“Las bombas no pueden vaciar la infancia”, dice Gertrud mientras mira un espacio polvoriento y vacío, el lugar donde vivió con sus padres antes de que la Segunda Guerra Mundial la dejara huérfana. La primera novela del dramaturgo Guillermo Salz, La casona de Almagro (Pacto de Lectura), narra las disputas por un petit hotel construido a principios del siglo XX en Buenos Aires entre los hermanos Manson: Amalia (hija biológica), que estudia Química en Alemania, logra ingresar al prestigioso Instituto Kaiser Wilhelm y es la madre de Gertrud, y Juan José (adoptado). La historia empieza en 2008 con el excoronel Juan José Manson (h), detenido por crímenes de lesa humanidad, que escribe en su diario: “me educaron para que continúe la cadena viril de los hombres que se sienten llamados a trascender por defender a la patria”. La narración, que alterna distintas temporalidades y escenarios geográficos, despliega el conflicto por la casona durante tres generaciones.

Salz (Buenos Aires, 1953), formado como actor con Lorenzo Quinteros, Augusto Fernández y Mirta Arlt, entre otros, cambió los escenarios por la dramaturgia en 2014. Tiene varias obras de teatro de su autoría representadas: Un minué para el desierto argentino, que dirigió Arturo Bonín en la sala Caras y Caretas; y Soy Jauretche, con puesta en escena y dirección a su cargo en el teatro El Tinglado. El 13 de marzo de 2020 estrenó Síntoma, ganadora del concurso Teatroxlaidentidad. La obra despliega la lucha de un hijo que ha sido robado en dictadura para encontrar su verdadera identidad. “El 20 de marzo se cerró el planeta -recuerda el dramaturgo y escritor-. Con mis amigos comentaba las obras de teatro que tenía en ciernes y un actor, Fabián Guzmán, me dijo: ‘eso parece una novela’. Yo mismo me encontré comprando novelas en pandemia para leer en el confinamiento, que fue muy angustiante. Échale la culpa a la pandemia, pero empecé a escribir ficción. De una semilla de idea hice un tronco, después las ramas y finalmente tuve que podar”.

La semilla de La casona de Almagro fue Juan José, un personaje que le permitió ir hacia atrás y hacia delante en el tiempo. “Robar un niño en la dictadura implica un daño social para todo un entorno; por lo tanto las historias laterales se ven afectadas por esa semilla del robo de un bebé”, advierte el autor de Jalepá ta kalá, que fue elegida y publicada por Argentores en el Concurso de la colección “Copetín de los autores”. “Cuando empiezo a escribir, no sé para dónde voy; los que me guían son los personajes. Lo que tengo como costumbre por escribir teatro es partir de un personaje: si está en la escena pienso de dónde viene y hacia dónde va. Ese de dónde viene, que uno en el teatro lo piensa pero no está en la obra detallado, me permite desarrollarlo en la novela y de esa manera desenvuelvo al personaje. La novela me permite viajar, sin posibilidades de freno alguno, hacia el pasado y hacia el futuro. Cuando escribo una novela, los personajes me llevan de la mano”, afirma Salz, que tiene tres novelas inéditas que escribió durante la pandemia.

El adolescente que vivía en Parque Chas lo único que quería era jugar a la pelota y hacer teatro. Por sugerencia de un tío se anotó en Ciencias Económicas. “Fue horrible”, resume Salz y cuenta que después estudió Letras y tuvo como compañeros a escritores como Alan Pauls y Charlie Feiling. Las dos carreras, que no terminó, le dieron una base para poder trabajar y a la par escribir teatro y ahora novelas. “Yo soy un gran lector que se quedó impactado por el boom latinoamericano. Me cuesta salir de ahí”, reconoce el dramaturgo y escritor una limitación en su horizonte de lecturas. “Dediqué gran parte de mi tiempo a la posibilidad de concretar una vida material que me resultó difícil desde chico. Perdí mucho tiempo en oficinas”, se lamenta y agrega que teatralmente lo formó Lorenzo Quinteros. “Yo trabajaba de día y ensayaba de noche; entonces llegaba al ensayo dormido o llegaba al trabajo dormido. Le robo tiempo al tiempo para poder hacer teatro y escribir”.

El tema de la identidad, la vía láctea de La casona de Almagro, emana de lo biográfico. “Me costó muchísimo saber quién soy porque no tuve una infancia feliz y viví en medio de un malestar constante”, confiesa Salz, que hizo teatro en dictadura “en cuevas”, pero también estuvo en salas más grandes, como el Margarita Xirgu. ¿Cómo era hacer teatro en dictadura? “Había cierta posibilidad de pasar por arriba de los dueños de la palabra volviendo a los clásicos, como Chéjov y Shakespeare. Pero otros, como (Eduardo) Tato Pavlovsky, lo sufrieron con persecuciones”. De los obras en las que actuó en dictadura menciona especialmente La gaviota, de Anton Chéjov, donde interpretó al viejo Sorin cuando tenía 23 años.

“Silvia Bleichmar plantea que el deseo de tener un hijo no es una cosa biológica sino un intento de reparación del malestar que se sufre mientras uno va viviendo; por lo tanto ese deseo ha llevado a muchas personas a tener un hijo biológicamente, a adoptar un hijo de manera legal, o a robarlo. Tener un hijo es un intento de reparación, lo que no quiere decir que sea algo moralmente bueno o no”, explica Salz el epígrafe de Bleichmar que eligió para su primera novela y revela que muchas lectoras y lectores han subrayado la frase de Gertrud: “Las bombas no pueden vaciar la infancia”. “En esa escena de la novela, ella está mirando el vacío, la casa que ya no está. Ver esa casa destruida puede ser muy triste, pero al mismo tiempo hay una certeza: lo vivido no te lo puede quitar nadie”, concluye el escritor.