Hasta ahora la industria satelital argentina es conducida por el Estado y su cadena de valor la integran empresas estatales (Arsat, VENG e Invap), pymes e instituciones nacionales de CyT (el triángulo de Sábato efectivamente puesto en acto).

La lógica de funcionamiento de la industria satelital argentina es el de una industria que está siendo incubada-protegida: ni Invap es el productor de satélites con la tecnología más avanzada del mundo y tampoco es, seguramente, el más económico, pero es el que el país está desarrollando y necesita desarrollar. Esta lógica de apoyar, impulsar y proteger industrias mediante la acción del Estado en el mercado interno para que se consoliden y pasen a ser “world class” es la lógica que sin excepciones siguieron y siguen todos los que hoy son países de alta industrialización (ver E. Dvorkin, ¿Qué ciencia quiere el país? Los estilos tecnológicos y los proyectos nacionales, Colihue, 2017)

La industria satelital es una industria de interés nacional y protegida por lo que representa para la soberanía del país, protegida por sus derrames (acá vale lo del derrame) a otras industrias nacionales en particular pymes y protegida por la oportunidad de formar tecnólogos capaces de ser actores de procesos de desarrollo autónomo de tecnología.

La industria satelital representa además un caso demostrativo sobre las posibilidades de desarrollo tecnológico autónomo del país. No se fabrican localmente todos los componentes de los satélites pero se domina la tecnología y de esa manera se pueden tomar autónomamente las decisiones tecnológicas.

En el futuro, de concretarse la fusión (o como se llame) con una multinacional, es decir si se privatiza la industria satelital cambiará la lógica decisional.

Por más que Arsat-3 sea construido por Invap las decisiones sobre partes, proveedores, etc. deberán tomarse con visión de mercado y no de desarrollo nacional. Para los satélites subsiguientes los fabricantes serán los que presenten una mejor ecuación técnico-económica al margen de toda consideración de desarrollo autónomo.

Un último punto que me interesa como docente de la Facultad de Ingeniería de la UBA. Los ingenieros que nos recibíamos en los ’70 hacíamos tecnología del siglo XIX (en mi caso grúas, calderas, estructuras metálicas hasta que fui a cursar mi doctorado en MIT), los que se recibieron en los ’90 no podían intervenir en ningún desarrollo tecnológico porque la Argentina según el sentido común de la época “no era un país para desarrollar tecnología”. Los ingenieros que se recibieron en el período 2003-2015 intervinieron en el desarrollo de satélites, de lanzadores satelitales, de aviones, de tecnología de fractura hidráulica, todas tecnologías del siglo XXI. Corremos el riesgo muy concreto de volver a los ’90.

*  Doctor en Ingeniería.