Este artículo iba a llamarse “La fiesta de la significación ilimitada” para hacer resonar el sintagma de Peirce referido a la semiosis sin fin. Me interesaba recordar que el límite que propone Umberto Eco para poner coto a tal desenfreno metonímico es, ni más ni menos, ético. Dicho de otro modo: como siempre se puede significar algo más, porque esa es la maquinaria simbólica puesta en marcha a través de los hablantes, la detención requiere un acto.

En cuanto al título, “un discurso sin palabras” me parece más adecuado porque finalmente, luego de algunas elucidaciones preliminares, propongo una analítica sencilla de esa frase de Lacan que no traicione las condiciones de la música ni las del psicoanálisis.

Muchas exposiciones sobre el tema confunden ambos campos y se debilitan rodando por la pendiente gastada del subterfugio trillado de considerarse eximidas del despliegue argumentativo presentando, en su lugar, algunos equívocos como mantras, como si su sola invocación contuviera una potencia explicativa clara y suficiente.

En cuanto a mi planteo, por un lado, me interesa revisar la idea muy difundida de que la música es un lenguaje. De hecho, las asignaturas que enseñan teoría y solfeo en conservatorios y academias suelen llamarse “lenguaje musical”. Por otro lado, quiero cotejar esto con la noción lacaniana de lalengua que muchas veces mencionamos parejamente con el denominado “baño de lenguaje” en el que suponemos imbuido al infante.

Podría aclarar mejor el planteo del siguiente modo. Se trata de un campo tripartito: a) la música; b) lo que se dice de una supuesta intersección entre música y lenguaje; c) el psicoanálisis. De estos tres conjuntos, tomaré en cuenta solo algunos elementos: de la música, específicamente la relación entre los sonidos, tanto sintagmática como paradigmática (melodía y ritmo, por un lado; armonía, por el otro); de lo que se dice del supuesto cruce, el equívoco ampliamente difundido que introduce la idea de que la música es un lenguaje e incluso un discurso; del psicoanálisis, el ingreso del viviente en el campo del lenguaje, en el encuentro de lalengua de cada una/o con la lengua materna y la inclusión en el campo discursivo.

Melodía y ritmo

Introduzco juntos estos dos elementos porque, según entiendo, son indisociables. Claro, siempre se los puede aislar con motivos pedagógicos, pero, aun así, al tratarse de sonidos articulados en un eje diacrónico, cada uno con una duración diversa en un determinado lapso de tiempo con pulso propio, obedecen a un patrón rítmico intrínseco a la melodía.

Supongamos un intervalo de quinta ascendente, como las dos primeras notas del célebre unísono de cellos y contrabajos luego del tutti inicial del cuarto movimiento de la novena sinfonía de Beethoven; o las dos primeras de Can’t help falling in love, de Elvis Presley o el intervalo inaugural de las trompetas en el tema de Superman. Si moduláramos todas estas partituras a la tonalidad de Do mayor, se trataría de Do - Sol ascendente.

Luego, como toda melodía, para ser tal, debe proseguir con otros sonidos articulados también según una combinatoria de intervalos propios de cada tema. Hay otros elementos constitutivos del melos que no tomaré en cuenta aquí, me refiero a las variables dinámica y expresiva; es decir: la fuerza con que se toca o se canta cada sonido o grupo de sonidos y la expresividad requerida por sus inflexiones.

Como anunciaba al principio, de esta articulación rítmico-melódica, es decir de notas y figuras, lo que me interesa es lo que hay entre cada sonido: la relación entre ellos (“intervalo” es el nombre técnico).

Llamo la atención sobre el siguiente punto: esa relación entre sonidos es un elemento distinto a la nota ejecutada, ya sea por un instrumento musical o la voz humana. Esa relación no es sonido aun cuando sea sonora: se trata de una diferencia conceptual. Dicho de otra manera, para poder escuchar notas distintas en una melodía, en el sentido de lo que denominamos “escuchar música”, es necesario percibir esa diferencia (tal vez ocurra inadvertidamente). De lo contrario, podríamos suponer la percepción de cierta algarabía, barullo, ruido, como testimonio de un fenómeno sonoro en bloque capaz de provocar sensaciones. Supongo que esto último da la clave de ciertos obstinatos porfiadamente iterativos de algunos fenómenos sociales de moda que maltratan instrumentos, son grabados y comercializados bajo rótulos varios de la “música popular” actual.

La armonía paradigmática

Este subtítulo es un pleonasmo cuyo único sentido, dado que este artículo no está dirigido exclusivamente a músicas/os es el de recordar que, si la melodía es una distribución de sonidos en el eje diacrónico o sintagmático, la armonía, en cambio, lo es en el eje paradigmático o sincrónico. De este modo, podemos gozar de los intervalos musicales ahora no en una secuencia temporal, sino en una simultaneidad: se trata de dos o más voces que suenan sincrónicamente. Cuando los intervalos no se dan en el eje horizontal sino en el vertical, estamos entonces en el terreno de la polifonía.

Para este planteo inicial, es importante la idea que introduje en el apartado anterior a propósito de la melodía: lo específicamente musical es un concepto y, como tal, una diferencia o un conjunto de ellas. Así como hay una diferencia entre el Do y el Sol en el eje melódico, también la hay cuando suenan juntos, solo que ahora para poder apreciarla es necesario una escucha polifónica, capaz de percibir ambos sonidos juntos y a la vez separados de manera simultánea.

Por otra parte, esas diferencias, como conjunto de relaciones entre sonidos también se transforman en unidades que dialogan con otras en el “discurso” musical. Considero que este desarrollo es un planteo necesario y preliminar para asomarnos a aquella frase de Jacques Lacan en De un Otro al otro: “un discurso sin palabras”. El análisis de esa frase a la luz del planteo desplegado aquí será otro artículo.

* Psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Docente del Doctorado en Psicología y de la Maestría en Psicoanálisis de la UBA. Director de la Maestría en Psicopatología (UCES).