Este domingo, Luiz Inácio Da Silva “Lula” salió electo presidente de nuestro vecino país Brasil, la decimotercera economía del mundo en cuyo inmenso territorio se encuentra la reserva de oxígeno más importante del planeta, la selva amazónica. Huelgan las palabras sobre la importancia de este resultado en un Occidente cada vez más volcado a la ultraderecha y en un mundo jaqueado por la guerra que Rusia y Ucrania mantienen a expensas del aliento que la Otan (léase Estados Unidos y sus súbditos europeos) prestan para su desastrosa continuidad.

Pocos menos que dos puntos de diferencia permitieron desalojar del palacio del Planalto a un sujeto racista, violento, misógino, partidario de una ideología enemiga de lo humano, cuyo discurso a lo largo de su presidencia no hizo más que alentar los impulsos más primarios del ser hablante: odio; revancha; desconfianza respecto del semejante; desprecio por la cultura, la educación y el arte; rechazo a las diversidades sexuales, además de otras atrocidades tal como sumir a su país en una pavorosa desigualdad económica y social. Bolsonaro --para nombrarlo de una vez-- empleó el archiconocido recurso de inventar un enemigo para así aprovecharse de la fe religiosa que recorre gran parte del Brasil. De esta manera, la amenaza de un “comunismo” que privaría a las personas de sus bienes y la supuesta intención diabólica de sus opositores para destruir los valores de la familia y arrojar sus hijos a la droga fueron los argumentos escuchados, hasta el último día previo a la elección, por parte de quien ahora, el 1° de enero del año entrante, deberá dejar la presidencia.

Como no podía ser de otra manera, las fake news y el law fare formaron parte del cóctel de esta antidemocrática administración. De hecho, la persecución a los opositores fue moneda corriente durante los cuatro años de Bolsonaro. Un estilo de gobierno que no se limitó al mero amedrentamiento sino que incluyó actos violentos que en algunos casos terminaron en asesinatos como el de Marielle Franco --concejala defensora de los derechos de los afrodescendientes y activista LGTBI-- y el encarcelamiento de políticos, entre ellos quien este último domingo ganó la presidencia: el mismísimo Lula. Para que quede claro: quien fuera dos veces presidente --períodos en que, además de experimentar un poderoso crecimiento económico, decenas de millones de personas salieron de la pobreza--, fue encarcelado cuando lideraba las encuestas en las elecciones del año 2018, cosa que habilitó la llegada de Bolsonaro a la presidencia.

Pocos casos como el de Lula --a no ser el delirante alegato de los fiscales Luciani y Mola contra CFK--, demuestran de manera tan clara y concreta que la práctica del law fare no tiene límites ni reparos éticos de ninguna clase. La sentencia a prisión de Lula será recordada como la más desvergonzada acción que la justicia llevó a cabo en esta región. Es que el entonces expresidente --acusado de quedarse con un departamento--  fue condenado sin pruebas solo en virtud de la convicción íntima del juez: Sergio Moro. Este mismo juez que en el año 2018 le impidió presentarse en las elecciones a Lula fue premiado con el cargo de ministro de Justicia apenas asumió quien ganó gracias a que el juez se lo permitió, o sea. Esto es el law fare. ¿Qué premios le aguardarán a los jueces en el juicio viciado de nulidad que el Poder real de nuestro país lleva adelante contra CFK?

Pero aquí viene lo más interesante: ¿qué le permitió a Lula superar a los setenta y siete años --y después de un cáncer de garganta-- tamañas injusticias y acciones en su contra? No faltan quienes levantan el argumento de la resiliencia para explicar el recorrido excepcional de un hombre que sin duda será recordado como uno de los líderes más dignos de la historia. La resiliencia es un concepto que atribuye la posibilidad de superar situaciones adversas y traumáticas a las capacidades con que cuenta una persona. Desde este punto de vista --y más allá de las intenciones de quienes la reivindican--, la resiliencia es hermanita de la meritocracia, de la autoestima y de cuanto auto ande por ahí dispuesto a alentar el individualismo en desmedro de la solidaridad.

Lo cierto es que el caso de Lula ilustra como pocos que Nadie se salva solo. El hoy presidente electo siempre contó con el apoyo de los suyos. Su caso despertó el clamor de todes quienes defienden la democracia en nuestra región. Lula fue visitado en la cárcel por nuestro presidente en funciones Alberto Fernández. Pero incluso en el hipotético caso de quien en alguna situación desesperada --sea en la soledad de la montaña o en un agitado altamar-- no cuenta con la ayuda actualizada de un semejante, si algo de sensatez y operatividad acude para enfrentar la situación es porque en su subjetividad habita un Otro amoroso dispuesto a dar una mano. Aquí viene a cuento una frase de Freud que no por repetida resulta menos pertinente:

“La oposición entre psicología individual y psicología social o de las masas, que a primera vista quizá nos parezca muy sustancial, pierde buena parte de su nitidez si se la considera más a fondo. (...) En la vida anímica del individuo, el otro cuenta, con total regularidad, como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo, y por eso desde el comienzo mismo la psicología individual es simultáneamente psicología social en este sentido más lato, pero enteramente legítimo”[1].

En su alocución del domingo pasado tras conocerse el resultado de las elecciones, Lula precisó que aquí no había ganado él sino que había ganado el pueblo brasileño. Una frase que algún incrédulo podría considerar como de mero compromiso en pleno momento de triunfo. Por nuestra parte preferimos considerar --tal como propone Lacan-- que “Los no incautos yerran”[2]. Es decir, es la confianza y el amor depositado en algún Otro lo que rescata al sujeto. El mimismo es un invento del yo por el cual los consultorios son testigos del lamento neurótico por excelencia: “soy muy inseguro”.

El Seguro es una piedra pesada que entierra el deseo, por cierto muy diferente de la decisión de quien está dispuesto a correr el riesgo de prestar su confianza al semejante para hacer algo mejor que encerrarse y sospechar del vecino. No por nada durante la presidencia de Bolsonaro el consumo de armas aumentó de manera exponencial. De hecho lo dijo Lula en su discurso: “Restablecer la paz” como objetivo primordial de su gobierno. “No hay dos Brasil”. Un propósito solo alcanzable con la voluntad de muchos y un liderazgo decidido. Quizás todo un programa a tener en cuenta para estos lares.

* Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.

Notas:

[1] Sigmund Freud. “Psicología de las masas y análisis del yo”, en Obras Completas, A. E. Tomo XVIII, p. 67.

[2] Jacques Lacan, El Seminario: “Los no incautos yerran”. Título del seminario dictado entre 1973 y 1974. Inédito.