Voces distorsionadas, sintetizadores chiclosos y burbujeantes, sonidos pegajosos, juguetes de plástico, drogas sintéticas. Todo eso es el hyperpop. En palabras más simples: es pop electrónico, maximalista, rápido, experimental, con un fuerte componente queer. Cuando se habla de hyperpop, se piensa en artistas como Charli XCX, Sophie, Dorian Electra, Hannah Diamond, o 100 Gecs, entre sus nombres más conocidos.

La génesis del hyperpop podría situarse, aproximadamente, en el 2010. Sus progenitores: el productor inglés A.G Cook, fundador del sello musical PC Music (que reúne a una gran cantidad de artistas que hoy se engloban bajo la categoría hyperpop) y la escocesa Sophie, mítica productora, compositora y artista trans que, además de ser pionera de este -aún relativamente nuevo- género musical, se convirtió en una diosa de estampita para las vanguardias queer de su generación. Con su álbum Product, lanzado en 2015, Sophie planteó la idea de la industria musical como un mercado masivo de las emociones humanas. Su propuesta tenía que ver con adentrarse en esa artificialidad, hacer estallar las convenciones clásicas de la música pop.

Sophie, Duki y el auto-tune

En enero de 2021, la madre del hyperpop murió como una heroína trágica: cayó al vacío tras subir al techo de su terraza para ver la luna en Atenas. Y como si la hubieran enviado desde el futuro, en solo 34 años de vida Sophie cambió el rumbo de la música electrónica para siempre. El legado que dejó, esos sonidos metálicos que se estiran y retuercen como chicle o slime color neón, son parte fundamental de un género que todavía está en vías de mutación.

El auto-tune, durante décadas, fue uno de los elementos más denostados del pop por parte de los críticos musicales tradicionales, que lo asocian a la vagancia y a la falta de talento. El hyperpop, en cambio, reivindica el uso del autotune y lo pone en valor como una herramienta artística, pero también ideológica: esa posibilidad de modulación vocal ha permitido a muchas artistas trans cantar como ellas querían hacerlo, que el pitch de sus voces fuera tan agudo como lo desearan, llegando a tonos humanamente imposibles. Un recurso que le dio una voz propia a quienes, hasta el momento, no tenían una en la industria musical. Laura Les, del dúo 100 Gecs, por ejemplo, dice que la posibilidad de distorsionar su voz fue una herramienta para aliviar el sentimiento que le producía su timbre natural.

En el último tiempo, las influencias de los sonidos hyperpoperos llegaron a otros géneros musicales más mainstream, entre ellos -y de manera notable- el trap. Hay vestigios hyperpop en el sonido de artistas locales: cuando Duki lanzó Midtown, un track glitchero, dijo una frase que muchas personas pasaron por alto, y otras tomaron como una falta de respeto hacia las raíces del género: “estamos inventando el trap hyperpop”. El hyperpop, oficialmente, ha llegado al mundo heterosexual: ¿Es una conquista? ¿Se puede hablar de apropiación cultural? Esos sonidos, despojados de su historia y su contexto ideológico, ¿Pueden considerarse hyperpop?

Aunque se caracterice por un sonido específico, el hyperpop es, más que nada, un movimiento cultural: la materialización auditiva de una filosofía queer, la búsqueda de una manera sensible de vivir la vida y de ver el mundo, la idea de que las identidades no son estáticas, una apuesta por eso que siempre ha sido considerado absurdo, plástico, falso, artificial, la feminidad, la no-binariedad, el juego, la cultura de internet.

Charli XCX, la estrella de un after

A Charli XCX le gusta escuchar una ovación que grita su nombre. Sabe que es madre de una generación de maricas, referente indiscutida de un territorio que conoce bien: las pistas de baile. Es sábado por la noche y aparece sola, entre dos columnas griegas, en el escenario Flow del Primavera Sound. Es su primera presentación en Argentina. No la acompañan bailarinas, ni una gran puesta en escena, ni una banda. Es solo ella, las pantallas con visuales de rayos centelleantes, las pistas de sus canciones y sus movimientos cargados de energía. Con la melena negra enmarañada, lentes de sol, detalles de strass sobre el corpiño, la bombacha y el delineado negro esfumado, usa una toalla para secarse el sudor de la cara. Conjuga el glamour con la ausencia total de glamour: si tuviera que describir a Charli XCX diría que es la decoración rota y brillante que cuelga en las paredes después de una fiesta, es la estrella de un after.

El público que ahora estalla en alaridos de excitación en algún momento temió que no se presentara: apenas llegó a Buenos Aires, un día antes del concierto, Charli anunció en sus redes sociales que tenía una infección en la garganta y el médico le había aconsejado no hablar hasta antes del show. Y es que recién volvía de Brasil, donde además de presentarse en la edición local del Primavera Sound, se dedicó a recorrer bajo la lluvia la noche queer de Sao Pablo, acompañada por una experta: Pabllo Vittar, la estrella drag brasileña que hace una aparición en su canción I Got It.

