🌎 Desde Salto, Provincia de Buenos Aires

Salto no es solo campo, semillas, cereales, tractorcitos, camionetas de alta gama, siesta y los casi 2000 empleados de Arcor. La primera imagen del turismo doméstico, ungido en la necesidad pero también en la aventura, deja un tendal de jóvenes compartiéndose unos mates: se reparten acá, allá y más allá. Al costado, a su compás, una pareja de viejitos se pasea de la mano, otra se saca una selfie desde el puentecito: la costanera de Salto, en la Provincia de Buenos Aires, se convierte en el verdadero cónclave del pueblo y los pibes que permanecen en la ciudad, que son un montón, disfrutan del ADN y la idiosincrasia local.

En verano hay shows en vivo (en lo que va de 2023 ya tocaron Los Charros, Los Tipitos y Ariel el Traidor, ex cantante de Pibes Chorros), se divisan camisetas de todos los clubes del pueblo y alguien destapa una birrita en lata. En esa anda Salto, un partido ubicado en el norte bonaerense, a 188 kilómetros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, cuyo origen proviene de un salto de agua "producido por numerosos afloramientos rocosos que posee el río Salto" (Wikipedia dixit).

En estas coordenadas hay mucho fútbol y alguito de noche. Hay paseos, actos de fe y un puñado de lugares interesantes para visitar. Muchos, incluso, por su singularidad, hasta permiten clavar una buena fotito para el Insta. Qué lindos son los pueblos de Buenos Aires, qué hermoso es Salto, joya desconocida de la provincia.

1. El último de los almacenes de pueblo

Detenido en el tiempo, en la esquina frente a la vieja estación, sobre la entrada de La Invencible, se emplaza el almacén de Ricardo Vilamitjana, abierto hace unos 90 años. Los borrachines del pueblo, los que están de paso, los que piden fiado, los que terminan su intensa jornada laboral y necesitan refrescarse con alguna gaseosa o birrita, los que anhelan desesperadamente carbón para el asado y los vecinos en busca de sus provisiones caen siempre por ahí.

"Anduvo bien Messi, ¿no es cierto?", tira cómplice Ricardo, de 75 años, mientras corta con maña un chorizo seco ante la atenta mirada de su compañera, La Mary. Allí, puede comerse una picadita completa y de campo con maní con cáscara, queso, pancito, vermú o fernetcito y chorizo seco (hay que pedir los de Gallo Rojo pero, también, funcan muy bien los de Indart) por un precio razonable. Por motivos lógicos, la estampa se yergue insólita: existe el olor a almacén y vive por acá, tal vez el último refugio de los almacenes de pueblo.

2. Clubes centenarios: pasión y pertenencia

Se ve al toque: el fútbol es la gran pasión de Salto. De hecho, conviven allí cinco clubes: Defensores de Salto, Sports Salto, Centro Universitario Salto Argentino (C.U.S.A.), Compañía General y Alumni. De esos, Sport, uno de los más populares, se fundó hace 101 años. "Es el más viejo de la ciudad y cumple una función social muy importante para el pueblo", dice Adalberto Rebottaro, su presidente.

Sport posee más de 1000 socios activos, un número interesante para una ciudad que tiene unos 52.000 habitantes. Allí, en el predio de la calle San Pablo, se practica bocha, patín, gimnasia, taekwondo, bachata, canto y muchas disciplinas más. Y en el predio de la Avenida Costanera hay canchitas de fútbol para las divisiones infantiles, una auxiliar y un estadio para 7000 personas.

Y entre los clubes que representan las raíces de Salto está el pasional Compañía General, fundado en 1922 por trabajadores ferroviarios. "Desde el primer día se enraizó con las clases populares del pueblo", asegura Milagros Llamas, secretaria de Actas en la Comisión Directiva y una de las delegadas del plantel de Primera División. "El club representa a los barrios humildes y a los trabajadores que encuentrna en la institución una bandera y un sentir especial", sigue.

Dentro del ecosistema futbolístico de Salto, los seguidores de Compañía son de los más fieles e incondicionales. Compañía General entroniza las ideas de familia, hogar, refugio, trabajo, amistad y pasión. ¿Su mayor logro deportivo? "Fuimos campeones del Siglo contra nuestro eterno rival, Defensores de Salto, que también cumplía 100 años; y le ganamos en su cancha, algo que nunca voy a olvidar", recuerda Llamas. Qué bendición es el fútbol, por favor.

A la sazón, entre los clubes denominados "chicos-grandes" está C.U.S.A., fundado en 1962 por un grupo de estudiantes que cursaban en La Plata, donde entonces competían en campeonatos de fútbol juveniles. Unos años más tarde, para 1977, decidieron afiliarse a la Liga de Fútbol de Salto. "Fueron años duros, por supuesto", afirma Oscar Barkigjije, quien hace más de 40 años se pasea por el club: fue jugador, técnico, presidente y coordinador del fútbol.

