"No tenemos palabras". Eso decían las voces del afecto en las redes inundadas de pena anteayer 28 de noviembre, cuando las míticas campanas doblaron por una fotógrafa y editora a quien imaginábamos presente muchos años más. En la página de la Editorial Bajo la Luna, que ella codirigía con Miguel Balaguer, se lee: "Con muchísimo dolor nos toca despedir, a los 52 años, a Valentina Rebasa. Una enfermedad tan breve como inclemente se la llevó casi sin aviso. Valen fue, durante más de veinte años, uno de los pilares y el norte de este sello. Muchos de los mejores libros que publicamos se los debemos a su ojo lector, a su inmenso talento estético y a su sensibilidad poética...".

No tenemos palabras que articulen la ausencia de esa mirada. Nacida en Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires) en 1970, Valentina Rebasa migró dos veces. Una, a Rosario, donde cursó estudios en la Escuela Provincial de Artes Visuales Manuel Belgrano. Otra, a Buenos Aires, donde su encuentro con la multitud anónima deparó una de las muestras fotográficas individuales más singulares que se hayan expuesto en el Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino de Rosario: Chicas como yo, en 2004. Valen era una mujer de pocas (pero certeras) palabras y ojos resplandecientes de sigilosa inteligencia, al acecho de la imagen. La recuerdo hablando con asombro de aquellas doppelgangers que se cruzaba a cada paso en el subte o en las calles porteñas. Su nostalgia de Rosario no tenía cura. Su curiosidad por el arte contemporáneo y por la fotografía moderna (dos vertientes que unió con elegancia en aquel proyecto) no conocía límites. Admiraba por igual a Sophie Calle y a Diane Arbus. Cultivaba el arte del retrato en dos categorías: el retrato furtivo, juguetón, anónimo o irreconocible, la instantánea rodeada de azares; y su obra más conocida, los retratos en estudio de personalidades de la literatura, con fondo neutro, donde toda la información visual se halla en el cuerpo del o la retratada.

Cuando pase el temblor, alguien se pondrá a reconstruir esa dignísima galería de poetas (Arnaldo Calveyra, Diana Bellessi, Gabby De Cicco...) que miran a la cámara de Valentina y por lo tanto al espectador y por lo tanto a ella, a aquella fotógrafa cuya mirada alojaba, daba espacio en el mundo a estos a veces hasta entonces invisibles, agazapados seres. La recuerdo de negro, ¿para pasar desapercibida? ¿guerrera Ninja de la imagen? Lo que más voy a extrañar de ella es la manera en que aligeraba el mundo al comentarlo. No es que fuese light, más bien lo contrario. Pero fluía una rara suavidad en su sonrisa, en sus gestos. En su dulzura al nombrarnos: "¡Be...a...!". Hacía de nuestros nombres un lugar habitable, a nosotres les poetes argentines, dinosaurios vivos sin estrato geológico fijo. 

¡Y nos publicaba! Bajo la Luna fue fundada en Rosario como Bajo la Luna Nueva por la poeta y traductora Mirta Rosenberg. Su hijo Miguel y su nuera Valentina mudaron el sello a Buenos Aires, donde amasó un prestigio incalculable. El nombre era un juego de palabras con el bar Luna, que quedaba arriba de la oficina en el mismo edificio, cuando empezó, en Rosario. Aquí, antes de su primera muestra individual, en los primeros años de este siglo, Valentina participó con su obra en dos salones del Museo Castagnino (el Salón Fundación La Capital, en 2002; el Salón Proyectarte para artistas menores de 35 años, en 2003) y expuso en 2003 en Living, galería de arte gestionada por Lila Siegrist. La muestra se llamó Balaguer-Rebasa-Balaguer porque además de la pareja de editores (Miguel es dibujante) exponía su cuñado Juan, un destacado pintor que vive en Rosario.

Con Valentina Rebasa se nos va un pedazo de memoria de aquella otra Argentina que tuvimos y perdimos: un país con espacio para la alegría y no sólo de los ricos, para una cultura que se pensaba a sí misma en paridad de condiciones con el arte internacional. Además de su viudo, deja dos hijos: un niño de 12 años y una niña de 9. Aún no hallo las palabras con que decirle adiós. Quizá no existan. O deba inventarlas.