Que Mujeres del siglo XX no se haya estrenado en Argentina confirma el poco saludable estado de la distribución independiente en el país. Producida por un pool de pequeñas compañías estadounidenses, la película dirigida por el no muy conocido Mike Mills estuvo nominada en la categoría mejor guion en la última entrega del Oscar, y figuró en casi todas las votaciones a mejor película del año de las distintas asociaciones de críticos de su país. Lo cual sucedió también con su protagonista, Annette Bening, quien entrega aquí, sin duda, una de las actuaciones más comprometidas de su carrera. La película estaba servida como para estrenar una decena de copias en salas selectas, dentro y fuera de los mejores multicines, dirigidas al sector de público que puede apreciar la clase de buen cine que no es del todo comercial ni del todo Bafici. O que puede entrar al Bafici un poco por la puerta de atrás, si se prefiere. Y sin embargo, nada. Nada en cines, por lo cual hay que celebrar que 20th Century Women llegue a la plataforma online Qubit, que de unos meses a esta parte anda afilada para captar esta clase de cine estadounidense.

Mujeres del siglo XX es el opus 3 de Mike Mills, un californiano a quien la distribución cinematográfica nacional, por lo visto, no quiere ver ni en figuritas. Las dos anteriores fueron directo a DVD. Basada en una novela y lanzada con el título Impulso adolescente, Thumbsucker (2005) se centraba en un teenager con cierta fijación por la succión de su dedo gordo. Menos enfermiza, en Beginners (2010) el septuagenario largo Christopher Plummer informaba dos cosas a su hijo Ewan McGregor: que padecía de un cáncer terminal y que tenía un novio al que le llevaba varias décadas. De título algo injusto, en tanto hay un muchacho en el centro del relato, Mujeres del siglo XX podría verse como una mezcla de las dos películas previas, en tanto hay un adolescente problematizado y una problemática relación entre generaciones. En este caso no se trata del padre, que después de la separación se limita a llamar por teléfono a su hijo desde la otra costa, en navidad y para su cumpleaños, sino la madre, que está bien presente. 

Diseñadora con un pie en los 50 años, Dorothea Fields (Bening) es, a todos los efectos, una mujer californiana de los 60. Si Jamie (Lucas Jade Zumann, lejos de los adolescentes vivarachos que a veces asuelan las pantallas) falsifica su firma para ratearse, Dorothea no sólo elogia su técnica sino que defiende ante el rector la libertad del muchacho de decidir si quiere o no ir al colegio. De hecho, cuando Jamie tenía ocho años, Dorothea armó un escándalo en el banco, porque se negaron a abrirle una cuenta. Y eso que era ya una persona constituida, con todos sus derechos como tal. Todo un milagro para el cine de los tiempos que corren, Dorothea no es un personaje cortado con una sola tijera. Además de ser toda una bohemia (el presente de la acción está ubicado en Santa Barbara 1979), Dorothea fuma como un sapo, o una sapa, y cuando Jamie le echa en cara que se está matando a plazos se queda muda, sin saber qué decir. Suele estar inquieta, no está del todo satisfecha con su vida, desde el momento de separarse no tuvo citas amorosas y se siente fuera de onda en relación con los jóvenes. Pero no se cierra, curiosea: les pregunta a Jamie y una amiga qué sentido tiene eso del punk que escuchan ellos, e incluso una noche pide que la lleven a un tugurio, donde seguirá sin entender nada pero al menos sentirá la tranquilidad de haberlo intentado.

En su casa Dorothea tiene dos chicas. Una es una inquilina de unos veintipico, Abbie (Greta Gerwig, excelente), que es la que introduce a Jamie en las delicias de la música fea y mal tocada, pero auténticamente rabiosa. En tratamiento por una enfermedad grave, Abbie, estudiante de Bellas Artes, tiene pelo corto de color granadina, y en algún momento enseñará también al chico a liberar brazos y piernas al bailar esa música tan feroz. La otra chica es Julie (Elle Fanning), rubiecita de la edad de Jamie, que todas las noches, o casi, entra por su ventana y se mete en su cama. Pero no hacen el amor. Es el típico caso de “lo hago con todos menos con vos, porque te quiero como amigo”. 

La cuestión es que Dorothea siente que no puede ayudar a su hijo, no puede entenderlo, por lo cual convoca a ambas jóvenes sabias para que hagan de madres subrogantes. “¿No te parece que está en una edad en la que más bien necesita ayuda de un hombre?”, dice sabiamente Abbie. Pero hombre no hay. Perdón, sí hay. En la casa también está William (Billy Crudup, nunca mejor), el clásico “hombre de los arreglos”, con el que todos quieren convencer a Dorothea que se deje arreglar un poco, pero ella no. Hasta que un poco sí. Pero no tanto. Mientras tanto, para eso está la siempre dispuesta Julie, que en algún momento le confiesa al sufriente Jamie que con la mitad de los tipos con los que se acuesta la pasa mal. “¿Y entonces para qué lo seguís haciendo?” “Porque con la otra mitad la paso bien”. Signo de una película a la que le interesan sus personajes, incluso William, que tiene un papel algo más secundario, es sumamente complejo. 

Complejo, rico, exuberante es el estilo narrativo de Mujeres del siglo XX, que va y viene en el tiempo y el espacio con total libertad: en la misma escena puede ir del presente al comienzo del siglo XX, del color al blanco y negro y de la ficción al documental. Así como retrocede, la narración puede avanzar, anticipando la llegada de Reagan e incluso la fecha y la causa de la muerte de uno de los personajes. De modo sumamente significativo, en la brillante, ensortijada primera escena el off se alterna entre madre e hijo, anticipando el modo en que el relato va a tener en cuenta, en una suerte de perfecta democracia cinematográfica, los puntos de vista de todos sus personajes.