ha sido un aventurero de la cultura que se ha atrevido a recorrer infinitas rutas, destacándose siempre. Nacido en Madrid en 1947 en el seno de una familia numerosa, pero criado en Sevilla, a los 20 años fundó un club nocturno en su ciudad donde en pleno franquismo sonaban The Jimi Hendrix Experience y Pink Floyd, las bandas de rock que había conocido durante los dos años que vivió en París al terminar la secundaria. Era 1967. Además fue el manager de bandas como Gong y Smash, precursoras del rock moderno en España. Luego estudió cine, filmó cinco películas entre 1976 y 1982, para después abandonar la actividad y dedicarse a todo lo que se le ocurrió. Fue disc-jockey, locutor, productor musical, presentador de televisión y jugador de cartas, terreno en el cual se destacó, haciendo saltar la banca de varios casinos. Recientemente creó el sello editorial Serie Gong, cuyos títulos se consiguen en las librerías locales. No sería hasta 2012 que volvería a filmar con urgencia, realizando 19 películas en 10 años.

Parte de esa filmografía se verá en el ciclo Gonzalo García Pelayo. Cine insurrecto, que se presenta a partir de este martes y hasta el miércoles 2 de noviembre en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530). La muestra dará cuenta de la obra ecléctica de este cineasta que ha sido revalorizada en la última década. El programa incluirá algunas de sus películas tempranas, como Manuela (1976) o Vivir en Sevilla y Frente al mar, ambas de 1978, además de Rocío y José (1982), última antes del impasse que lo alejó del cine por 30 años. También se podrán ver las dos películas que hizo a su regreso, Alegrías de Cádiz (2012) y Niñas (2014). La lista se completa con cuatro títulos que forman parte de 10+1, su proyecto más reciente, que tras la pandemia lo llevó a filmar once películas en un año: Ainur (2021), Chicas de Kerala (2021-2022), Diario de Tamil (2022) y la elocuente Dejen de prohibir que no alcanzo a desobedecer todo (2021). Días, horarios y más detatlles de la programación pueden consultarse aquí

-Usted empezó a estudiar cine sobre finales de los ‘60, pero ya había recorrido un montón de caminos dentro del mundo de la cultura. ¿Cuál de todos esos intereses diría que fue el primero en surgir?

-Quizás fue, precisamente, el de querer ser director de cine. Yo no había acabado aún el bachillerato y en los cineclubes en los que participaba vi una película que me deslumbró, que fue El séptimo sello, de Ingmar Bergman, que es de 1957 pero que yo vi ya en los '60. Ahí me dije: "yo quiero hacer esto cuando sea mayor". Pero la escuela de cine no permitía entrar a nadie hasta que uno cumpliera los 21 años. Una cosa extraña, porque ninguna otra escuela tenía esa norma. En general los alumnos eran gente ya titulada en alguna otra carrera que iban un poco a complementar su formación, bien por placer o bien porque tenían vocación de cine. Como yo había tomado esa decisión con bastante menos edad tuve que rellenar ese tiempo haciendo otras cosas. Entonces me dediqué mucho a la música, abrí mi club y estuve viviendo dos años en París, viendo prácticamente la historia del cine. No salía de la cinemateca y me puse al día con una cantidad de películas que en España no habían podido entrar, ya sea por la censura o por cuestiones de distanciamiento cultural. Allí cogí una gran base para poder ingresar a la escuela de cine, cosa que hice al primer intento al cumplir la edad. Lo cual no era fácil, porque solo entraban ocho o diez alumnos de cada cien que se presentaban. Pero es que venía con una carga que era muy superior a la que cualquier chaval que quisiera hacer esos estudios podía tener si no había estado viajando y viendo cine en París de una manera antropófaga.

-Por otro lado, tiene una familia que además de numerosa fue muy rica en las influencias con las cuales lo nutrieron a usted y a sus hermanos. ¿Cuánto de estos intereses que fue manifestando, en particular el cine, le llegaron a través de esta herencia familiar?

-Cuando estuve en París tuve el apoyo de dos de mis hermanos que trabajaban llevando todo lo que es el Larousse en español, que es muy conocido en toda Latinoamérica. Ellos también eran aficionados al cine y de alguna manera me orientaban. Pero mi afición a las películas era una cosa más particular de mi curso de colegio, porque tuve muchos compañeros a los que les gustaba el cine y ellos también fueron un incentivo. Ya en la escuela de cine también tuve varios compañeros que luego se convirtieron en nombres importantes del cine español, como Jaime Chávarri, con quién teníamos mucho intercambio de ideas y de las películas que habíamos visto.

