Hasta la década del setenta, la cartografía del sistema universitario argentino abarcaba un puñado de puntos desperdigados en los grandes centros urbanos del país. Córdoba, Mendoza, Tucumán, Santa Fe, Rosario, La Plata, Corrientes y Buenos Aires, formaban la constelación integrada por las diez instituciones que absorbían el total de la población de estudiantes. Por fuera de este mapa, para quienes quisieran cursar estudios, sólo quedaba la opción de migrar, lo que resultaba en la concentración de profesionales en las grandes ciudades.
A mediados de los sesenta, un joven médico advertía que la matrícula de las casas de estudio se componía sólo en un tercio de estudiantes locales. Alberto Taquini, doctor en Medicina y por ese entonces decano de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA y uno de los pocos investigadores del CONICET, fue el ideólogo del proyecto que sembró casas de estudio a lo largo del país. Pensado en 1968 y presentado formalmente en 1970, el Plan de Creación de Nuevas Universidades –mejor conocido como Plan Taquini– reconfiguró el plano de posibilidades para los estudiantes argentinos con la creación de 16 universidades nacionales en cuatro años (1971-1975).
La gestación de esta iniciativa –su importancia, puesta en marcha y también sus resistencias– es la materia de Universidad y cambio social (2022), el libro publicado por la Editorial de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (EDUNTREF), en el que Taquini, junto a otros y otras especialistas, desandan el proceso de ampliación educativa superior y evalúan su alcance a la luz de la actual situación.
Presentado durante todo el año a lo largo y ancho del país, la publicación incorpora, a su vez, una lectura acerca de los desafíos para una educación del futuro en todos los niveles, con un pie en lo digital y otro en una visión global capaz de formar “ciudadanos del mundo”, aunque sin descuidar los requisitos básicos para una enseñanza poderosa: “la prioridad de una sociedad es tener chicos sanos a los seis años para poder aprender”, puntualizó Taquini en diálogo con el Suplemento Universidad.
En tiempos en que la creación de nuevos espacios públicos para la formación profesional es materia de debate, el médico sostuvo que “siempre que una zona quiera tener educación, con un modelo lógico y con recursos adecuados” se debe avanzar en la satisfacción de esa demanda.
-¿Cómo y en qué contexto se gestó el Plan de Creación de Nuevas Universidades?
-En ese momento, a mediados de los sesenta, el CONICET era relativamente pequeño. Tenía unos diez años de existencia y los miembros de la carrera de investigador de todo el país eran 300. Entre ellos estaba yo. En una institución (la UBA) que tenía 80 mil alumnos, la actividad de los laboratorios y de los investigadores estaba muy condicionada por el tamaño de la universidad, que implicaba una tarea docente para mil, dos mil o tres mil alumnos en primer año, por lo que la comunidad científica se había replegado. Al estudiar la matrícula de las universidades nacionales de La Plata (UNLP), Córdoba (UNC) y la UBA, advertimos que, en un porcentaje muy alto, la componían estudiantes de zonas en donde no había universidades; por otra parte, el conurbano bonaerense crecía mucho. Con esa perspectiva, pensamos en la creación de universidades en el interior y en el conurbano. Las dos primeras fueron las de Lomas de Zamora (UNLZ) y Luján (UNLu). La filosofía del plan era: mayor tamaño de la universidad, para que la investigación funcione, y ocupación del territorio, para que haya más universidades. El capital humanorepresentaba la parte más importante de la productividad de una zona; por lo tanto, impulsar la universidad y desarrollar ciencia vinculada con la problemática regional fueron los ejes del proyecto iniciado en 1968.
-¿Qué temas recorre el libro?
-A fines de 2020 surgió la idea de hacer una evaluación a 50 años de la creación de las universidades que habíamos propuesto y se habían logrado. Armamos un grupo interdisciplinario. A la UNTREF afortunadamente le interesó editar el libro sin ninguna restricción y todos lo que lo escribimos donamos los derechos de autor a la universidad. Lo terminamos en los últimos meses del año pasado. Tiene una parte general, que cuenta la historia del proceso; otros apartados más “duros”, con los números de desarrollo científico, cantidad de alumnos, ocupamiento territorial y demás indicadores, y cuenta con un capítulo final, que es lo que nuestro grupo ha trabajado, en miras a un nuevo graduado de la escuela media en las condiciones actuales. La escuela media es insuficiente para la universidad que existe hoy en día. Con el advenimiento de la virtualidad es necesario transformar radicalmente la escuela porque el aprendizaje a distancia, a través de las nuevas tecnologías y la incipiente aparición de la inteligencia artificial, nos obligan a un nuevo modelo escolar.
-A la hora de intentar poner en marcha el plan, ¿cómo lo vieron las autoridades? ¿Hubo resistencias?
-Fue un milagro. Yo presenté el programa en Chilecito (La Rioja), en noviembre de 1968, en una reunión de la Academia del Plata que dirigía (el sacerdote) Ismael Quiles y que pertenecía a la Compañía de Jesús. En la misma reunión, a algunos de los profesores les pareció un disparate; porque no había recursos, no había profesores y en Argentina desde 1600 a 1968 se habían creado ocho o nueve universidades. Entonces, hacer un plan de esta índole parecía un desatino. Rápidamente, yo concebí la idea de crear las comisiones pro-universidad, de forma tal que, a la idea teórica del modelo educativo de la universidad tradicional, moderna, departamentalizada, se le agregara un componente de demanda local. Surgieron las comisiones de Luján, de Zárate, de Quilmes y de Río Cuarto, que fueron impulsando los proyectos. Eso fue consolidando una demanda a nivel local que logró tomar estado público.
