Como ya les comenté en otras oportunidades, el fútbol no es algo que me cause interés. Quizás sea porque tengo muchos recuerdos negativos de la infancia. El único momento que sí puedo decir que atesoro en mi memoria, es el del mundial de 1986. Todavía me veo festejando con una vincha celeste y blanca, hecha con una cinta de gross larguísima. Mientras corría, sentía que volaba, como si el lazo fuera mi larga cabellera. Aún era un niño que soñaba con un futuro diferente. Me acuerdo que ese día en que ganamos la copa, en medio de los festejos en la puerta de mi casa, me subí a un camión lleno de personas cantando con bombos y banderas. ¡Jamás imaginé que ese camión iba directo al Obelisco! Era la primera vez que veía este monumento. Recuerdo a miles de personas cantando, todo era celeste y blanco, la alegría era inmensa. Nunca me había topado con un festejo así de colectivo. Finalmente me gustaba algo que tenía que ver con el fútbol, ese mundo machista donde las personas LGBT no existíamos más que para las bromas. Ese día fui feliz. Cuando salga esta columna, ya habrá comenzado este mundial tan esperado por muches, en medio de críticas y muchas polémicas. Entre tantas, las desencadenadas por las declaraciones del embajador catarí Khalid Salma, que abiertamente dijo que la homosexualidad es un herida mental. Obviamente, el repudio no se hizo esperar. Por suerte, hoy hay voces poderosas como la de Dua Lipa, cantante que rechazó participar del mundial hasta que se respeten los derechos humanos en Qatar. Incluso la superestrella Rod Stewart se negó a actuar por motivos éticos. Fueron muchxs lxs que se pronunciaron públicamente. Frente a esto, en Qatar redoblaron la apuesta. Hace unos días se comunicó que se confiscarían las banderas del orgullo por la propia seguridad de quienes las llevaran. Les recuerdo que quien luzca este símbolo en el mundial será arrestadx por un periodo entre siete a once años, ya que la ley castiga ofender al Islam o cometer blasfemias y las relaciones entre personas del mismo sexo están completamente prohibidas. Como respuesta, la agrupación Stop Homofobia colaboró con Pantone, que identifica cada color con un número, para diseñar una alternativa que escape a la censura. Esta será una bandera blanca con líneas negras y cada franja llevará un código que representa al color correspondiente a la que se usa actualmente. En la misma línea, Inglaterra y Alemania desafiaron a Qatar y arribaron al país en aviones que portaban símbolos gráficos de apoyo al colectivo LGBTIQ+. Harry Kane, capitán de los ingleses que llevará una cinta con los colores del arcoíris, expresó que se siente honrado de unirse a los capitanes de los demás equipos que apoyan la campaña One Love: “En el campo competimos como capitanes, pero luchamos juntos contra todo tipo de discriminación”. Además de la censura que les contaba, para quienes visiten el país también existen numerosas restricciones. Por ejemplo, la prohibición de demostraciones de afecto públicas o la de beber en la calle. Si se preguntaban qué derechos se violan en Qatar, como verán son varios. Además, por supuesto, de la libertad de expresión y de prensa. Para que tomen conciencia si andan por ahí, el código penal catarí tipifica como delito criticar al emir, insultar la bandera de Qatar, difamar la religión, incluida la blasfemia e incitar al derrocamiento del régimen. Ahora bien, ante todo este panorama, la pregunta que me hago es ¿en qué pensaba la FIFA al elegir a Qatar como anfitrión de uno de los espectáculos más convocantes del mundo? Lamentablemente, en esto, en lugar de avanzar, retrocedemos. ¿No era algo bastante previsible? A diferencia del clima que vivíamos en los 80, en la actualidad hay muchos gestos de apoyo a la comunidad LGBTIQ+. Es inevitable que piense en esa criatura que subió al camión en el 86 con miedo y alegría. Siempre se habló del futbol como un deporte machista, y este guiño es un claro ejemplo que las cosas están cambiando. Y la FIFA y los equipos van por veredas diferentes: uno excluye y el otro mira hacia el futuro. Los años de lucha rindieron sus frutos para nosotres. Desde hace rato el orgullo es una respuesta política, y flamear la bandera de nuestra lucha es una manera de visibilizarlo y hacerlo tangible. Aunque lo quieran ocultar, estoy segura de que la gente va a encontrar la manera de poner un arcoíris donde todo es de un solo color. Por suerte, para las nuevas generaciones esto ya no es un debate. Hoy vuelvo a sentirme feliz por les niñes que no están solxs. Tomar conciencia y tener empatía, además de amor, es lo único que puede salvarnos.