Pensar en una idea de conurbano global me abre la puerta a un dilema: la asimetría latinoamericana está construyendo una identidad similar a la realidad de una tierra de oportunidades “conurba”.

Aquel pasado de corriente inmigratoria que le dio cemento y cal sin revoque fino a los frentes de las casas en 1950, puede ser una analogía de progreso actual en América del Sur, como conurbano con sueño de progreso en el planeta tierra .

La clave es hacernos cargo que somos Latinoamérica o caer bajo las redes del fantasma snob de lo que “no nos bancamos ser”. Por ello hay que estar bien enfocado en este presente para no enamorarse de la frustración y “darle luz al instante” como enseña el poeta Luis Alberto de Villa Urquiza, tierra de luces y sombras si las hay.

Las corrientes dejaron en generaciones complejos de inferioridad y se reparan a veces con el aplauso de amigos siempre dispuestos a acompañar todo proyecto. El caso clásico es hacer una presentación con escasa convocatoria y buscar llenarla precipitadamente de amigos para que hagan bulto y se hagan eco de un reconocimiento ficticio. Afecto visible o tácito al que nadie puede resistirse.

A corto o largo plazo toda idea busca ser distinguida, pero la que se enferma de frustración recibe “el chupete del facho”. Los chupetes para calmar la angustia del bebé en el período de lactancia pueden extenderse. Ese vicio se prolonga en distintas formas si no está resuelto el conflicto de la primera infancia (aunque puede haber sorpresas en las nuevas formas de vejez que trajo la revolución tecnológica). En este contexto se monta la frustración de lactancias que no son maternales, sino de viejas ansiedades. Porque en la abundancia de información creció el nuevo estado de múltiple conciencia.

Viejos dolores que antes nos sumergían en la tristeza de una especie de poesía insoportable, hoy pasan a ser meros conceptos de vejez analógica. Es el caso de aquella angustia ancestral en el cuerpo: la ansiedad de nacer y no entender nada. Inmenso malestar.

Como si faltara algo más, encima es un bebé aplaudido. El aplauso ya marca el mapa que vendrá: Serás aplaudido o serás no-nato.

El estado perceptivo es el contacto humano. Por ello todo es mentira aquí y solo la intuición es la posta. Aun así tratan de encauzarnos con el chupete con el que hay que seguir para acostumbrarnos a esta “vida real“ que solo te asegura exterminar tu tesoro extrasensorial para trabajar, pagar impuestos y construir intolerancias: la adultez.

Indica que uno está más allá de “esta vida real” que el aplauso de los incondicionales deje de armar la vanidad estéril. Todo depende el trato que nos hayan dado de bebés.

Cuando en la idea está el aplauso del crítico que nos ninguneó, ese bebé está en vida perceptiva. El aplauso del parto no lo desenfocó. El destino para ese recién nacido es crear, deconstruir, volver a crear. La vida opuesta será consolarse con el chupete del facho que vive en Argentina y no soporta ser Latinoamérica.

Hoy la intolerancia en América Latina tiene final abierto y no llegamos a determinar dónde está el límite de esta tierra caliente. Un mercado persa queda como un cotillón frente a las ofertas de querer gobernar el conurbano: un país del planeta.

América del Sur construye a los candidatos más variados. Eso sentí cuando vi por primera vez la obra del artista uruguayo Joaquín Torres García y su “nuestro norte es el Sur”.

La luz del héroe máximo de la Argentina alumbra un parque ecuatoriano con “San Martín iluminado”. En conmemoración por el Bicentenario del Encuentro de los Libertadores de América -los generales José de San Martín y Simón Bolívar-, la Argentina obsequió a Ecuador una escultura. La punta de América que señala con inmensidad el Sur.

Nuestro norte es el abrazo de San Martín y Bolívar. Nuestra pertenencia y lealtad.

Desde el conurbano del planeta, vale la pena recordar qué define el concepto de lealtad: quien es socio en las pérdidas, ese es a quien hay que cuidar.