Tomás Espina nació en 1975 en Buenos Aires, y el derrotero del exilio de sus padres (él argentino, ella chilena), lo llevó a vivir en México, Mozambique, Chile y finalmente, luego de residir en Mendoza y en Córdoba, se quedó en Buenos Aires.

Más allá de su intenso itinerario y con una obra igualmente intensa, en estos días presenta en el Centro Cultural Matta, de la Embajada de Chile, un gran mural de 12,5 metros de largo, por 3,70 de alto, compuesto de veinte paneles, en los que narra en imágenes su biografía en clave, a través del dibujo, la pintura, los grafismos, las tachaduras, los gestos y quemaduras, entre otros procedimientos. La obra surgió por un encargo del curador Roberto Amigo, para la CCMatta.

En esta entrevista, el artista cuenta apectos de su vida y su obra.

-Si el mural es una biografía oculta, sería bueno conocer algunas de tus claves biográficas.

-Mi papá era chileno y mi mamá era argentina. Se conocieron en Chile cuando mi papá fue a trabajar a la Unidad Popular, en época de Salvador Allende. Mi madre tenía 29 y mi padre 49, y al año de estar juntos se produce el golpe militar. Se van de Chile y se instalan en Neuquén. Yo nací en Buenos Aires, mientras ellos se escapaban de la triple A. A los pocos días se fueron -nos fuimos- a Panamá por unos meses. Vivimos cuatro años en México, tres en Mozambique y diez en Chile. Mi madre muere en el 89 y a principios del 92 me vengo a vivir a Argentina, empezando por Mendoza. Me habían echado del colegio, tuve una adolescencia rebelde. Yo quería ser artista y en Chile no existía un secundario de Bellas Artes, pero en Mendoza sí. Mi padre me ofrece la posibilidad de ir a Mendoza, a un secundario de Bellas Artes. Allí fui. Viví solo, en una pensión. Mi padre y mi hermano se quedaron en Chile. Me fue mal. me hice discípulo de un escultor y me la pasaba seis horas en el taller de escultura y otras seis horas tomando cognac con el escultor. Yo tenía 17 años. Mi papá viajo a verme y me encontró en pésimo estado. Como él venía de visitar a Carlos Alonso en Unquillo -eran amigotes, de la misma generación-, me comenta que le dijo a Alonso que yo quería ser artista. Y Alonso le propuso que yo me fuera allá a estudiar con él. Así que tomé al pie de la letra la sugerencia. Me fui a vivir a Unquillo y Alonso nunca me atendió, ni siquiera por teléfono. Pero me quedé ahí cuatro años. A los 19 fui padre. Me encargué de hacer los muñecos y participar de la organización de la murga de los carnavales de Unquillo, junto con un artista amigo, Pablo García, con quien veinte años después volvimos a trabajar juntos.

En Unquillo terminé de estudiar en un secundario para adultos y me la pasaba pintado todo el día. Pero sentía que en ahí estaba esperando a Godot. Entonces le escribí al artista chileno Eugenio Ditborn, hermano de mi madre. Le conté la situación, y le expliqué que yo estaba buscando un maestro. El me escribió una respuesta muy hermosa en la que me decía que más que un maestro yo necesitaba profesores y que tenía que inscribirme en una Escuela de Bellas Artes. Y que si no podía ir a Buenos Aires, volviera a Santiago de Chile. Me planteó un ultimátum: dijo que si en el lapso de seis meses yo no estaba inscripto en ninguna escuela de arte, no le escribiera más. Le hice caso: hice la Pueyrredón en Buenos Aires, me licencié. Hice los deberes.

-¿Cómo pensaste el mural?

-Primero decidí hacer una especie de arsenal de referencias, una especia de agenda, en donde fui relacionando mi historia personal, con la historia política de lo que viví desde el exilio de mis padres fuera de Chile; mi vida posterior en Chile y luego mi autoexilio en Argentina. En el mural aparecen los signos del partido comunista, al que fue vinculado mi viejo, aunque él nunca estuvo adentro del partido, pero fue perseguido por comunista, como se perseguía a tantos en esa época. También junté elementos de sus referencias revolucionarias. El era muy admirador del Che Guevara y de la Revolución cubana, que fue la causa del exilio de mis padres. Vinculé eso con la historia del peronismo.

-También se ven elementos heredados de la cultura africana, que fue otro de los lugares donde viviste.

-Aparece shangó que es el dios del fuego, representado por un hacha que coloco con pólvora en la mitad de la composición. Lo que hago en todo el mural es sembrarlo de elementos biográficos y referenciales, descompuestos para que nadie pueda dilucidar esos elementos. Están todos mezclados, deteriorados. Eso me dio la libertad de colocar simbología política comunista o peronista, pero también poner las letras de los grupos de rock que yo escuchaba de chico en Chile.

-Hay algo de las imágenes relacionadas con la última gran revuelta chilena.

-Tomando aquel audio que se viralizó, en donde la esposa del entonces presidente Piñera decía que los manifestantes parecían alienígenas. Ahí cito un grafiti de un alíen, pero lo hago un poco descompuesto y todo atravesado por las referencias a mi padre, relacionado con el teatro y con África; por eso aparecen las máscaras y todo lo histriónico.

-¿Y por el lado de tu madre?

-Mi mamá era astróloga y tarotista, así que en la obra hay referencias esotéricas.

-¿Qué soporte usaste para los paneles del mural?

-Como tenia que ser muy liviano y al mismo tiempo resistente, usé papel y telgopor -usamos, porque trabajé con un asistente, que también es artista-. Tenía que parecer un muro pero debía ser atravesado fácilmente por un cuchillo. La combinación de telgopor y papel es al mismo tiempo muy fácil de manipular. Me interesaba que la incorporación de esos signos tuviera una gestualidad desgarrada. Quería que luciera como esas imágenes que se ven debajo de las autopistas o los puentes, entre los linyeras, como una hogar a la intemperie. Gestos entre escritos y quemados. También buscaba que pareciera lenguaje tumbero, de las paredes de la cárcel. Pero al mismo tiempo todo está como suspendido y se ve como algo pasajero.

-¿Cómo llegaste al título “Sin lugar bajo el sol”?

-Me costó mucho encontrarlo. Surgió después de que fui desdibujando los signos de mi biografía, para finalmente asumir una orfandad. Nunca tuve una patria. Creo que en todos mis trabajos hay una distancia -amorosa, pero distancia al fin- que me hace ver cualquier situación histórica de la Argentina con los ojos de un extranjero. Solamente cuando gana la selección de fútbol puedo decir que me siento absolutamente argentino. Pero mis recuerdos emotivos están vinculados también a México, a Africa y a Chile. Siempre en tránsito.

* En el Centro Cultural Matta de la Embajada de Chile (en Tagle esquina Avenida de Libertador, ingresando por Plaza de la República de Chile), hasta fin de marzo.