Desde Barcelona

UNO Auténticos fuegos artificiales para cuarto centenario del año en biblioteca de Rodríguez con libros tan inflamables como ignífugos. Luego del de Joyce y el de Vonnegut y el de Proust, aquí viene el demorado de Jack Kerouac. Nacido en 1922 pero recién consagrado en 1957 con la publicación del postergado (lo terminó en 1951) On the Road. Título tótem (de)generacional y traicionero boomerang (la marca/etiqueta y cargo/carga de Rey de los Beatniks siempre incomodó a Kerouac) que vuelve y muerde a la mano que le dio de escribir como fitzgeraldiano descarte una vez que pasa la novedad y la época y el sexo y drogas y free jazz. Pero, también, uno de esos textos que jamás se olvida cuando se lo leyó por primera vez. Y, claro, Rodríguez tuvo la suerte de subirse a sus páginas durante la adolescencia pero, también, la de releerlo de tanto en tanto así como de no dudar en leer todo lo que hubo antes y vino después y póstumo. Incluyendo sus torrenciales cartas no muy diferentes a sus "ficciones" así como todo ensayo o biografía (Rodríguez destaca la coral/oral ensamblada por Barry Gifford en Jack's Book) que ha ido asomando la cabeza y enseñando pulgar a la espera de ser recogida. Y es que siempre hay algo ahí. Un destello, una exposición. Un "awww!" como ese que cierra una de las más famosas y citables parrafadas de On the Road. Porque Kerouac (al igual que su primer maestro/influencia Thomas Wolfe, Melville, Miller, Lowry, Ellison, Brodkey, Brautigan, Exley y Hannah, por mencionar sólo a los que escriben en inglés) es un riff writer. Alguien que, sí, es un sentimiento y no puede parar. Alguien tan capaz de ofrecer solos de máquina de escribir alucinantes como también de sucumbir a los riesgos de redactar espontáneamente convencido de que "Al no revisar lo que has escrito lo que le estás ofreciendo al lector no es otra cosa que la obra de tu mente durante el mismo acto de la escritura". Lo que, en ocasiones puede equivaler a choque frontal o a quedar sin gasolina en el tanque (y con demasiado alcohol en las tripas) a mitad de camino y lejos de toda Texaco.

DOS Pero Rodríguez, (re)leyendo a Kerouac, siempre ha apreciado también esos momentos de frenada brusca y bajón y, con los años, ha ido apreciando más y más los títulos más tristes y desgarrados y vencidos dentro de su obra. Porque, sí, son muchos los que han corrido con On the Road pero no tantos los que llegan casi arrastrándose hasta el crack-up de Big Sur o hacen memoria con los nostálgicos e iniciáticos y apologistas del pulp Doctor Sax o Maggie Cassidy. Partes sueltas que, en verdad, son partes de un libro colosal. Un roman fleuve compuesto por catorce volúmenes. Un ciclo centrifugado que Kerouac contrario a lo que se cree nada savant y gran lector de En busca del tiempo perdido (ah, esa foto en la que sostiene un ejemplar de Swann casi como si se tratase de una reliquia religiosa para luego aconsejar un "Sé, como Proust, un adicto al tiempo") comprendía y entendía bajo el título general de The Duluoz Legend. Arrancando con el fantasma de angelical buda-hermanito mayor muerto en Visiones de Gerard para ir a dar a las botellas vacías de Satori en Paris, concluyendo con un "Cuando Dios diga: 'Has vivido bastante' olvidaremos todo lo que significaba esa despedida". Antes, en Big Sur, ya decía adiós con un "Todo volverá a ser como lo fue en el principio... Simple y dorada eternidad bendiciéndolo todo... Nada ocurrió, ni siquiera esto... El niño crecerá para convertirse en un gran hombre... Habrá adioses y sonrisas y en suaves noches de primavera yo estaré en el jardín bajo las estrellas... Algo bueno resultará de todas esas cosas... Y será dorado y eterno... Nada más que decir".