Para 1979 ya tenían su propia cancha, donde hoy existe un salón de eventos, una pileta, una arboleda con quinchos, una cancha auxiliar y una principal. En 1984 salieron campeones por primera vez de la Liga, logro que repitieron en 1990. Y, amén de las victorias futbolísticas en las categorías mayores, C.U.S.A. es una institución que se destaca por condensar una vasta trayectoria en inferiores. "El club tiene todas las divisiones, inclusive femenino. Alberga alrededor de 300 chicos haciendo tareas sociales importantes", completa Barkigjije.

Entre los grandes está Defensores de Salto, que viene de cumplir 100 años y cobija a más de 450 chicas y chicos de la ciudad. "Es un club mayormente futbolero", reconoce Mauricio Slattery, su presidente. Defensores de Salto tiene una sede social en el centro de la ciudad y cuenta con diversos salones multifunción, una cancha de césped sintético y un polideportivo enorme con salón de fiestas, cuatro canchas de fútbol, gimnasio, dos canchas de tenis y mucho, mucho más.

A propósito de sus logros deportivos, Defensores de Salto exhibe en sus vitrinas unos 33 campeonatos locales, 3 interligas y un ascenso invicto al Federal B en 2007, donde jugó 12 temporadas hasta que, según cuenta su presidente, "fue eliminado por el Consejo Federal de la AFA". Cierra Slattery: "Defensores de Salto es un club importantísimo".

3. Pancho Sierra, el gaucho santo

El 21 de abril de 1831 nació Francisco "Pancho" Sierra, hijo de una familia de la alta burguesía bonaerense. La historia dice que estudió medicina pero que, por algunas turbulencias amorosas y familiares, no logró completar sus estudios. Consternado y rabioso, se instaló en una estancia rural donde dedicó su vida a los más necesitados: curó, salvó, ayudó y Pancho Sierra, santo remedio.

Su figura creció informalmente, sus "milagros" comenzaron a expandirse de forma oral. Y, convertido en un objeto de devoción popular, su canonización fue prácticamente instantánea. Con el tiempo, “Pancho” Sierra, de figura y estampa bíblica, devino en un gaucho sanador, en un obrador de milagros.

Como el Gauchito Gil, el gaucho santo Pancho Sierra también es un santo itinerante: su fe ya no conoce de fronteras. Y cada 4 de diciembre, aniversario de su muerte, en su santuario, ubicado en el Cementerio Municipal de Salto, recibe a cientos de fieles de todo el país. Ahí, en una pared lateral del camposanto, los creyentes clavan placas con agradecimientos. Y con las manos en alto, sus feligreses, sin dogma ni reglamento, oran y veneran más o menos así: "En el nombre del Padre, del Hijo, de la Madre María, de Pancho Sierra… Amén".

4. El día y la noche de los pibes

Con el sol todavía hirviendo, la peatonal Buenos Aires cumple su función indestructible de entretenimiento, sitio referencia para el consumo y la famosa, inefable y obviamente necesaria "vuelta al perro". Pasan los coches, las motos, las patas y algunos apuran un yogurcito con nueces en Vitta, mientras otros se toman un café con leche en A Pontenova, panadería del cocinero Mariano Linares.

En A Pontenova se pasean las parejitas más petiteras, las citas frescas -¿Tinder? ¡Nah, eso no funciona tanto por acá!- y los curiosos de la zona. ¿Lo recomendado? ¡El chipá! Ahí mismo, durante los '90, vivió Black & White, el lugar de referencia para pispear quién iba a salir de noche y quién la iba a planchar. ¿¡Black & qué!? Black & White fue un bar pero más fue un radar de levante teen, con los recordados mozos Pato Cardona y el Negro Leyes. Hoy, esa marca se la llevó Pueblo Norte, que hasta la medianoche funciona como un barcito (traguitos y finger food) pero, después, ¡zac!, cambia de piel, se reviste de conga y todos los pibes -¡hey, todos los jóvenes de Salto!- se ponen a bailar.

5. Las atracciones turísticas

En Salto hay dos o tres paradas obligadas que todos los saltenses recomiendan cuando un forastero pisa el lugar: el Salto de Agua, el Molino Quemado y el Fuerte de Salto. Quedan cerquita, de hecho. A pocos metros uno del otro. Allí, un grupo de pibes de veintipico se baña en el agua marrón del Salto de Agua, un accidente geográfico que dio origen mitológico a la ciudad. Al costado, sobre el verde césped, una señora los mira y dice: "Antes había mucha más agua, no sé qué pasó. Esto se secó". Y a los pibes de veintipico les da igual.

Del Fuerte queda poco, la verdad. Apenas una placa conmemorativa y, más allá, un baño de higiene dudosa. Pero todo se compensa con la ruina que se ensancha sobre el cauce del Río Salto: el agua va y viene y los pedazos de construcción siguen allí. Sobre ese vaivén, los restos estoicos del Molino Quemado, una harinera que terminó devorada por un incendio que hoy sirve de "trampolín" para pibitos que se lanzan "de bomba" al río. Una actividad de mínima peligrosa pero que a los aguerridos guachines de Salto parece no importarles. Se aferran al sacrificio, se apegan a la diversión: juegan, digamos, como se jugaba "antes". Con cierta irresponsabilidad, con el cuerpo en riesgo.