El negocio de las criptomonedas volvió a encender todas las polémicas la semana pasada. Una de las casas de cambio de bitcoin y otras monedas digitales más grande del mundo enfrentó una corrida que la llevó a declararse en bancarrota en menos de tres días. Se trata de la exchange FTX, competencia directa del otro coloso del sector llamado Binance.

El dueño de la empresa en quiebra es Sam Bankman-Fried, referente indiscutido del mundo cripto. Al punto que en octubre del 2021 había sido la tapa de Forbes. La revista hablaba maravillas del joven empresario.

Decía: “Hace cuatro años (en 2017), Bankman-Fried aún no había comprado un solo bitcoin. Ahora, cinco meses antes de cumplir 30 años, debuta en la lista Forbes 400 de este año en el puesto 32, con patrimonio neto de 22.500 millones de dólares. Excepto por Mark Zuckerberg, nadie en la historia se ha vuelto tan rico tan joven”.

La noticia de la quiebra de FTX se encuentra llena de especulaciones, juegos de engaños con sus competidores y secuencias del tipo cisne negro: era evidente que los números de la empresa no cerraban, se podría haber adelantado que iba a suceder algo así pero nadie lo advirtió hasta que ocurrió.

La caída del bitcoin la semana pasada a los niveles más bajos de los últimos dos años (acumula una pérdida de casi 65 por ciento en lo que va de 2020) muestra la incertidumbre generalizada. Si una de las empresas de criptoactivos top 5 del mundo era un fraude, qué queda pensar del resto.

Por lo pronto otras exchanges se vieron obligadas a suspender la salida de los depósitos para hacerle frente a la corrida de sus usuarios y pueden ocurrir quiebras encadenadas. Otros grandes del mercado de monedas digitales habían invertido a riesgo en la firma de Bankman-Fried.

Los motivos de la quiebra de FTX resultan anecdóticos. Posiblemente un elemento más interesante para pensar es que el negocio de las criptomonedas parece enfrentarse a una crisis existencial. Son cada vez más los analistas que aseguran que el bitcoin y el resto de los criptoactivos sólo fueron resultado de un período extraordinario de bajas tasas de interés en el mundo y que con un ciclo monetaria adverso no tienen espacio para prosperar.

Esta lectura crítica de las criptomonedas tiene a su favor los datos de los últimos meses y en esencia declara que el bitcoin, ethereum y el resto de los criptoactivos terminará en la quiebra más temprano que tarde.

El punto gris de esta lectura es que no termina de responder todas las preguntas necesarias para afirmar que el negocio de las monedas digitales está acabado. ¿El dinero opaco del mundo tiene espacio para encontrar otro canal digital para moverse entre fronteras? ¿Las corporaciones que invirtieron en la tecnología de descentralización dejarán de pensarlas como una oportunidad? La lista de interrogantes es larga y compleja.

En otras palabras: las afirmaciones rotundas sobre que las criptomonedas dejarán de existir o, pensando desde el contraste, que terminarán siendo un éxito que transformará la arquitectura financiera internacional no resultan un aporte de valor a la discusión.

Si bien es cierto que parece existir una tendencia natural de las sociedades a manejarse con dinero digital, nada hace pensar que ese dinero tenga por qué ser descentralizado como bitcoin.

Como lo enseña reiteradamente el flujo de la historia, la dirección en que se mueva el negocio de las criptomonedas podría terminar siendo una combinación del azar, del desarrollo permanente de las nuevas tecnologías y de otros elementos como la dureza de las regulaciones.