“Al estudiar la matrícula de las universidades nacionales de La Plata, Córdoba y la UBA, advertimos que, en un porcentaje muy alto, la componían estudiantes de zonas en donde no había universidades; por otra parte, el conurbano bonaerense crecía mucho. Con esa perspectiva, pensamos en la creación de universidades en el interior y en el conurbano”
-El plan no sólo incluyó la creación desde cero, sino la nacionalización y la fragmentación de varias instituciones. ¿Por qué se dio así?
-En la medida que tomó relevancia el proyecto, se contacta conmigo el en ese entonces gobernador de Neuquén, Felipe Sapag, porque querían cerrar la Universidad Provincial neuquina debido a que no se podían pagar los costos y porque los títulos solamente tenían validez provincial. Empecé a trabajar con ellos. Nuestra idea, en un principio, era solidificar la identidad de las universidades provinciales para que no tomaran el carácter de las de las grandes ciudades, pero advertimos que la imposibilidad de las provincias de acompañar este proceso hacía necesaria su nacionalización. Contra el interés del Ministerio de la Nación y mucho más del Consejo de Rectores de las Universidades Nacionales, empezamos a promover la nacionalización de la Universidad Provincial de Neuquén, que al tener base también en Río Negro, terminó siendo la Universidad Nacional del Comahue (UNCo). Con eso de antecedente, se hizo visible el deseo de muchas instituciones provinciales de tener validez nacional. En paralelo, se creó la Universidad Nacional de Rio Cuarto (UNRC) y nosotros agregamos una idea inicial al proceso, que era que las sedes a distancia de las grandes universidades tuvieran autonomía. Se desprenden, entonces, las casas de estudio nacionales de Santiago del Estero (UNSE) y de Salta (UNSa) de la de Tucumán (UNT); y la de San Luis (UNSL) y San Juan (UNSJ) de la de Cuyo (UNCUYO).
-Muchas de estas universidades han tenido un crecimiento enorme en los últimos años, ¿qué balance puede hacerse de este desarrollo?
-Dos cosas: primero, el número de alumnos es un reflejo de la importancia de las instituciones, pero es uno más, ni el definitivo ni el más importante. Lo fundamental es que la universidad tenga una calidad suficiente para que alumnos e investigadores produzcan lo que la universidad debe producir. El tamaño medido en términos de alumnado, hay que evaluarlo desde dos dimensiones. Por un lado, las relaciones de la universidad con su zona de influencia y su ciudad, y la implementación de carreras que no siempre son adecuadas al desarrollo regional. Hoy, con la virtualidad, cualquier universidad tiene un potencial y una competencia internacional. Si se da mal Economía o Derecho en Catamarca, La Rioja, Buenos Aires o en Heidelberg (Alemania), el alumno va a ir a un lugar donde se de bien esa asignatura. La idea de calidad y eficiencia es un tema postergado en la universidad argentina.
-En los últimos años, la creación de nuevas universidades volvió a ser tema de debate. ¿Cómo ve esa discusión?
-A mí me parece que siempre que una zona quiera tener educación superior, con un modelo lógico y con recursos adecuados, hay que hacerlo. Al decir recursos adecuados quiero decir que la institución tiene que competir con todo el sistema educativo. No podemos tener universidades de medio pelo cuando tenemos chicos por debajo de la línea de la pobreza, sin la nutrición necesaria para llegar a sexto grado. Acá hay una responsabilidad colectiva del sector educativo que, dentro de la Ley de Presupuesto, debe darle eficiencia a este aspecto. Agrego, también, que por razones que están esbozadas en nuestras publicaciones y en el libro, pensar que hay intereses más allá de lo universitario, que tienen fuerza, que logran universidades y que las convierten en subsedes de intereses particulares, sea provinciales, políticos, religiosos o históricos. Es decir, hay una presión desmedida para que el sector público tenga universidades cuya demanda política no está vinculada con la esencia misma de la universidad.
-¿Qué cosas no pueden quedar afuera a la hora de pensar en la educación para el futuro?
El libro lo toca sobre el final. La prioridad de una sociedad es tener chicos sanos a los seis años para poder aprender. Eso implica que el gasto principal tiene que estar en tener niños sanos, bien nutridos y aptos. En pre-escolar, lo fundamental es que se den las condiciones para entrar a la primaria. Necesitamos una primaria de “aprender a aprender”, porque eso sirve para toda la vida y porque le da una autonomía al alumno que con la virtualidad la trabaja crecientemente. Hay que avanzar hacia una idea de secundario dual, con una mezcla cada vez mayor con el mundo de la vida cotidiana. El trabajo, el esparcimiento, el deporte o el arte, debe incorporarse en un sistema dual equivalente al que los alemanes hicieron para lo técnico hace ya muchos años. Hay que producir un graduado de secundaria capaz de ser un ciudadano del mundo, competente para estudiar en cualquier otro lado. En el ámbito universitario, hay que reforzar los cuadros científicos-tecnológicos y hay que darle perfil y calidad determinada a la universidad, de forma tal que tenga un carácter atractivo para los alumnos de la zona o extranjeros que quieran ir ahí por el diferencial y la calidad de pensamiento de esa institución.