Mil quinientas personas copan un terreno baldío del barrio SADOP, en las inmediaciones de Ciudad Evita. Las tablas para armar el escenario llegan desde dos escuelas cercanas: necesitan elementos de limpieza y útiles. Un grupo de skaters monta una parrilla y vende bebidas: necesitan cemento y una mezcladora para hacer un skatepark ahí mismo. La difusión es de boca en boca y en redes sociales. Ningún funcionario, ningún policía se entera de lo que está ocurriendo. Y Eterna Inocencia, la banda que sube al escenario y convoca a esas 1500 personas en lo que pronto será el Playón Skatepark, cierra su recital con Weichafe Catrileo, una canción que trae a este suburbio bonaerense el asesinato de un mapuche en la Patagonia: “Me dijo que la bala que le dio la muerte / fue disparada desde el poder / Esa bala no entendía que / en este lugar / la tierra se une al sol / y la luna a los montes / en un mismo momento”.

Con más de veinte años y ocho discos que los convirtieron en la banda más convocante del hardcore-punk criollo, Eterna Inocencia hoy alterna sus recitales entre teatros repletos a lo largo del país, el apoyo a las luchas de los pueblos originarios, giras por América latina y movidas barriales en las que ese viejo lema punk del Hacelo vos mismo se mantiene intacto.

“En el Playón metimos ‘acción directa’: los skaters, las escuelas, una banda a beneficio y tenés un espacio ganado, el único skatepark autónomo de La Matanza, algo rarísimo”, dice ahora en una parrilla porteña Guillermo Mármol, cantante de Eterna Inocencia, recordando el recital de marzo. “Veníamos de tocar en Chile para bocha de gente y después en el Playón, un centro cultural en Moreno, para juntar alimentos. Nos criamos con los conceptos punks de solidaridad y cooperación, y la gente que viene a ver a Eterna percibe esto de ser partícipe. Se suman a las propuestas, ayudan siempre. Eso estuvo desde el principio.”

El núcleo desde el que creció esta banda pergeñada en las calles de Quilmes fue un catalizador que sintonizó frecuencias lejanas: un sonido furioso que bajaba de la costa Oeste de Estados Unidos, el pensamiento anarquista de Bakunin y Kropotkin, letras inspiradas en las canciones de Yupanqui y Zitarrosa, tareas comunitarias en hogares de niños del sur bonaerense, el despertar de una conciencia antiglobalizadora y un escenario marcado a fuego por el desguace neoliberal en la Argentina de los ‘90.

“Hoy me cruzo en la calle con gente que me dice ‘aguante Eterna’ y son todos laburantes, cafeteros, zapateros, maestros”, dice Mármol, que desde los inicios de la banda alterna la música con su cargo como docente de Historia en colegios secundarios. “Quizás podríamos vivir de la banda, pero elegimos no hacerlo. Cada uno tiene su laburo y reinvertimos lo que genera Eterna en sonar mejor, tocar gratis cuando queremos, pagarles pasajes en las giras a los doce amigos y familiares que nos ayudan en todo. Además creo que eso es lo que te da otra perspectiva: no estamos en una torre de marfil, tenemos esa conexión necesaria con la realidad.”

Anarquismo Siglo XXI

El último disco de Eterna Inocencia, Entre llanos y antigales (2014), fue editado por la Cooperativa de Recolectores Informales Eloísa Cartonera, y producido y distribuido por Discos del Sembrador, sello que autogestiona la banda. Fueron mil copias cuyo arte de tapa, al igual que los libros de Eloísa Cartonera, fue trabajado de forma manual para cada una. “Lo difundimos solo de boca en boca y por internet”, explica el bajista Alejandro Navajas. “Para bandas como la nuestra, internet es lo mejor que pudo pasar. Antes estaba todo mucho más concentrado. Es como la vuelta del anarquismo en el siglo XXI, por momentos ahí no hay reglas de nada.”

Apenas terminaron de grabar el disco, cuyos temas están firmados por toda la banda, lo subieron entero a internet para que pudiera ser escuchado online y descargado de manera gratuita. Esa decisión también espejó un proceso en el que la banda fue advirtiendo ciertos peligros. “Lo optimizamos para que te lo bajes joya –dice Mármol–. A las doce horas ya había comentarios: ‘Estoy escuchando el tema uno, es una bosta, el dos me cabe’. Y la misma persona a los dos días: ‘Loco, no puedo parar de escuchar el tema uno y todo el disco’. Eso también te da la pauta de la urgencia que hay hoy, y que te podés perder de un montón, y de vos mismo, en esa vorágine.”

El reverso del devenir digital, en su historia, no distaba tanto en el tiempo. A comienzos de 2000, cientos de cartas escritas a mano e intercambios a través de pequeños fanzines los llevaron a un largo peregrinaje tocando en squats –centros sociales ocupados– europeos. Recalaron en España, Francia, Suiza y el País Vasco. Allí, Mármol dio charlas sobre historia anarquista y revalidó las experiencias que habían compartido en espacios como la Federación Libertaria Argentina, la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) y la Biblioteca José Ingenieros. De ese viaje volvieron con la convicción de que el próximo paso era desplegar su mensaje por América latina.

