El economista Joseph Stiglitz publicó El malestar de la globalización en 2002. El libro fue un boom de ventas e influyó en el debate económico mundial. En sus páginas, el premio Nobel de Economía detalló las causas del creciente malestar social en los países periféricos.

En particular, el libro fue muy crítico con las políticas impulsadas por las instituciones claves de la gobernanza neoliberal: FMI, Banco Mundial, Organización Mundial del Comercio. Las opiniones de Stiglitz causaron gran impacto por su paso previo como economista jefe y vicepresidente senior del Banco Mundial (1997-2000). Antes (1993-1997), el economista estadounidense fue jefe de asesores económicos del presidente Bill Clinton.

Ese posicionamiento critico no fue una sorpresa. En el Banco Mundial, Stiglitz había cuestionado las recetas del Consenso de Washington y la intervención del FMI en la crisis asiática.

El actual profesor de la Universidad de Columbia explicó luego que el descontento crecía también en los Estados Unidos y otros países desarrollados. “Si no gestionamos la globalización de manera que beneficie a todos, se corre el riesgo de que las reacciones negativas -que provienen de los nuevos malestares en el norte y los viejos malestares en el sur- se intensifiquen”. Esto lo escribió en el artículo “La globalización del malestar”, de diciembre de 2017).

La desigualdad y el crecimiento de la ultraderecha

En ese contexto, los sectores más reaccionarios demuestran una gran capacidad para imponer temas en la agenda política. La creciente desigualdad económico-social es un terreno fértil para la recepción de los mensajes ultrasimplificados y falaces de la extrema derecha.

Eso no quiere decir que la oleada derechista sea imparable. En los últimos meses, la derrota de Bolsonaro en Brasil y de los candidatos más trumpistas en las elecciones legislativas estadounidenses, supusieron un duro revés para la ultraderecha continental.

Más allá de eso, el crecimiento global del conservadurismo extremo es un fenómeno que no debe ser subestimado. En "Radiografía de la derecha 'bannonista'", el periodista Esteban Magnani sostiene que “las derechas se adaptaron a las coyunturas particulares para llenar el vacío de legitimidad que dejan a su paso el neoliberalismo y una izquierda tradicional incapaz de modificar estructuras de poder y que se dedicó a trabajar la agenda de los derechos humanos o el ambientalismo. Como se suele decir, la política odia el vacío y fue la derecha la que mejor supo llenarlo”.

El triunfo del neofascismo italiano

El reciente triunfo de Giorgia Meloni es un botón de muestra de esta peligrosa dinámica. Es la primera vez que una agrupación neofascista se impone en alguno de los seis Estados fundadores de la Comunidad Europea (Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo, Países Bajos). Aunque cuida algunas formas, el triunfante Hermanos de Italia es un desprendimiento del reconocido partido fascista Movimiento Social Italiano fundado en 1946.

La extrema derecha también gobierna en Hungría y Polonia, desde el 2010 y 2015, respectivamente. Precisamente, el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, celebró el triunfo de Meloni afirmando que "en estos tiempos difíciles, necesitamos más que nunca amigos que compartan una visión y un enfoque comunes de los desafíos de Europa".

Por su parte, el estratega de la primera campaña presidencial de Donald Trump, Steve Bannon, sostuvo que "he dicho durante años que Italia es el laboratorio mundial para la revolución populista-nacionalista. El mundo debe observar muy atentamente a Giorgia Meloni y tomar nota”. En 2018, el exasesor de Trump tuvo una participación estelar en el Congreso Nacional del Partido Hermanos de Italia.

El desembarco de Bannon en el continente europeo comenzó con la campaña a favor del Brexit diseñada por la compañía Cambridge Analytica, de la que fue vicepresidente. A partir de allí, estrechó lazos con Vox en España, la Liga del Norte en Italia, el primer ministro húngaro, los Demócratas Suecos y los Verdaderos Finlandeses. entre otros. El objetivo de Bannon es consolidar una Internacional de ultraderecha apodada “El Movimiento”. El coordinador para América latina es el diputado brasileño Eduardo Bolsonaro.

