La trayectoria del pianista Gustavo Beytelmann lo sitúa en escenarios del mundo. Nacido en Venado Tuerto, con una temprana etapa formativa en Rosario y vida posterior en Buenos Aires, la situación violenta del país lo llevó al exilio; tocó con Piazzolla, grabó e hizo conocer el tango de manera internacional, pero hubo un show que lo trajo de vuelta a la ciudad. Fue en Parque de España, el 7 de junio de 2003, junto al trío conformado con Roberto Tormo (contrabajo) y Víctor Hugo Villena (bandoneón). La novedad es el recupero de aquella presentación por parte de BlueArt Records: Travesía ofrece un repertorio donde el tango brilla entre las composiciones propias, las de Duke Ellington, y las intervenciones mismas del músico con el público.

“Esa presentación fue posible cuando lo conocí a Horacio Vargas (jefe de redacción de Rosario/12 y productor de BlueArt). Y yo seguramente empujé también para ir, porque mis años rosarinos son centrales en mi existencia: son años de formación, donde cimenté una manera de ver el mundo, de hacer la música; fue un aprendizaje de la vida y Rosario quedó también como mi casa, donde quedaron amigos. Siempre sufrí esta dicotomía nacional, que es la de cuando se llega a Buenos Aires y parece que hay francotiradores en la General Paz que no te dejan pasar al interior. El hecho de poder saltar las diferencias y llegar a Rosario, como también a Venado Tuerto, es volver a mis orígenes. No soy más que un argentino inconsolable”, comenta Gustavo Beytelmann a Rosario/12.

“Es una declaración de principios, no muy diferente de lo que le pasó a mucha gente con experiencias similares; pienso, por ejemplo, en Juan José Saer. Nos quedamos ligados para siempre a ese mundo, de una manera real y metafórica. Eso tiñe mucho mi personalidad. Si estoy frente a un público, como lo fue en ese momento el de Parque de España –público al que por otro lado yo no conocía–, ver y sentir el público rosarino hace que sea menos propietario de mí mismo, porque ahí estoy más sujeto a los vaivenes de la historia y de mis sentimientos”, continúa.

-En ese sentido, pienso en lo que se le escucha decir en el disco, al momento de presentar “Raíces”, surgida del enojo tras el exilio.

-Me fui en un momento cuando mi vida profesional en la Argentina era excelente, y me tuve que ir obligado. Hubo muchas personas como yo que tuvieron que agarrar lo poco que tenían y en tres días irse y encontrase frente a una realidad totalmente otra y no deseada. Eso generó bronca contra el país de origen y contra la situación, cuando uno no hubiera imaginado jamás que iba a terminar con sus huesos en un lugar que no fuera la República Argentina. Muchas de esas cosas pasaban por la sangre y menos por la razón, y “Raíces” fue una respuesta a eso, a partir del momento histórico que vivía.

-En cuanto a la historia personal, me permito preguntarle por Duke Ellington, casi sería el cuarto músico de Travesía (de los 13 tracks, 7 son de Ellington).

-¡Yo descubrí a Ellington prácticamente con la leche materna! Mi viejo, que fue un excelente violinista, era un tipo con ideas abiertas, en el sentido de que a él le gustaba la música, entonces en casa se escuchaba Stravinski, Beethoven​, Piazzolla, Salgán; y Ellington era uno de sus ídolos. Cuando descubrieron que este niño que era yo tenía habilidades musicales, fui designado rápidamente como el acompañador de mi viejo y toqué en seguida el repertorio ése, así que forma parte de mi propia identidad. Para mí, Ellington forma parte de la pampa gringa (risas). Eso por un lado; por el otro, siempre consideré muy interesante, por enriquecedor, el trabajo de traducción, como lo han hecho los grandes escritores. Yo agarré a Ellington y lo traté como un tanguero, para que exista una identificación auditiva pero con el repertorio en el que está inscripto. En cuanto al tango, yo escuchaba “Caravan”, y para mí es una posibilidad de una milonga candombe, que es lo que hice. Pienso que, con seguridad, hice un trabajo serio, después está el público, que decide si lo toma o no.

-Serio y no menos festivo, porque es una celebración.

-Ni más ni menos, ya nomás es un triunfo que si uno dice que toca “La cumparsita” y también “Caravan”, se integren y formen parte de la familia, porque entre una pieza y otra no hay cimbronazo, no se habló otra lengua sino la misma, la nuestra y común, nuestra lengua vehicular.

-Allí, otra vez, el tango como una música de maridajes sorprendentes.

-La gente no tiene la más remota idea del valor cultural de lo que, sin querer, se fabricó en esa parte del mundo. Tendría que haber un eco mayor en cuanto al respeto por el objeto que se construyó, un objeto cultural híper-importante; ni hablar de los poetas y de su relación con los músicos, crearon un universo musical y poético que no tiene igual en la lengua castellana.

-En el disco usted destaca especialmente a Julián Plaza, de quien se interpreta “Nocturna”.

-Reivindico a tipos como el “gallego” Plaza, alguien de bajo perfil, que tenía vergüenza de hablar en público, que hizo la música que hizo y fue terriblemente respetado por los colegas que sí entendían su valor, como Astor, cuyo arreglo predilecto era una de las piezas que él había hecho para Pugliese.

-Entre sus trabajos actuales, ¿qué puede comentar?

-He hecho varias cosas; entre ellas, dos discos, uno con un trío –con piano, chelo y violín– y el otro con piano, percusión, vibrafón y marimba, y violonchelo; con repertorios que combinan las músicas de Piazzolla menos conocidas con músicas mías, donde creo que tuve la oportunidad de profundizar un poco mejor mi escritura, también porque fui servido por tipos que tocan fantástico y con mucha dedicación. Todo eso me abrió la motivación de un campo creativo importante, y me llenaron la cabeza de proyectos que me excitan. Para terminar, te diría que estoy en un grueso proyecto de ópera, que incluiría todo eso. No digo que sería la música de mi vida, porque eso uno no lo sabe, pero sería un momento muy importante para mí, porque la ópera es un campo de expresión que ya es híbrido y corresponde bien al tango; entonces, es la oportunidad de jugar ahí una carta mayor, que podría no cerrar, pero por lo menos coronar unos 40 años de trabajo en soledad, que son un poco los que hice.