TRES Pero nada de Jack Kerouac se despide del todo y siempre está volviendo para que se pueda volver a lo suyo y a los suyos. Y lo cierto es que Rodríguez nunca soportó esa compulsión de Allen Ginsberg por salir en toda foto con famoso (aunque se reconcilió bastante al leer sus muy inspiradas e inspiradoras clases en Las mejores mentes de mi generación: Historia literaria de la generación Beat); William S. Burroughs (probablemente el más genial) siempre le dio un poco de miedo; y el más personaje que persona Neal Cassady (de quien leyó su novela y sus cartas) funciona como d'artagnanesca nota al pie en acelerador de los otros tres mosqueteros. En cambio, a Kerouac siempre lo puede volver a encontrar recordando qué es lo que se sintió una vez y puede volver a sentirse leyéndolo: eso de tener toda la vida y la obra por delante.

CUATRO Sobre el final, Jack Kerouac (considerado cursi y misógino y tecleador compulsivo y modelo pasado de moda y desabrido sabor de temporada pero, a la vez, tan influyente, y saludos al gran Denis Johnson) despreciaba a Salinger, no le caía mal el senador Joe McCarthy "porque supo cómo tratar a judíos y maricas", y nada le incomodaba más que el acoso de esos viejos camaradas y nuevos jóvenes floridos. "Estoy cansado de todos ellos esperando que yo salte y diga: sí, sí, está todo bien. Y eso ya no puedo decirlo", gemía. Era un artista puro y, como bien advirtió William Carlos Williams, "Los productos puros de América acaban volviéndose locos”. Burroughs & Ginsberg --de algún modo más modernizables por la paranoia hermética y virósica o la euforia refleja y nacional del avatar-poeta-- salen más/mejor librados del Mondo Beat. Aparecerán en videoclips de Bob Dylan y U2, grabaciones de Warhol, películas de Gus Van Sant, fotos con Bowie, canciones de Laurie Anderson, conciertos de Joy Division o portadas de los Beatles. Kerouac no. A Kerouac (aunque William Gaddis rebautizado Harold Sand tenga cameo en Los subterráneos) no le sale bien eso del cambio y la adaptación a nueva era. O no le da la gana ni la fuerza. Kerouac es dinosaurio de nacimiento. Kerouac se fosiliza en su tiempo/ lugar del que no puede escapar: se convierte en una movediza pieza-de-museo. Así y todo, su obra es al mismo tiempo legado antropo/arqueológico y lava viva y ardiente. Un despacho de vuelta desde ese tiempo perdido a recobrar en el que alguna vez Kerouac se tomó hasta el fondo foto mirando y adorando un libro de un escritor francés.

CINCO Al principio de su Contra Saint-Beuve, Marcel Proust dictamina: "Cada vez le doy menos importancia al intelecto... El intelecto puede llegar a ocupar el segundo puesto en la jerarquía de las virtudes siempre y cuando sea capaz de proclamar antes la supremacía del instinto". Casi al final de En el camino, Kerouac confiesa: "No tengo nada que ofrecerle a nadie salvo mi propia confusión".

Bienvenida sea.

SEIS Los que lo conocieron bien dicen que Jack Kerouac que nunca olvidaba algo, que se acordaba absolutamente de todo. Así, cuando este memorioso no soporta más la incapacidad de alcanzar la amnesia, se acuerda de escribirse la muerte más ignominiosa para un samurai bebop, el final más sórdido para un bardo zen/timental. Jack Kerouac (viviendo con su madre, con 91 dólares en el banco, su fantasma hoy tiene 19.999.909 y On the Road es lo más robado en librerías de USA) se derrumbó frente a televisor emitiendo The Galloping Gourmet el 21 de octubre de 1969, en San Petersburg, Florida. En su funeral, alguien recordó, entre divertido y triste, que a Kerouac nunca le habían gustado los automóviles, mucho menos conducirlos, y que siempre prefirió dejarse llevar.