El 18 y 19 de noviembre de este año, Bannon fue uno de los oradores de la cumbre organizada por la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) celebrada en un hotel de lujo de la capital mexicana. El encuentro contó con la participación del diputado argentino Javier Milei, el ex candidato presidencial de Chile José Antonio Kast, el senador estadounidense Ted Cruz, el presidente del partido español VOX Santiago Abascal y el exmandatario polaco Lech Wallesa, entre otros. La lucha contra la propagación del “socialismo” fue el eje de los distintos discursos que incluyeron un saludo virtual de Donald Trump.

La ultraderecha sueca

El extremismo derechista también avanzó en territorio sueco de la mano de la prédica antiinmigrantoria. La nación sueca siempre se caracterizó por tener una generosa política de asilo. En la década del setenta, el país escandinavo abrió sus puertas a miles de militantes políticos latinoamericanos que escapaban de las dictaduras militares. La película argentina “Mirta, de Liniers a Estambul” cuenta algunas de esas vivencias.

Hace unos años, el arribo de miles de refugiados que escaparon de las guerras civiles de Siria y Yemen hicieron crecer el discurso antiinmigrante propalado por el ultraderechista partido de los Democratas Suecos (SD) .

En las elecciones de este año, el SD fue la segunda fuerza más votada con el 20 por ciento de los sufragios. El origen de esta formación se remonta a fines de la década del ochenta. “En 1979 comenzó a funcionar un pequeño grupo activista llamado Mantener a Suecia Sueca (bss, por sus siglas en sueco); un municipio de Escania organizó un referéndum contra la aceptación de refugiados en 1988 y la moción salió aprobada por una mayoría de dos tercios. Ese mismo año, seguidores del bss y otros activistas establecieron un partido de extrema derecha con elementos neonazis, los Demócratas de Suecia”, explica el profesor emérito de Sociología en la Universidad de Cambridge, Göran Therborn, en el artículo “¿El fin del sueño socialdemócrata en Suecia?”.

El SD ingresó por primera vez al Parlamento en 2010 con el 5,7 por ciento de los votos. El partido extremista no dejó de crecer: 12,9 por ciento en 2014, 17,5 por ciento en 2018 y 20 por ciento en 2022. Como segunda fuerza nacional, los Demócratas de Suecia fueron un actor clave para desalojar a los socialdemócratas del poder.

El 17 de octubre, el conservador Ulf Kristersson se transformó en el primer jefe de Gobierno sueco que llegó al poder con los votos de la extrema derecha. “Será un Gobierno tripartito con Moderados, Democristianos y Liberales. Ese gobierno cooperará estrechamente con los Demócratas de Suecia”, sostuvo Kristersson. La influencia del DS ya se verifica en dos medidas anunciadas por el flamante gobierno: 1) endurecimiento de la política migratoria y 2) reducción de la ayuda para el desarrollo.

En relación con ese último punto, el apoyo financiero a ese tipo de programas, destinados a países africanos, asiáticos y latinoamericanos, fue una de las banderas históricas de la poderosa socialdemocracia sueca. No es casual que Suecia sea considerada como la meca de la socialdemocracia. El Partido Socialdemócrata de los Trabajadores (SAP) es el más exitoso dentro de las filas de la Internacional Socialista. El SAP gobernó ininterrumpidamente desde 1932 hasta 1976 y en los períodos 1982-1991, 1994-2006, 2014-2022.

La mayoría de los fondos destinados a la ayuda al desarrollo son canalizados por un organismo estatal -la Autoridad Sueca para el Desarrollo Internacional (ASDI)- creado en 1962 por un gobierno socialdemócrata. La junta directiva de la ASDI está integrada por representantes de los partidos políticos con presencia parlamentaria y de ONGs. Según el sitio especializado Donor Tracker, Suecia es el octavo contribuyente mundial a la ayuda internacional en valor absoluto, y tercero en términos relativos aportando el 0,92 por ciento de su PIB. La ultraderecha sueca pretende recortar lo máximo posible este legado socialdemócrata.

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