El 18 de julio de 2016 decíamos en este mismo diario con referencia a Arsat: “Si bien puede entenderse que el gobierno de Cambiemos piense diferente y que se proponga reorientar la gestión de esta empresa pública, es incomprensible que contrate a la consultora estadounidense McKinsey para que le explique qué tiene que hacer”. Ahora sabemos lo que la consultora norteamericana, además de cobrarle 12,5 millones de pesos a Arsat, le recomendó al mejor equipo de los últimos 50 años: entregarle el negocio de la banda ancha a la empresa norteamericana Hughes. Pero lo vertiginoso del caso es que esto no sería lo más grave.

La carta de intención entre Arsat y Hughes para crear una nueva empresa con mayoría accionaria a favor de la empresa norteamericana se puede analizar en dos niveles. En un nivel técnico y jurídico, Hughes se queda con el negocio de banda ancha a través del uso de una posición orbital asignada por la Unión Internacional de Telecomunicaciones a la Argentina. Como bien saben los gobiernos neoliberales de las economías desarrolladas, las posiciones orbitales son consideradas extensión de la soberanía territorial al espacio exterior. Dado que la carta de intención entre Arsaty Hughes asume que el Arsat 3 se ubicará en una posición orbital argentina, es inevitable concluir que parte de este patrimonio público argentino se transfiere a la empresa norteamericana. Es decir, hay cambio de disponibilidad de la posición orbital. Por ese motivo, el plan satelital de Cambiemos viola el artículo 10 de la ley 27.208 de promoción de la industria satelital. 

El inefable Macri sostiene que, a través de esta carta de intención, “estamos buscando un socio estratégico”. Paradojas del neoliberalismo lumpen, un socio estratégico para un sector declarado por ley de interés nacional y política de Estado no puede ser una empresa norteamericana, que sería un socio totalmente inconveniente para el interés nacional y una política de Estado de un sector estratégico como las telecomunicaciones satelitales. 

En un nivel de mediano y largo plazo, si bien la empresa Invap conserva la construcción del Arsat 3 –un alivio que aún Cambiemos no se anime a tocar a Invap–, el punto crucial es que el plan del macrismo supone la destrucción de una concepción sistémica de creación de un nuevo sector de alto valor agregado en la economía argentina: servicios satelitales, desarrollo de tecnologías incremental de satélites, procesos de transferencia de tecnología, formación de proveedores nacionales y de recursos humanos calificados. Como parte de este plan –que no es kirchnerista, sino una política pública–, la soberanía satelital resulta una variable clave para resguardar la capacidad de tomar decisiones autónomas acerca de cómo maximizar los beneficios económicos y sociales en la prestación de servicios y en el desarrollo de tecnologías que en pocos años podrían comenzar a exportarse. Se trata de un área que las economías centrales consideran estratégica.

Digamos, como corolario, que Macri puede ir a Holanda a vender un reactor nuclear de investigación porque en el sector nuclear se aplicó el enfoque exactamente opuesto al que Macri aplica hoy al sector satelital. Argentina conservó su soberanía tecnológica en el sector nuclear (a pesar del intento del menemismo de desguazarlo) y hoy ocupa un lugar en todos los foros internacionales del sector nuclear y exporta tecnologías de punta.

Q Unsam-Directorio Anpcyt, Mincyt.