En 1817, con apenas 25 años, el aclamado Gioacchino Rossini compuso La Cenicienta: drama jocoso sobre el clásico cuento de hadas de Charles Perrault. Una ópera cómica, auténtica joie de vivre, con libreto en italiano de Jacopo Ferretti, que prescinde de elementos sobrenaturales. Elementos que la joven y consagrada régisseuse María Jaunarena incorpora en su versión condensada, en castellano y para niños de La Cenerentola (tal es su nombre original), que recientemente estrenó en Ciudad Cultural Konex. “¿Cómo iba a hacer La Cenicienta para chicos sin magia?”, esgrime la talentosa directora escénica de Juventus Lyrica –formada en teatro, danza, música, artes visuales, que se inició como gestora, fue asistente y hace las veces de notable vestuarista– sobre esta refinada puesta para todo público. Con todos los chiches; miniorquesta en vivo incluida, bajo la dirección musical de Hernán Sánchez Arteaga, amén de dar acústica vida a las encantadoras composiciones.     

Jaunarena –que ya se había lucido con creativas puestas de Otra vuelta de tuerca, de Britten, Medea, de Cherubini, Las bodas de Fígaro, de Mozart, Orfeo y Euridice, de Willibald von Gluck– estuvo a cargo de la adaptación, la versión en español, el vestuario y la dirección escénica. Y conversa hoy con Las12 acerca de una pieza donde la madrastra es un padrastro; y el hada, un mago padrino. Las hermanastras, frívolas como de costumbre. El príncipe Ramiro, incomodísimo, se hace pasar por criado; y el criado, por príncipe rockstar. La Cenicienta es Ángela, epítome de bondad y pronta a romper las cadenas que la oprimen, de ¡por fin! dejar de fregar. 

Después del éxito de La Flauta Mágica para chicos el año pasado (nominada la premio ACE como mejor infantil), te has embarcado en un clásico de clásicos: La Cenicienta, de Rossini, un cuento presente en la historia de la humanidad desde tiempo inmemorial.

–Una historia eterna, de miles de años, que venimos arrastrando como civilización desde hace muchísimo tiempo y que siempre prende en los chicos. Porque fijate que ya había una Cenicienta en la Antigua Grecia, donde una ciudadana griega devenida esclava es blanco de las burlas de otras esclavas, que se mofan de ella por tener el pelo rubio y los ojos verdes (evidentemente no era el prototipo de belleza egipcia). Hasta que un día el águila hace caer sobre el regazo del emperador la sandalia dorada que ella tenía puesta, y él la manda a buscar. Y al verla, él dice: “Es más egipcia que todos los egipcios. Sus ojos son del color del Nilo; su pelo, del color del sol”. Después hubo versiones chinas, vietnamitas, indias. Y en 1697, el cuento de Perrault, sobre esta chica oprimida por sus hermanastras y su madrastra que se libera. Una chica con la que cualquier niño/a que atraviesa situaciones de burla o sometimiento intuitivamente se puede identificar.

En el programa, hay un texto tuyo donde hablás de no evitarles ni dosificarles el conflicto a los chicos, porque alivianar el material de lectura implica también menospreciar la seriedad de sus problemas.

–Noto que hay mucho título contemporáneo de literatura infantil que no cuenta ningún conflicto, y me resulta extraño. Porque el chico necesita herramientas simbólicas que le permitan atravesar sus propias situaciones conflictivas, difíciles, dolorosas; que lo ayuden a emprender su propio viaje iniciático. Por eso, hay un valor enorme que tiene el cuento clásico por sobre estas creaciones más dosificadas. La Cenicienta condensa un nudo de miedos de niñez: el terror a la muerte de los padres, el bullying, ser distinto sin poder manifestarlo, la búsqueda por conquistar la libertad. Y es el hada madrina, esa presencia materna, la que le da la posibilidad de mostrarse tal cual es, de pasar del carbón al cristal, de que –después de varios fuegos, alquímicamente hablando– el interior  logre brillar. 

En la ópera de Rossini, la Cenicienta pierde un brazalete, no el famoso zapatito, y el “hada madrina” es un filósofo y consejero real, sin poderes mágicos. Tu puesta recupera el zapatito y el hada (aquí, un mago) del cuento de Perrault.

