Quise lo que hice es el título de la autobiografía de Christiane Dosne, un título que habla de ella combinando la austeridad del rigor científico con la alegría como consigna de vida. Cuatro palabras y una descripción perfecta. 

Christiane fue la primera mujer con un sitial en la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires, un lugar propio ganado desde la vocación invencible con fervor venturoso que delineó toda una vida dedicada a la investigación científica especializada en medicina experimental en leucemia, Christiane, la mujer que “no imaginaba su existencia sin el laboratorio” y había nacido en un suburbio parisino (Saint Denis), crecido en Canadá y elegido Argentina como patria (con nacionalidad incluida) siempre supo lo que quería hacer y lo hizo. 

Dicen que aprendió a hablar español jugando al truco en una pensión y que a los veintidós años decidió estudiar en la Argentina de Houssay (de quien que fue becaria) y no en Yale. La investigadora del Conicet premiada internacionalmente que había publicado más de seiscientos trabajos cuando se sentó en la academia de los hombres y fundó en esa academia la Sección de Leucemia Experimental dentro del Instituto de Investigaciones Hematológicas, disfrutaba del color de las palabras y sabía usarlas, una poeta de optimismo aventurero con pipeta siempre a mano y ojos curiosos que veían la esencia de un ser mitológico que lleva sobre sus hombros el saber de sus antecesores en el cuerpo de cada investigador devoto: “el becario aprende el idioma de la investigación con su director, quien a su vez lo aprendió del suyo, creando una suerte de escalera que tiene su origen en los tiempos antiguos y que se proyecta hacia el futuro”. 

Pensar en esos escalones virtuosos es pensar en la construcción de su propia escalera, en el recorrido de sus pies, en el poder del tiempo que la indagación atenta vuelve infinito, en sus investigaciones premiadas sobre cáncer e inmunología y en la intensidad diaria de una convicción contagiosa. En 1944 se casó con Rodolfo Pasqualini (pionero de la endocrinología en nuestro país) y fue madre de cinco hijxs y abuela y bisabuela de una legión. Además de su yo narrador (deseaba que la lectura de su autobiografía sirviera para estimular inspiraciones coloridas y el encuentro con lo inesperado), de una vida académica que empezó a vivir a los quince años y de una colosal obra plasmada en ensayos científicos, conocimos a Christiane a través de una de sus nietas, la actriz, cantante y compositora Belén Pasqualini, autora de Christiane, un bio-musical científico que estrenó en 2017 imbuido de amor por su apasionada su abuela

¿Cómo no imbuirse? ¿Cómo no sentir la cercanía perpetua que la une a las mujeres que rompen viejos moldes todos los días y cuyos nombres no se conocen? ¿Cómo no compartir esa generosa constancia de felicidad que va tras el deseo libre? Christiane, que murió hace unos días a los ciento dos años, vivió el sueño que una vez soñó sobre la muerte y giró el picaporte “para averiguar qué hay detrás de la puerta”. Vivía en la misma casa desde 1953, quedarse en un mismo lugar no era estar quieta, siempre estaba caminando por caminos desconocidos repitiendo los versos de un poema de Robert Frost que tanto le gustaba: “Dos caminos divergían en un bosque / Y yo tomé el menos transitado / Y eso hizo toda la diferencia” y que eran su talismán, un talismán con textura de ciencia.