-Filmar en esos años finales del régimen franquista no debe haber sido fácil, pero usted y sus compañeros de cofradía parecen haber podido sortear los escollos que la dictadura les ponía en el camino.

Manuela

-Había mucha dificultad económica para realizar cine, porque hacer una película era más caro que ahora. Sin embargo, creo que antes había más posibilidades para realizarlas. Otra cosa era que esas películas pudieran representar algo del pensamiento de uno si tú no estabas en la línea del pensamiento oficial. De hecho, con mi primera película, Manuela, tuve que atravesar una instancia de censura. Es decir, tuve que sentarme a que un censor me dijera que no le gustaban algunas de las imágenes que veía y que luego me sugiriera, de una manera un poco hipócrita, que la película iba a mejorar si cortaba esas imágenes. No solo por la cuestión moral, porque en todos los casos se trataba de escenas de contenido sexual, sino que esos cortes también mejoraban la película en el aspecto cinematográfico. ¿Y sabe lo que le digo al cabo del tiempo? Que quizá llevara razón y estuvo bien cortar aquello, que eran una especie de ganchos comerciales que la película tampoco necesitó para ser un gran éxito. Pero, claro, no era agradable que alguien te estuviera encima. Ya cuando hice la segunda película, Franco había muerto y la censura había sido abolida. En ese momento tuve la clara sensación de que debía hacer películas que aprovecharan ese momento de libertad, por si acaso aquello no durara mucho. Entonces hago dos películas seguidas que tienen prácticamente todo lo que no se había podido poner hasta entonces.

-Se refiere a esa instancia de censura con bastante naturalidad. En Argentina también hemos atravesado dictaduras y cuando se piensa en la censura se suele vincular esa instancia con situaciones intimidantes y de mucho miedo. ¿No era así en aquella España?

-Lo que pasa es que lo que me tocó vivir a mí fue uno de los últimos actos de censura del franquismo, sobre el final de 1975 y con Franco ya muerto. Ya se veía que todo estaba cambiando. Afortunadamente no he pasado los momentos más duros de los años '50, donde la situación posiblemente sí se pareciera a la que usted me cuenta. Aquella que me tocó vivir ya era una censura blanda, a punto de desaparecer. Porque es cierto que yo tuve una película censurada, que es algo que ya son pocos los que lo pueden decir, pero fue por muy poco, porque unos meses después aquello ya había desaparecido.

-La etapa que siguió al franquismo, entrados los '80, fue de una libertad enorme que inevitablemente se percibe en el cine de la época. ¿Cómo se vinculó con esa nueva etapa?

-Estuve muy separado de la forma en que el cine español deambulaba en ese momento. No tenía una relación ni partidista en el nivel político, ni tampoco con los cenáculos culturales que funcionaban en Madrid, porque yo estaba todavía en Sevilla. Mis trabajos fueron muy ignorados tanto por las autoridades culturales como por los medios españoles. Periódicos como el suyo no tuvieron ningún interés en seguir mis películas, como Vivir en Sevilla y Frente al mar. Es cierto que se vivía un momento explosivo en España, pero yo lo viví más como espectador que como realizador. Había películas brillantes, las de José Luis Garci, las de Fernando Trueba, que a mí me gustaban mucho porque eran un reflejo de la transición. Pero no me podría montar en ese carro, porque la verdad es que entonces nadie me echaba mucha cuenta para nada. Recién con el paso del tiempo algunas películas mías empezaron a ser consideradas como claves de ese momento, fundamentalmente porque hablaban de que una vez que cambia todo el panorama político, también cambia (o debe cambiar) el panorama estético. Y quizá las películas que mostraban un mayor cambio estético eran las mías. Pero eso se notó ya mucho más tarde e incluso fuera de España, porque no ha habido una crítica española que me considerara sino hasta que algunos críticos más jóvenes empezaron a mencionarme, como ocurrió con el diario Liberación, de Francia. Si mis películas ahora pueden llegar a la Sala Lugones es porque esos jóvenes las han recuperado muchos años después.

-¿Esa ausencia de miradas tuvo algo que ver con este gran hiato de 30 años que hay en su filmografía entre las películas Rocío y José, de 1982, hasta el estreno de Alegrías de Cádiz en 2012?

Alegrías de Cádiz

-No presumo de eso, porque hubiera preferido no pasar tanto tiempo sin filmar, pero creo que no ha habido otro director en la historia que después de 30 años en silencio volviera a hacer cine. El caso que más se acerca creo que es el de mi querido Luis Buñuel, que por circunstancias de la Guerra en España y la Guerra Mundial, dejó de filmar por casi 20 años, desde La edad de oro (1930) hasta Gran Casino (1947). En mi caso estuve inactivo por 30 años y cuando creía que no iba a volver a filmar nunca, se produce el milagro de que de pronto algunos críticos comienzan a interesarse por aquellas películas mías, completamente olvidadas, y eso me da gasolina para arrancar otra vez el motor. Tanto, que en los últimos diez años ya he realizado 19 películas más.