–La falta de zapatito responde a una cuestión de época: mostrar el tobillo hubiera sido una indecencia, un escándalo, entonces él lo reemplaza por un brazalete. Pero ¿cómo iba a hacer La Cenicienta para chicos sin hada madrina o sin zapatito? Ya bastante con que les cambiamos el género de la madrastra, y que en vez de hada, hay un mago padrino…   Permitir que el chico tienda redes con la historia que ya conoce, es lo que te habilita a incorporar otras modificaciones. Además, la presencia mágica en los cuentos de hadas es el factor desencadenante en la conquista de la independencia, de la libertad.

Hay que agradecer que Rossini les haya dado un respiro a las pobres madrastras, a las que tan mala prensa les han hecho las historias infantiles…

–Totalmente. De todas formas, con su humor maravilloso, Rossini aliviana mucho al personaje del padrastro: Magnífico es mucho menos malo que la madrastra de Disney, que no tiene ni medio matiz. También me pareció que conservar la cantidad de personajes masculinos de la partitura original era una manera piola de romper con el prejuicio de que los cuentos de hadas son para nenas cuando los nenes los disfrutan por igual. 

En esta ópera, Ángela –la Cenicienta– se enamora del príncipe pensando que es un paje, no la obnubila la envestidura real…  

–Sí, y está bárbaro que así suceda; en la partitura original, ellos se ven y hay flechazo, como si pudieran ver el interior de cada uno, más allá de estatus, del estrato social. 

Así y todo, ¡si será fetichista el príncipe! No reconoce a la Cenicienta en el baile, pero obsesionado queda con el famoso zapatito… 

–(Risas) En el original de Rossini, ella llega al baile con un velo en la cabeza, pero a mí me pareció que el velo complicaba. Además, ni en el cuento de Perrault ni en el film de Disney de 1950 (al que rescato especialmente, me parece una película maravillosa), ella está velada, y no la reconocen igual. Eso es lo que puede la apariencia, el poder de la pilcha, cómo la ropa transmite clase social. 

Ramiro no es el príncipe estereotípico: está incómodo, se queja de ser un “hombre objeto”…

–Me parecía gracioso que este príncipe estuviera ansioso, que se sintiera incómodo con la tarea absurda que le enchufa el padre de tener que elegir esposa para salvar al reino. El coro lo dice: “Tiene un propósito bastante utópico”. Además, históricamente, el príncipe aparece más bien desdibujado; me gustaba la idea de parodiarlo un poco. También me pareció necesario, y divertido, que ella se retobe y le diga: “Mire que yo no le dije todavía que aceptaba casarme”… 

Al ser una puesta para chicos, se trata de una versión condensada de la ópera de Rossini ¿Fue difícil seleccionar qué números musicales entraban, cuáles quedaban afuera?

–Algunos números tuvieron que quedar afuera, pero hay muchos fragmentitos que están acompañando momentos clave como música de fondo. Y hay algunos enroques que hubo que hacer para ayudar a la comprensión de la obra. De todas formas, está conservada la estructura de la obra, el orden que Rossini pensó. Pero como no deja de ser una ópera adulta, con contenido adulto, si no me tomaba licencias directamente no la podía armar.

Capítulo aparte amerita el precioso vestuario; en especial los vestidos de las hermanastras…

–Las hermanas son el momento de la exageración: rechonchas, enormes y llenas de rulos, en contraposición a una Cenicienta de líneas más simples, más pura. Y en esa línea paródica, está Magnífico con sus flores enormes… El traje del mendigo/mago, Alas de Oro, tenía que ser azul: para mí, es el color de la magia, el color del hada madrina, el color de la escena (será que tengo al hada madrina de Disney marcada a fuego en la cabeza). Y para el coro, la escolta del príncipe, quise hacer una referencia cruzada a otro cuento infantil, y los vestí como soldaditos de plomo. Mientras, Dandini –el criado que se hace pasar por Ramiro, a pedido de Ramiro– se me apareció como una suerte de rockstar, un pelotazo en contra, un divo lleno de flashes. Algunas ideas de diseño las reciclé de una puesta de Juventus de 2010, que dirigió mamá (Ana D’Anna) y yo hice el vestuario; me parecía que funcionaban perfecto para esta versión.  

