Asocio a Bioy con la felicidad del verano, pero no por lo más obvio –la adscripción del escritor a una poética de la dicha o su caracterización como el lado B del algo infortunado physique du rol borgeano con su “el peor de los pecados”- sino porque en el verano del 98 (no es chiste) fuimos a Cabo Polonio y entre los distintos elementos peculiares que uno debía llevar para vacacionar en aquellas playas, sobre todo ligados a la ya legendaria carencia de luz, yo aporté dos tomos de la editorial Norma: Novelas I y Cuentos I de unas Obras Completas de Bioy que supongo jamás se completaron. Lo cierto es que aquel verano esos dos volúmenes circularon profusamente entre argentinos y uruguayos, y ABC fue leído y releído a la luz del sol, de las linternas, de los faroles y de las velas. Voy a mi biblioteca, y como testimonio de felicidad, de nostalgia y resiliencia a los rigores del Cabo, ahí están los dos viejos libros, envejeciendo en la paz del hogar. Pero lo importante es que fue mi aporte a que varios lectores que hacia fines de los 90 escuchaban oír crecientemente acerca de los méritos de Adolfo Bioy Casares, pudieran sumergirse en algunas de las páginas más inteligentes de la literatura argentina, descubriendo –los uruguayos- un raro, como los argentinos veníamos haciendo con Felisberto Hernández.

Ahora, a las puertas de un verano más, que esperemos que por motivos íntimos de cada uno de nosotros vuelva a quedar asociado a la felicidad, llueven de manera bien veraniega, como chaparrones insólitos, chubascos y lluvias refrescantes y breves, libros y más libros de Bioy. Vale la pena contar la historia y enumerar los libros.

Juan Ignacio Boido impulsó el proyecto de publicar la obra completa de Bioy de forma dinámica, estética y apabullante, y concretó este proyecto junto con Julieta Obedman, editora de Alfaguara. El objetivo era abrir el juego, pero sin encerrarlo en los consabidos dos o tres volúmenes de obras completas o reunidas (que suelen tardar años entre volumen y volumen, canonizando inevitablemente lo que no debe ser canónico) sino publicar al mismo tiempo todos los libros en una colección que si el bolsillo lo permite, es francamente adictiva. Las tapas llevan fotografías de, entre otros, Aldo Sessa, Horacio Coppola, Pedro Luis Raota, Juan Cañete, Sophie Bassouls, Sofía Lopez Mañan y los volúmenes (vale la pena enumerarlos a todos: el orden es aleatorio porque son simultáneos) son los siguientes:

La invención de Morel, El lado de la sombra, Diario de la guerra del cerdo, La trama celeste, Plan de evasión, El sueño de los héroes, Dormir al sol, El héroe de las mujeres, Historia prodigiosa, Guirnalda con amores, El gran Serafín, La otra aventura y otros escritos, Últimas novelas (La aventura de un fotógrafo en La Plata, Un campeón desparejo, De un mundo a otro); Últimos cuentos (Historias desaforadas, Una muñeca rusa, Una magia modesta); Memorias.

La felicidad de Bioy pudo haber estado asociada –quién podría negarlo por completo sin afán de convertirlo en algo que no era- al dinero, la tierra, el campo (“Soy descendiente de estancieros por los dos lados”, es el inaudito comienzo de sus memorias), pero de ninguna manera lo convirtió en un conformista, un snob o alguien que pensara que la literatura era un ejercicio meramente decorativo, un suplemento para embellecimiento del linaje.

Hizo matrimonio literario con Silvina Ocampo (Los que aman, odian, uno de las joyas más preciadas de la literatura argentina pre años 60) y trío con Silvina y Borges (Antología de la literatura fantástica), trabajó incansablemente en novelas, cuentos y colecciones para editoriales. Pero nunca sintió la necesidad de ser más papista que el papa a la hora de intervenir en el juego de dinero- fama, celebrity que en un momento envolvió a las figuras de Manuel Mujica Lainez, Beatriz Guido y Silvina Bullrich. Hay dos acontecimientos que quizás partan la figura de escritor de Bioy: el consagratorio Premio Cervantes en 1990 y la publicación del Borges donde dejaría registro minucioso, nocturno, jamesiano, de su amistad y sus conversaciones desde 1947. Como sea, ningún acontecimiento relativamente externo a su obra podría disminuir u opacar el lugar felizmente desplazado de Bioy en la literatura argentina. Desplazado no significa menor, y menor no significa marginal. Desplazado significa que Bioy se fue desplazando con soltura y ánimos de explorador (como un aventurero, tal vez) por distintas regiones que crecientemente lo habrán ido interesando y que podríamos condensar en la metáfora de “el lado de la sombra”.

Como le refiere el personaje de Veblen al narrador del cuento “El lado de la sombra”: “estamos en el borde de la selva, un laboratorio que depara lo incalculable. Años atrás yo crucé un borde así, y desde entonces me interno en tierra desconocida. Todo hombre se asoma a esa tierra: la del destino, la de la buena y mala suerte; yo la habito”. Habitar lo que está más allá de la calle conocida, habitar los sueños, los testimonios de la noche. Y sin perder la elegancia, claro está. Pero nunca hay que confundir la felicidad con la figuración engañosa del “escritor amable”; hay muchos testimonios al respecto en textos inmensos como “El perjurio de la nieve”, “Historia prodigiosa”, La invención de Morel.

Este festival de libros nos acerca otra vez al juego de las filiaciones que rebasan las categorías mezquinas, a menudo inservibles e interesadas que todavía hoy manejamos entre literatura urbana y rural, entre realismo y fantástico. Más bien trae reminiscencias de la mejor herencia del escritor rico a lo Ricardo Güiraldes, juego de espejos entre Borges y Cortázar, quien tanto lo admiraba y quería, y, sobre todo, otra vez, para leerlo al sol o a la luz de las velas, nos acerca prodigiosamente, tumultuosamente, a la felicidad del verano, que no es otra cosa que la eterna relectura de aquello que se instaló para siempre en nuestros corazones.