Es probable que el desplazamiento de la literatura como placer y como ejercicio al centro de nuestras vidas sea consecuencia de las especiales condiciones en que vivimos hoy. Esto, me parece que se aplica sobre todo a quienes tenemos el privilegio de poder permanecer en nuestras viviendas, rodeados de elementos que nos permiten conectarnos, medios para proveernos de libros y demás beneficios a los que no puede acceder buena parte de la humanidad. Esta constitución central de la literatura, de la palabra escrita u oída, ha sido o es, según compulsa de amistades, una experiencia compartida. Este lugar de privilegio ha sido, al menos en mi caso, determinante de contemplar la vida a través de la literatura. Puede decirse que he reemplazado o reemplazamos (si me acompañan en la experiencia) el viejo dicho según el cual “la realidad supera a la ficción por este otro: "conozco la realidad a través de la ficción”.

Con esta lente “literaria “ fue que tomé el caso de la ciudadana rosarina que estuvo 23 años en cautiverio, acá, a pocas cuadras de donde transcurre nuestra existencia. Leyendo sobre sus condiciones de cautiverio me iba acordando de la magnífica obra de Margaret Atwood, titulada “El Cuento de la Criada “. El rasgo de mayor identidad era una especie de institucionalización de la violencia de género. El clima góticamente opresivo que viven las mujeres en la ficción se había reproducido en estas pampas con las diferencias de matices que la lectora o el lector encontrarán, pero ambas situaciones, la ficcional y la real, refieren al imperio del poder masculino. Aunque este último, en la novela, en algunos casos y momentos, es también y a su vez sometido a otro poder superior. Al que maneja esa organización social. Por ello me pareció demasiado simplista catalogar el caso como “violencia de género“ meramente. Algo como un encasillamiento angosto. Acá, y digo acá en sentido de ubicación geográfica, hay algo más. Como lo hay allá y me refiero al espacio literario.

Y mezclé o uní el caso concreto de asimilación con otros que se me vienen dando también en el mismo juego entre literatura y vida actual. Termino de leer dos obras del estadounidense Cormac McCarthy. Primero “Meridiano de sangre” y enseguida “La Carretera“. Con una prosa bellísima, traducciones de excelencia única, asistimos a dos escenarios parecidos, distantes en el tiempo. El primero en un EE.UU. y su frontera con México en el siglo XIX. La segunda, en el helado paisaje del futuro, en cualquier lugar del planeta. No podía dejar de asociar este último panorama que, y también para el futuro, pinta la inglesa Doris Lessing (Premio Nobel 2007). Leyendo algunas de sus obras vemos un planeta consumido, arruinado, con la crueldad al alcance de la mano. Me pareció que no estamos haciendo lo suficiente para esquivar ese futuro. Bueno, en esta ciudad, ya estamos viviendo un anticipo. En nuestro caso no helado, sino arrasado por el calor del fuego. Más que nunca, vivimos a través de la literatura que nos conecta con la realidad más que esta misma.

Volvamos al caso policial mencionado. Tuvo lugar en una ciudad como la nuestra, con múltiples dispositivos para prevenir o cortar a tiempo estos hechos, en un orden jurídico con normas para todas las situaciones. Y precisamente acá hay otro abismo. El edén jurídico donde, como flores, están suspendidas esas normas jurídicas. Cruzamos el abismo y la realidad está bastante lejos de ese paraíso. Como diríamos en Teoría del Derecho, las normas carecen de eficacia. El caso es asombroso no como índice de la crueldad humana sino el escenario urbano en que se produce.

En una entrevista que la escritora canadiense diera al sitio inglés Crafts and Criticism Literary, dice explícitamente que la principal inspiración sobre mujeres obligadas a parir en condiciones terribles se inspiró en el caso de las mujeres raptadas y asesinadas luego de dar a luz por la dictadura argentina iniciada en 1976. También claro, enmarcado en el creciente caso de crímenes contra el género en todas partes. Y también en este rubro, en todo el país y clase social, tenemos miles de ejemplos para ofrecer.

Literatura y Vida. A cada paso, los ávidos consumidores de letras encontramos a esta diada que no nos deja de dar golpes de asombro. Cierto que hay casos más perfilados, con trazos gruesos, como figuras xilográficas. El de nuestra conciudadana es uno de esos.