“El consentimiento sexual necesita de dos condiciones: comprender lo que se acuerda y ser libre para acordar”, una afirmación y un punto de partida para que Catalina Tresbisacce y Cecilia Varela, investigadoras y antropólogas del CONICET, discutan un tema incómodo hacia adentro y hacia afuera de los feminismos. El consentimiento a partir del 2015 y con el surgimiento del Ni Una Menos arrastró debates en relación a los abusos sexuales, los escraches y los vínculos sexo afectivos que siguen instalando preguntas y aún están muy lejos de ser discusiones saldadas.

“El consentimiento es un problema contemporáneo porque hasta mediados del siglo pasado el sexo reproductivo era la regla”, dice Cecilia Varela. Por eso para sus investigaciones retoman las luchas feministas de los años 80´ y el reciente 2015 con el surgimiento del Ni Una Menos y en ese marco piensan el consentimiento en un tiempo actual que propicia nuevas libertades sexuales y también desata renovadas ansiedades en torno a los límites de lo que debería ser una sexualidad aceptable.

Suman a este entramado de complejidades, el proceso judicial del caso de Lucia Pérez, al que siguen desde cerca y en donde la pregunta sobre si la adolescente pudo o no consentir atravesó los dos juicios y sigue promoviendo un debate que todavía tiene largo aliento.

¿Es posible dar cuenta de la libertad y el entendimiento pleno en situaciones en donde está involucrada la sexualidad? ¿Qué sucede en los momentos en los que esos límites no son tan claros?¿Cómo se relacionan la vulnerabilidad y el consentimiento? ¿Cuáles son los relatos en torno al consentimiento que corren el peligro de ser obturados?

¿Cómo comienzan a pensar el consentimiento sexual y en donde las encuentra?

Cecilia Varela: En mi caso se vincula investigaciones previas en relación a la trata de personas y el trabajo sexual, porque la discusión legal de trata de personas en Argentina y a nivel internacional se encuadró directamente a la figura del consentimiento. Lo que pasaba es que algunos grupos, más vinculados a un esquema pro derecho del trabajo sexual, tratábamos de deslindar prostitución forzada y libre de acuerdo al consentimiento; y por el contrario, los grupos abolicionistas promovían una definición de tipo legal de trata de personas donde el delito se configuraba independientemente del conocimiento que hubiera prestado esa persona para hacer servicios sexuales o involucrarse en algún arreglo que implicara comercio sexual. En Argentina esta perspectiva fue claramente la que ganó en términos de legislación.

Catalina Tresbisacce: En mi caso fue diferente porque es la primera vez que trabajo en torno al consentimiento. Yo venía estudiando la historia de los feminismos y puntualmente los años 80´, el momento en que emerge el significante de la violencia como un modo de referir a los padecimientos de las mujeres. Ese momento fue un tiempo de revisión de ciertas experiencias cotidianas extendidas que pasaron a ser pensadas bajo el término de violencia contra la mujer. No estamos hablando de la violencia extrema o de los asaltos de oportunidad, sino de la diaria que tenía de contraparte a sujetos con los que las mujeres mantenían vínculos de afectos. Mientras investigaba esto, algo similar volvía a pasar en las calles del post 2015 pero a escala masiva. Muchas personas se vieron interpeladas a revisar sus vínculos a partir de los nuevos lentes feministas del Ni una menos, auscultando experiencias de abuso sexual. Este ejercicio potente, transformador, es extraño también porque las personas señaladas como víctimas o posibles víctimas, en el camino de revisarse, tienden a armonizar un relato sobre el pasado o desconocerse. Y es extraño también para la red vincular porque algunas de esas experiencias hasta el momento habían sido parte de lo posible. Es un momento de redefinición de los contratos sexo-afectivos, y en ese punto las preguntas por el consentimiento también se fueron haciendo lugar.

El consentimiento es un término que desborda hacia muchos terrenos y es parte de una larga lista de palabras que se hicieron más cotidianas con los avances de los feminismos ¿Cuáles creen que son las complejidades del término?

CT: Para mi el asunto es que es una categoría del lenguaje jurídico, que supone cierto sujeto racional, libre y que se enarbola hoy como medio de garantía y promoción de una sociedad más justa. Si solamente estuviera en el campo de lo jurídico por ahí no sería un problema, pero sí lo es cuando en el campo de lo social se lo toma sin dar cuenta de las dimensiones limitadas que tiene la categoría. Porque el consentimiento era un término que venía a garantizar una sociedad más igualitaria, una sociedad que discute las jerarquías y los autoritarismos.

¿Eso es un problema cuando se habla de consentimiento sexual?

CT: Sin dudas, es un problema cuando hablas de consentimiento en general y más aún cuando hablas de consentimiento sexual. Un ejemplo muy clásico es el voto, el voto puede ser pensado en nuestra sociedad como que una vota consciente, con entendimiento y libertad. Pero también sabemos que los procesos electorales contemporáneos están atravesados por un montón de dispositivos sofisticados de propaganda y manipulación de voluntades en donde el sujeto aparece más en el campo de las pasiones que en el campo de la libertad y el raciocinio. Esa es una instancia que es prácticamente formal y no tenés un sujeto libre y racional tan claro. En el campo de la sexualidad es aún más complicado, porque los sujetos están metidos en una actividad que por definición está descentrada de la razón. Es un problema que se lo tome como una categoría transparente.

Cuando se habla de autodeterminación aparece el “no es no”, tal vez una simplificación que no está a la altura de las complejidades que hay en torno al consentimiento y particularmente dentro del mundo de lxs adolescentes. ¿Cuáles creen que son los trayectos que habría que pensar entre el “sí” y el “no”?