Pero ahí está Charli, en todo su glamour trash, lista para cantar una setlist de 16 canciones en total. Muchas son de su último disco, Crash (el single que da nombre al álbum está inspirado en la película de Cronenberg) que lanzó en marzo de este año, una entrega que se diferencia fuertemente de su trabajo de los últimos años: no es experimental, ella misma lo llama “su álbum más pop hasta el momento”. Charli juega con la idea de “venderse al mercado” desde el sonido, que se acopla a un pop más tradicional,y también desde su propuesta conceptual. Durante su grabación, plagó las redes sociales con mensajes como: “tips para nuevos artistas: vendan su alma por fama y dinero”.

Sophie, mítica productora, compositora y artista trans

Esos chicos gays que gritan por Charli en las primeras filas, atrincherados a la valla, no están solos: los acompaña una horda paki de fanáticos que esperan a Travis Scott, el trapero que cantará en el mismo escenario que Charli después de su show. Lo esperan con pasamontañas color verde flúo en la cabeza y, en la mayoría de los casos, una clara incomodidad al verse inmersos en el descontrol de esa especie de misa ricotera gay. Los testimonios varían: hay quienes dicen que los escucharon decir “ojo, está bueno” después del shock energético de Vroom Vroom, y otros testimonios afirman que, petrificados como gárgolas, se negaron a moverse al ritmo del pop.

Paradójicamente, los mismos que, desde el mediodía, improvisaron pogos violentos en cada show al que asistieron, después del festival se quejaron en redes sociales de lo bruto del público gay, de que ellos no tenían idea de lo intenso que iba a ser, y juraron haber recibido arañazos de las uñas afiladas de los fans de Charli XCX.

El show llega a su punto cúlmine durante dos hitos del hyperpop: la catártica Track 10, producida por A.G Cook, en la que Charli se arrastra por el piso gritando una letra que habla de amor entre sintetizadores hipersensibles, y Vroom Vroom, producida por Sophie: un himno furioso y caótico digno de un pogo gay demencial. El show de Charli, además de convertirse en una fiesta, fue constatación de que el pop es nuestro espacio de pertenencia.

Caroline Polachek

Cuando termina el show de Charli no hay tiempo para procesar lo ocurrido. Cualquier devota del pop sabe que, en menos de diez minutos, Caroline Polachek va a empezar a cantar en el escenario Primavera de ese mismo festival. Entonces, se produce una estampida: una marea de cuerpos que corren hacia la otra punta del predio para llegar a tiempo.

Con pasos rápidos, eufóricos, llegamos al reino de Caroline Polachek: sobre el escenario, espera entre puertas estilo gótico con fondo de cielo oscuro que se proyectan detrás suyo. La sincronía es perfecta: apenas podemos volver a respirar, comienza a sonar Pang, el segundo track del disco que lleva ese mismo nombre.

Caroline Polachek, surrealismo exquisito

La música de Polachek tiene grandes influencias hyperpoperas pero, en una primera escucha, no parece fácil catalogarla precisamente bajo ese género. Es una experiencia más sinfónica, más lírica. Si bien su álbum Pang fue producido en colaboración con Danny L Harle y, en algunos tracks como Ocean Of Tears y Big Eyes, también cuenta con la producción de A.G Cook, la incorporación de estas influencias es sutil, delicada.

Hace años que Caroline trabaja con artistas del sello PC Music y, entre sus colaboraciones, está la mismísima Charli XCX. Son habitantes de un mismo ecoistema y ese, quizas, sea otro rasgo a destacar del género: hay cierto sentido de solidaridad, incluso de endogamia, que caracteriza a la comunidad que hace hyperpop. Pero a diferencia de Charli, Polachek todavía es una gema oculta en el mundo del pop experimental.

Por primera vez en la noche, el cielo está despejado. Caroline narra sus historias como si fuera un hada, una elfa céltica llena de sabiduría. Sus movimientos son suaves, elegantes, sofisticados. Con un setlist compuesto casi íntegramente por baladas, logra hipnotizar a un público que conoce todas las letras de sus canciones (una diferencia abismal con la tribuna que la recibió como telonera del tour Future Nostalgia de Dua Lipa durante todo este año). Son letras oníricas que se extienden como poemas eternos: con su voz de sirena -que entona con una performance vocal de alto calibre- canta sobre puertas, sobre mariposas atrapadas en aviones.


En Billions, un single con sonidos trip hop que lanzó en febrero de este año, Caroline menciona ostras, perlas, sexting, ángeles sin cabeza, para terminar reiterando a modo de confesión: “nunca me sentí tan cerca tuyo”. Cuando el público repite el estribillo de la canción bajo ese cielo nocturno sobrevolado por drones, Caroline se quiebra y empieza a llorar, esconde su cara en las manos. Con 37 años, la Polachek descubre que un mar de gente en la otra punta del mundo conoce sus historias surrealistas a la perfección.