Deliciosas criaturas perfumadas/ Quiero el beso de sus boquitas pintadas/ Frágiles muñecas del olvido y el placer/ Ríe su alegría como un cascabel. Los cuerpos, todos, se menean en la platea mientras transcurre Ardientes Gardel y Le Pera. Lo hacen al compás del fragmento delicioso del tango-canción Rubias de New York. Pero el poema que le da título a la novela/folletín de Manuel Puig suena entre un bolero y un son, gracias a la imaginación y la inventiva de dos grandes artistas: Alejandro Viola, creador de Los Amados, y Diego Vila, compositor, músico y autor teatral.

Es verano y el aire acondicionado del Auditorio de Belgrano alivia el calor poderoso que se vive en las calles del Buenos Aires querido. No falta tanto para que se cumpla un siglo del accidente aéreo, en Medellín, Colombia, que se llevó al poeta, dramaturgo y periodista Alfredo Le Pera y a Gardel, el hombre que comenzaría a cantar cada día mejor y cuya imagen grafiteada en las paredes porteñas dice: “No me lloren, crezcan”.

Alejandro Viola canta, actúa y dirige encendido un espectáculo que recorre lo mejor del repertorio del morocho del Abasto, el sábalo, y su indisociable vate y partenaire. Además, el hombre del jopo barroco se viste de gaucho kitsch, como el resto de sus Amados, y se pasea por el escenario al ritmo de la música tropical, que le da otra constelación sonora a Cuesta abajo, Soledad, Melodía de arrabal, Caminito Soleado, Volver, Lejana Tierra Mía, Sol tropical, El día que me quieras y otros temas que son el sentir y la identidad de la música criolla.

Son las melodías que, de los baby boomers hacia atrás, se escuchaban en casas, departamentos y conventillos en discos de pasta y vinilo con fondo de fritura. Y es la primera vez que el grupo decide cruzar ese espacio sagrado del tango gardeliano a la veredita tropical, donde siempre han jugado su juego. Chachachá, boleros, sones, un songorocosongo variado de ritmos caribeños, repertorio romántico en clave kitsch, que los distingue desde fines de los ochenta y que tanto le debe a la tradición latinoamericana, pero también a Jean Luis Casanova, Les Luthiers, Ana Sans y el Aníbal Pachano de los Botton Tap, el trío Urdapilleta, Barea y Tortonese y las Gambas al Ajillo, que integraban Flechner, Llinás, Gabin y Markert.

Aquella estética de varieté entre fino y underground, muy nac & pop post dictadura, reivindicó emociones como la risa y el amor, ocultas en la escena pública y privada durante los años de la represión. De esa ética y estética se nutrió el ardiente “Chino” Amado, un encantador de audiencias.

Este mes son 4 funciones (sábados 4, 11 y 18 de febrero), en CABA y una en Mar del Plata. Luego llegará la gira federal en la que desumbrarán al público con sus trajes brillantes y sus colores celeste aturquesado, rojo, rococó y su magnífico despliegue físico y musical.

En su sinfonía de la (in)sensatez y los sentimientos, con delicadeza y esplendor, militan también, y es justo nombrarlos, los talentosos Carolina Alberdi (piano y percusión), Fernando Costa (percusión), Wilson Ortiz (guitarra y bajo), Matías Bahillo (guitarra y trompeta), Alejandro Bordas (guitarra), Esteban Freydier (saxo) y Paulina Torres (canto y baile), liderados por Alejandro Viola.

Los Amados enhebran los tres años más fructíferos de las bios del binomio Lepera-Gardel, vanguardia y revolución en el mundo internacional del show biz de los años treinta, que incluye el relato sobre la presión de la Paramount para que el Zorzal perdiera peso corporal, adelgazara, y algo de la intimidad de la creativa pareja creativa. Una cabalgata imperdible.