Para entonces, la banda llevaba editados los iniciáticos Punkypatín (1995), Días tristes (1997) y A los que se han apagado (2001). Años más tarde llegó el disco bisagra, Las palabras y los ríos (2004), en el que ya condensaban una identidad que excedía el hardcore-punk y se acercaba a pulsos más serenos e introspecciones recubiertas por una consistente densidad política. Cuando llegó Ei (2010), el viaje ya había trazado un camino que iba desde aquellas primeras impresiones adolescentes y rabiosas en relación a la desigualdad y el desamor hacia un discurso que disparaba contra el poder en todas sus formas. Ya no estaban las letras en inglés de los primeros discos; ahora aparecían palabras como wallmapu y puelmapu, con las que se nombra el territorio mapuche. Eterna Inocencia había madurado hacia una mirada que amplificaba las luchas indígenas y perseguía la autogestión urbana.

En agosto de 2011, y luego de varias giras que los llevaron a Uruguay, Perú y Bolivia, llegaron a Chile en plena ebullición del conflicto estudiantil que asoló varios meses. En ese contexto dieron un recital gratuito para miles de estudiantes, en el patio de la Universidad de Chile. “Veníamos de tocar en un teatro de Santiago para casi dos mil personas y todo se dio muy rápido; al otro día estábamos en el medio de la lucha estudiantil”, recuerda el baterista Germán Rodríguez, el último en incorporarse a la banda. “Esa situación hasta hoy sigue generando problemas y lucha. Fue muy importante tocar para apoyar la lucha de la juventud por la educación pública y de calidad. Todos sentimos que la banda no puede estar ajena a eso.”

Chile se convirtió en una trinchera para Eterna Inocencia: allí estaban a un paso de las luchas del pueblo mapuche, a las que también acompañaban en cada viaje a la Patagonia. Poco después del recital en la universidad viajaron a Temuco, en el sur, donde se vivía una situación tensa luego de las persecuciones a dirigentes mapuches que defendían sus tierras frente al desalojo que les quería imponer el Estado trasandino. “Allá estábamos totalmente vulnerables a los servicios de inteligencia, sacándonos fotos mal”, recuerda Guillermo Mármol. “Pero agradecimos haber tenido esa experiencia. Todo eso también nos fortaleció muchísimo. Volvimos aún más comprometidos.”

Clandestinos

El camino de Eterna Inocencia se fue construyendo fuera del radar de los medios masivos de comunicación. En un presente que les permite agotar entradas en cada teatro y club donde se presentan, apenas pueden rastrearse un puñado de entrevistas en diarios, revistas y radios. “Se fue dando así. No es una postura ideológica pero tampoco fuimos nunca a golpear ninguna puerta. Somos bastante aldeanos en nuestro comportamiento. Todo lo que sucede es en base a que remamos y remamos”, define el cantante. Lo que resta para que se produzca la alquimia, según el guitarrista Roy Ota, el otro músico que junto a Mármol se mantiene desde los inicios, es la vitalidad de las canciones. “Cotidianamente la gente nos hace saber cómo forman parte de sus vidas, sus viajes, sus trabajos, su día a día. Todo eso revalida muchísimo el esfuerzo de la banda. Son ellos los que mantienen las canciones frescas.”

En ese intercambio, los Eterna Inocencia apuntaron a establecer lazos constantes con sus trabajos. Mientras Ota y Javier Pesquero –el otro guitarrista que completa el quintento– graban y mezclan a bandas amigas, Navajas viaja con sus instrumentos como musicoterapeuta y Mármol conecta las letras con sus clases. El tercer tema de Entre llantos y antigales, Cassiopeia, fue escrito junto a sus estudiantes y relata las muertes de las ballenas francas australes producidas por las picaduras de gaviotas que se alimentan de basurales al aire libre: “Qué paradoja vino a ser que lleves nombre de constelación / cuando tus marcas son producto del dolor / Nosotros los que no entendemos, nosotros los que no queremos más estrellas en tu cuerpo.”

“Los pibes se enganchan mucho en esa dinámica. Hace dos años vivimos un hecho muy doloroso: uno de mis alumnos, que tenía una banda con su hermano, falleció en la escuela”, recuerda Mármol, que poco después se acercó a sus amigos del sello Patea Records y consiguió un meet & greet para todos sus alumnos con la banda NOFX, en su última visita al país. “Fue un gesto increíble que tuvieron”, dice el cantante. “Y ese tipo de experiencias también son positivas para despertar inquietudes. Estaría bueno que hoy los pibes tengan una hora antes de las clases para socializar. Pensar una escuela por proyectos también, que termine por ejemplo con 60 alumnos y cuatro docentes en una campaña para donación de sangre. Pero para poder reflexionar estas cuestiones los docentes tienen que tener las condiciones para hacerlo y no un gobierno que se niega a tener una paritaria nacional. Así no podemos pensar otra escuela.”

Alejados de los medios, las instituciones y los partidos políticos, sin dejar de pensar sus canciones y acciones como puentes hacia esa sociedad libertaria que anhelaba el anarquismo, Eterna Inocencia se masificó a través de una militancia instintiva. “Los pibes que nos vienen a ver, muchas veces buscan sus primeras experiencias políticas a partir de ahí. Medio en joda, medio en serio, les decimos a los compañeros de la izquierda que llevamos más gente que ellos a sus actos”, se ríe Mármol al intentar definir la concepción de militancia que guía a la banda. “Creo que la clave es seguir manteniendo en gran medida la inocencia a la hora de tocar, de juntarse a componer canciones, discos, de proyectar nuevos fanzines, programas de radio, recitales”, lo completa Pesquero. “Esa inocencia es la que siempre te permite seguir viendo la magia en lo que te pasa.”