-¿Cuál cree que es la gran diferencia entre aquellas cinco primeras películas de los '70 y los '80, en relación a estas últimas 19?

-La diferencia es de mayor madurez. Porque por un lado se pierde una energía y una vitalidad que permiten que en la juventud uno esté más involucrado con esas películas, que están sacadas del fondo de tu alma. En cambio ahora, pues quizá haya capacidad para más reflexión, para tratar un poco más las películas, dándoles un planteamiento estético más adecuado a las circunstancias. Pero intentando que aquellas ansias de juventud se prolonguen por el mayor tiempo posible. Porque es cierto que cuando más mayores nos ponemos, mayor es también la ansiedad que tenemos por seguir pareciéndonos a quienes éramos cuando jóvenes.

-Recién dijo que algunas de las cosas que se pierden con la edad son la energía y la vitalidad. Pero hay que tener mucho de eso para filmar once películas en un año, como usted hizo entre 2021 y 2022.

-Pero no es tanto la energía física, que también se reduce, claro, sino la energía de la necesidad imperiosa de hacer algo. La película que yo necesitaba hacer de una manera que me costaba la vida fue Vivir en Sevilla. Ahora estoy muy satisfecho de haber podido hacer diez películas en un año, que es algo que nunca hubiera podido imaginar, pero ninguna de ellas tuvo detrás esa necesidad vital como la que tuvo Vivir en Sevilla. A ese tipo de energía es a la que me refería.

-De esas once películas hay cuatro que se van a poder ver en Buenos Aires. ¿Podría explicar de qué se trata y cómo nació el proyecto?

-Hubo dos circunstancias. Por un lado estaba en un buen momento económico, aunque nunca he ganado dinero con el cine, sino que lo he ganado con la música y sobre todo con el juego. Pero también estaba un poco agotado con la pandemia y todo ese asunto de no poder salir de casa, además de sufrir la separación de mi cuarta mujer, con la que compartí los últimos siete años. Entonces se me ocurrió repetir la mayoría de los viajes que había hecho con ella, para revisitar esos sitios en los que no podía creer que allí nunca se hubiera rodado una película. Porque hay una cantidad de sitios maravillosos en el mundo que parecen hechos para que alguien filmara allí una película, pero que nadie las ha hecho. Ese deseo mío de regresar a esos sitios fue el motor del proyecto. Luego inventamos personajes para que ayudaran a captar la emoción de estar ahí, pero que también esos lugares ayudaran a capturar el alma de esos personajes. Esa es la guía que atraviesa a estas películas.

-Pero ese no es el único elemento que tienen en común...

-No. Además están encadenadas por una cuestión climática porque, por ejemplo, yo quería rodar dos películas en Sevilla en primavera, al principio y al final de ese recorrido. Luego quería rodar en Kasajistán, donde solo se lo puede hacer en verano porque el resto del año es imposible por las temperaturas bajísimas. Y lo contrario pasaba con la India, donde solo puedes rodar en invierno debido al calor. Y en las temporadas intermedias aprovechamos para rodar en Portugal, en Argentina o en España. Así fue posible enlazar unos con otros los rodajes de cada una.

-¿Pero por qué once películas en un año?

-Al comienzo la idea era hacer solo siete (risas). Lo que pasa es que el equipo ha funcionado mucho mejor de lo que esperaba y fue fácil que después algunas películas se desdoblaran en dos, como las que hicimos en Portugal o India. Luego añadí otras dos en un tiempo que quedaba libre antes de la última, programada para abril en Sevilla. Estas últimas se hicieron en interiores, sin paisajes, y de alguna manera resumen, una desde lo ideológico y la otra desde un punto de vista, digamos, sexual a las demás. Así fue que filmamos Pensamiento insurrecto y Tu coño.

-¿Por qué quiso filmar una de esas películas en Argentina?

 

-A mí siempre me impresionaron las películas que Armando Bo filmó con Isabel Sarli y además me había impactado mucho el paisaje de Iguazú. A partir de esos dos elementos fue que se me ocurrió Ainur, que trata sobre el mito de Isabel Sarli. La película en realidad fue dirigida por Paco Campano, uno de mis colaboradores, porque yo no pude venir a la Argentina en ese momento. Por suerte ahora podré ir a presentarla.