Después de Socios por accidente (2014) y Socios por accidente 2 (2015), el dúo de José María Listorti & Peter Alfonso vuelve a la carga, estrenando siempre en vacaciones de invierno, el período anual de mayor recaudación cinematográfica en la Argentina. También repite en dirección Fabián Forte, ya sin su coequiper Nicanor Loreti, que lo acompañó en las anteriores. Los dos ¿cómicos? surgidos de Showmatch no son ahora un traductor de ruso y un agente secreto de Interpol, sino dos amigos que, a la manera de Muertos de risa, de Alex de la Iglesia, pasan de ser miembros de un dúo (no cómico, en este caso, sino musical) a los peores enemigos, a partir del momento en que un poderoso productor convierte a uno de ellos en la nueva estrella del pop latino. Como las previas y a diferencia de todo el cine pop & com (popular y comercial) argentino previo, Cantantes en guerra no es vergonzosa ni ofensiva. Tampoco es buena, claro: para una película que se pretende cómica, tanto el guión como sus protagonistas lo son muy poco. 

Dueño de un humor ácido, Listorti se hizo popular practicando el viejo arte de “Forree Ud. al invitado” en el programa de Tinelli, con la famosa cámara sorpresa. Si uno tiraba la moral al tacho y se ponía del lado del victimario y no de la víctima, el tipo era gracioso en el sentido más sádico de la palabra, sin necesidad de libreto para serlo. En esta serie de películas, el coconductor de Este es el show se enfrenta a dos problemas: 1) tiene que ajustarse a guiones escritos, sin lugar para improvisaciones; 2) se trata de películas “para toda la familia”, por lo cual no puede andar forreando a nadie ni chorreando ácido: la familia para la que están pensadas no son precisamente los Simpson. No por nada están producidas por dos descendientes de los Mentasti, productores de la obra entera de Palito Ortega. En cuanto a Alfonso, su mayor límite es él mismo. Súmese entonces a un Listorti con la lengua atada, Alfonso pasando líneas y un guión a cuatro manos que parece escrito en cuatro días, y el resultado son dos o tres tímidas sonrisas en una hora y media.

Por suerte, al lado de Listorti y Alfonso hay un actor. Uno de los mejores secundarios del cine argentino, Osvaldo Santoro, que hace del productor que lanza primero a Richie Prince (Listorti) y después a Miguell’O (Alfonso) y que ayuda a equilibrar un poco la balanza. Y está también, en un par de escenas, Diego Reinhold, en un personaje a medida, como conductor cínico de programa de chimentos. A propósito, la mirada sobre la televisión y el show business es bastante despiadada, forzando los límites de esa blancura ATP que la película busca, con un Ricardo convertido en tirano caprichoso; el propio Miguel, el chico modesto de la fábula, negando estar casado para no perder fans, y unas fans lo suficientemente burras como para preferir a cualquiera de los dos antes que a… McCartney, que toca en el último show como músico invitado. Otro punto a favor es Fabián Forte: cultiva una estética del feísmo que ayuda a sentir por este mundo la repulsión que merece, con sacos rosa, bufandas abuchonées en varios tonos y unas casas ABC 1 que son para salir corriendo, además del uso de unos filtros flou que remiten a cierto cine falsamente arty de los 70.