Un día en la vida de la Piba Berreta, la víspera de su presentación más laboriosa hasta el momento, arranca temprano a la mañana y, en paralelo, un camión de menudencias de pollo prácticamente le roza el hombro y se estaciona sobre la bicisenda. Luludot Viento frena: hace la pregunta. El conductor le grita que no se meta con su madre. Ella: qué tiene que ver la madre; exige una respuesta. Obtiene desdén. La rabia le brota y en un cálculo automático, la frontwoman de Los Rusos Hijos de Puta escupe una justa bola de moco y saliva que llega a entrar por la ventanilla. Sigue adelante rumbo a su ensayo.

“Soy una guasa a veces y eso me condena un montón”, dice, pero al respecto de otro episodio donde también tenía razón. Fines del 2020: todo el año sin tocar, se suma a un evento a beneficio de un viejo “ser del rock” dueño de un bar. Sola con la guitarra empezó a cantar sus serenatas oscuras, sus cartas de amor al fracaso y la simpleza, sus versos que simbolizan los laberintos internos y el más palpable cotidiano –“bailo rota pero bailo feliz con mi sombra”, “tengo un pulóver con olor a milanesa de la última vez que comí con vos”–, sus amigas adelante eran las únicas calladas de la vereda. Frenó, hizo la pregunta, puteó a una afectada de maradonismo que le contestó, se arrepintió en el acto, pero ya estaba hecho. Acto seguido, los organizadores entregaron la recaudación de la gorra a la policía para poder seguir vendiendo cerveza. “Después me mamé horriblemente fuerte, quedé tirada en no sé qué vereda, me llevaron a la rastra a no sé qué colchón. Amanecí al otro día y dije listo, me entierro”.

Volvió al departamento de Zárate con el perro y los dos gatos, y lloró durante un mes. “Empecé con el para qué, que es la pregunta del horror. Porque el por qué siempre lo podemos encontrar: me fui de ese lugar porque... Bardié a la chica porque... ¿Pero el para qué? Voy a bañarme: para qué. Para salir de la cama. ¿Y para qué? Para hacer una canción. ¿Y para qué?”. La sacó del pozo la misma amiga que años atrás, “con un encantamiento de palabras”, la había ayudado a ganar confianza en sí misma: la única artista de una familia de treinta primos, estudiante de actuación y de piano. ¿Y qué vas a ser, concertista? ¿Qué vas a ser, maestra?

No condice el impacto de Los Rusos Hijos de Puta –la banda punk-garaje-pop, combo de diversión y crítica que armó con Julián Desbats– con sus solo cinco años de actividad. Entre el EP autogestionado Hola (2013), el debut oficial producido por Lucy Patané, La rabia que sentimos es el amor que nos quitan (2016), y el seguidor que editó Sony vía Guillermo Beresñak, Nos vamos a morir de hacer estrategias de amor (2018), ya habían estrenado los recitales de día al aire libre cuando su misma ética anti de hacer solo con el corazón los distanció. Para ella, que tocando conoció el país, México y algo de Europa, incluso Rusia, el grupo marcó su cauce profesional, el momento de creer que se puede ocupar la mayor parte del día en una actividad llenadora que haga subsistir sino crecer económicamente. “Todavía no vivo de la música, tengo que conseguir el dinero por otros lados, pero sí es mi motor, lo que me genera ganas de vivir. En ese sentido, vivo de la música”, dice.

Las dos cosas se plancharon, el contrato con la multinacional y la banda, y cuando la burocracia inmobiliaria lo dispuso, sin temor a perder espacios, oportunidades y contactos, la Rusa se fue de la ciudad. “Creo que en realidad no tenemos nada. Creo que en verdad las personas estamos solas. Vamos y venimos con nuestra valijita interna y ya”. En Zárate entró a trabajar doce horas de lunes a lunes en la central nuclear Atucha, durante los tres meses de parada anual programada. Quería ver de cerca al padre antes de que se jubilara, verlo en su hábitat natural, “para entender lo que pasa por su cabeza”. En ese entretiempo escribió y confeccionó uno por uno los ejemplares de Poesía nuclear (2017), su primer poemario, firmado como La Piba Berreta.

Cuando se terminaron los Rusos, proyectó una etapa de soltería general: tocar sola, viajar sola, hacer todo sola. Tenía canciones que no habían entrado en el grupo y la misma guitarra regalada de un viejo folclorista; terminó grabándolas en grupo improvisado en Mendoza, y enseguida estaba tocando en vivo con un batero. Para ella el trabajo y la amistad se potencian. Puede contar en detalle cuándo y cómo se unieron cada uno de los que participaron en Golpe de (m)suerte (2021), el primer disco solista que también transformó en película, un EP de remixes noiseros y un recital guionado que dejó a los gritos o en silencio en diciembre en La Tangente. Una orquesta de siete personas con trombón y violín, la escenografía por Cartón Pintado, el cast de criaturas fantásticas de la película, Michelle Lacroix de maestra de ceremonia, Mimi Maura de invitada, las aliens anónimas que subieron a leer poemas, y ella, amorosa y sacada y deslumbrante, oscilaba entre el centro y la periferia del escenario, saboreando y a la vez desprendida de todo lo que son capaces de generar las canciones de su alma triste y combativa.

El día anterior, su jornada termina en Palermo en la inauguración de amiga Nina Kovensky –el conejo de la película–, la muestra MiniLibertad de espejos con forma de celular y controles remoto con forma de ametralladoras. La Rusa, con una remera de Led Zeppelin, la capucha lo único puesto del buzo, a las diez de la noche se sienta a almorzar. En la cara los pompones del sol, el sudor de los ensayos, un cansancio mezclado con ganas de más. “Creo que soy como un abuelo desde siempre”, dice. De vuelta local en la ciudad, acaba de publicar “Navidad” –“Ya no festejo navidad, ya no festejo en general”–, el single adelanto de su próximo disco, y ya dan ganas de oír el sonido que fabricó con el productor, multiinstrumentista y performer K4 –de la Rip Gang–, de escuchar sus andanzas y cavilaciones, todo lo nuevo y lo viejo que tiene para decir La Piba Berreta.