A excepción de sus cuentas bancarias, las dos parejas no parecen estar cómodas. Ni la brisa del mar jónico, las aceitunas carnosas o las comodidades del exclusivo resort siciliano les relaja el ceño. ¿Cómo cortar la tensión? Hablando de series, por supuesto. “Hay un montón de contenido, así que hay que ponerse al día, es un poco sofocante ¿no?”, dice uno de los comensales entre citas a Ted Lasso, ficciones de machos alfa y documentales de true crime. Por una cuestión lógica no mencionan The White Lotus (HBO Max estrenó ayer su segunda temporada). Habría sido un tanto extraño, en definitiva, que hablaran de la ficción producida, dirigida y escrita por Mike White. Suceso de crítica y batacazo de los últimos Emmy (se alzó con diez premios) concebida como una miniserie y ahora una antología por cuestiones igual de obvias.

Estos siete episodios mantienen la premisa argumental, el formato, su aire de sátira ominosa, y algunos cambios más allá de lo geográfico. El catalizador es conocido. Un grupo de estadounidenses forrados en billetes llega a un hotel para pasar unos días de relajo y bañarse de exotismo. La estadía, sin embargo, reserva la exposición de sus miserias y dramas bien humanos. Detalle no menor, como en su primer arco, uno de los personajes aparece flotando en el mar. “¿Cuántos muertos hay en el hotel?”, pregunta la gerente en la secuencia que abre su nueva temporada. Si la anterior era una Gosford Park con collares hawaianos, ahora hay pasiones, traición y arribismo social entre copas de Prosecco y canciones de Raffaella Carrà.

“Cada vez que me hospedo en el White Lotus tengo una estadía memorable”, asegura Tanya (Jennifer Coolidge) quien junto a su pareja son las únicas figuritas repetidas en el elenco. La estadía romántica se va a ver alterada desde el check-in. ¿El motivo? La mujer arriba con su asistente y una decena de valijas rosas. La heredera, “un miserable quilombo” a ojos de su empleada, además de puente entre ambas historias, vendría a representar la quintaesencia de The White Lotus. Exuberante, imposible de mantenerse en pie, llena de capas, quizá sea la única capaz de divisar que se viene un tsunami emocional. Hay una clara evolución del personaje, “operístico” y “trágico”, en palabras de White, más allá del chiste de subirla a una Vespa y transformarla en “el último icono gay”.

La melaza narrativa -propio de la estructura coral- se unifica gracias a “la política del sexo” como concepto. Libido que puede ser escape, negocio, o una especie de “pánico”. Para los dos amigos, que viajan con sus esposas, puede ser todo eso junto. Lo mismo para el trío familiar (abuelo, padre y nieto) cuyo plan de reencontrarse con sus raíces enmascara hedonismo salvaje. ¿Y las lugareñas? Todos tienen más de una intención en The White Lotus. “Quise abrazar arquetipos pero con una vuelta de tuerca”, señaló White.

Casi como una coda, la segunda temporada de The White Lotus incluye una reversión del enigmático tema de apertura compuesto por el chileno Cristóbal Tapia de Veer. Pero lo que más se destacan -y aprovechan en grande- son las postales, el arte y leyendas insulares por fuera del estereotipo de la mafia. Ahí está el mito y la imaginería siciliana de “la testa di moro”: esa historia de amor y venganza, pródiga en cerámicas costosas que podrían romperse en cualquier instante. “Estas cabezas las ves en Sicilia por todos lados. La historia de fondo y la inspiración para este arte es básicamente el adulterio”, simplificó White.