Hablemos acerca de la escenografía, tan funcional, en dos planos, a cargo de Gonzalo Córdova (que también hace la iluminación)…

–Como quería entrar con un vestuario muy saturado en términos de color, con Gonzalo decidimos trabajar la escenografía en blanco y negro, con planos de impresión de cuento escrito. Las proyecciones que acompañan –de Juan Pablo Amato– tienen carácter de cuento, en el sentido pictórico del dibujo, de la ilustración. Digamos que tratamos de contar el cuento escrito con la escenografía… Además, que los animalitos (proyectados) se acerquen a escucharla cantar, permitía mostrar cómo a nuestra heroína la naturaleza le es armónica, y cómo los bichitos perciben lo ella que es realmente y los demás no, porque no ven más allá de la ceniza y el polvo que la cubre. 

¿Barajás algún título posible para venideras óperas infantiles?

–Todavía no; es difícil encontrar óperas para chicos porque, en general, ¡terminan todos acuchillados! (risas). Lo que sí te puedo decir con total seguridad es que esta posibilidad de meterme de una manera distinta en el género, adaptando la letra, dirigiéndome a un público virgen, sin filtro, es algo que me tiene tomada, que quiero continuar. Con la competencia devastadora que pueden ser los youtubers o el iPad, poder captar la atención de los chicos por un ratito con un sonido acústico, con un espectáculo cantado que remite a un cuento clásico, me interesa muchísimo. Es recuperar la inocencia, la magia; retrotraerlos a una historia vieja, hacerlos partícipes de un contenido que nos contiene a todos, aunque esté un poco olvidado. Pero, bueno, de momento tengo que dedicarme a El Conde Ory, lo tengo abandonado… Y a hacer el vestuario de Turandot, de Puccini, que presentamos en septiembre y dirige mamá.

El Conde Ory, otra ópera de Rossini. En noviembre, cerrás la temporada de Juventus Lyrica como directora escénica de esta perlita, ópera bufa de las menos representadas del compositor.  

–Sí, es un año rossiniano para mí, y estoy contenta porque su música invita a bailar, a ser gozada desde lo físico; tiene algo tan contagioso. Se nota que era un tipo fresco, que la pasó muy bien. Fijate que cuando se retira a los 38, se dedica a cocinar, a ofrecer banquetes para amigos; ¡e incluso escribe un libro de recetas! Además, tiene un humor alucinante; logra ese delgado equilibrio de la comedia. Y la risa tiene un poder demoledor, es detonante; por eso en cualquier régimen autoritario, las revistas de humor estaban recontraprohibidas. La conquista de la libertad de los chicos pasa por empezar a reírse, por parodiar, minimizar aquello que les da miedo; como en el caso de la Cenicienta y estos seres ridículos que la oprimen. 

Has anotado que las coloraturas “suenan a carcajadas”… 

–Es un repertorio súper específico el de Rossini, que precisa mucha agilidad vocal; hay cantantes dedicados exclusivamente a él. La mezzosoprano italiana Cecilia Bartoli, maestra de la coloratura, se hizo famosa por su Cenicienta, que ha grabado cantidad de veces. Por supuesto, otros compositores también utilizan la coloratura, pero en él es prácticamente un sello. Lo cual fue un desafío al momento de la adaptación al castellano. Primero escribí el texto y llegué chocha con la partitura al primer ensayo; pero, claro, hubo que hacer mil ajustes para que las palabras pudieran calzar en esta especie de catarata de notas, donde hay vocales que facilitan, consonantes que pueden incomodar. Aquello sumado al otro gran desafío: los números de conjunto, donde de pronto hay cuatro personajes distintos cantando cuatro textos diferentes al mismo tiempo, en paralelo. 

La Cenicienta se presenta los sábados 15, 22 y 29 de julio; 5 y 12 de agosto a las 15. Jueves 20 y 27 de julio a las 11. En Ciudad Cultural Konex, Sarmiento 3131. Localidades desde $ 220 en venta en boletería o a través de Ticketek.