CT: No tengo una respuesta, me parece que es interesante y necesario hablar sobre la sexualidad y el deseo en la adolescencia. Sin embargo, la experiencia sexual de adolescentes, pero de adultes también, está más plagada de ambigüedades, que no necesariamente quieren decir violencia o abuso o algo malo. Me parece que el “no es no” ayuda porque hablamos del tema, pero también trae otro problema porque los sujetos están obligados a definirse entre blancos y negros y sus experiencias suceden en un abanico bastante más amplio, difuso y dinámico. Mejor podría ser hablar de esas situaciones, de lo dinámico, de lo difuso, y para eso habría que construir elementos conceptuales para que eso tenga lugar sin que tampoco sea cualquier cosa.

¿Cuál es la relación que se establece entre consentimiento y vulnerabilidad?

CT: El consentimiento para ser tal, se dice, deber ser resultado de un claro entendimiento y debe pactarse en libertad. Estas condiciones del consentimiento lo vuelven bastante esquivo para absolutamente la totalidad de la población, pero en lugar de desconfiar del consentimiento como instrumento se tiende a delimitar poblaciones para las que estas condiciones serían un problema mayor. La clase, la raza, la edad, etc., rasgos estructurales de producción de inequidad, son señalados como circunstancias que vician las condiciones del consentimiento. Es un ejercicio por el que se intenta subsanar la ficción de los ciudadanos libres e iguales, proponiendo estrategias de protección ante la desigualdad, pero que tiene como contrapartida negativa un gesto tutelar de vedar el consentimiento, incluso cuando sea expreso, a ciertas poblaciones. Por ejemplo las mujeres han sido y son consideradas una población vulnerable porque bajo condiciones sociales desfavorables su libertad o su entendimiento pleno estaba viciado. Con el voto femenino por ejemplo o con las trabajadoras sexuales que en contextos de vulnerabilidad económica se consideraron que no podrían estar consintiendo esa actividad. La figura de la vulnerabilidad es una figura que le pone un coto al consentimiento.

¿Desde qué perspectiva se leen o definen esas condiciones?

CT: Es que muchas veces no necesariamente las advierte la misma población, no necesariamente las reclama esa misma población sino que alguien interpreta que esas condiciones no son las propicias para el consentimiento. Entonces es un problema, como también es un problema pensar que todas las personas pueden consentir libre y voluntariamente.

CV: Y además porque eso puede armar jerarquías entre sujetos capaces de consentir y sujetos incapaces de consentir, siendo que los primeros determinarían, en virtud de su buen discernimiento, qué es lo realmente bueno para los segundos.

¿Cuál sería la perspectiva para pensar las vulnerabilidades?

CV: La discusión no puede darse sin las perspectivas de las personas involucradas, traer la cuestión de la vulnerabilidad al margen de lo que piensan las personas y muchas veces a contrapelo de lo que piensan esas personas, es un problema.

¿Y cómo sería en relación a la sexualidad?

CV: En el terreno de la sexualidad hay que empezar a aceptar algo en torno al pluralismo de las experiencias. Y que es muy difícil establecer sobre ese tipo de experiencias una significación a priori y para todos los sujetos.

¿En qué términos podríamos pensar el consentimiento tratando de explorar otros lenguajes que no se encuadren en el campo jurídico?

CV: Las ciencias sociales lo piensan en términos de agenciamiento, de autonomía relativa. Me parece que es interesante pensar que hay un movimiento paradojal por el cual en la contemporaneidad afirmamos el consentimiento como índice de la capacidad de autodeterminación y también todo el tiempo estamos preguntándonos si ese sujeto puede genuinamente prestar su consentimiento.

CT: En el campo social más allá de las ciencias sociales, el lenguaje jurídico se usa porque la mayoría de los conflictos son llevados al terreno legal

En este sentido ustedes están siguiendo el proceso judicial del caso de Lucia Pérez, en donde muchas categorías de las ciencias sociales aparecen como parte del lenguaje jurídico. Sería como a la inversa de lo que veníamos conversando

CV:  Se llevan las categorías de las ciencias sociales que sirven para pensar, por ejemplo, relaciones de dominación, relaciones de género, a nivel de la estructura social y se las traduce a relaciones entre víctimas y victimarios. Las categorías sociológicas no están hechas para atribuir responsabilidades individuales ni para develar qué es lo que sucedió en un caso concreto, supliendo las falencias de las pruebas. En todo caso esas categorías podrían aparecer y de hecho las evocan los operadores jurídicos para hablar de agravantes o atenuantes, pueden suministrar información al tribunal sobre cómo son las relaciones sociales en determinado contexto particular, es otro uso, pero si comenzamos a derivar la culpabilidad de una persona de una posición abstracta en la estructura social caminamos un terreno complicado

¿Por qué eligieron pensar el consentimiento en relación al caso de Lucia Perez?

CV: Yo creo que fue un poco en relación al pánico sexual que se generó en torno a este caso. La idea de pánico sexual es que frente a un acontecimiento se tejen una serie de relatos de lo más alarmantes que buscan provocar horror y promueven mucha adhesión porque conmueven los cimientos del orden social. Es como la prostituta atada con grilletes a una cama, como la imagen generalizada y no una imagen de un caso posible. Como si esa fuese la representación de todos los casos de las mujeres que ejercen el comercio sexual. Lo que pasó en la discusión de la ley de trata es que mientras a nivel popular dominaban esas representaciones la discusión que llevaban a cabo militantes, activistas, expertas era otra, si una persona podía consentir o no al comercio sexual. Y ahí habrá muchas posiciones, algunas dirán que sí, otras que no, otras dirán que depende en qué condiciones. Es una conversación posible y deseable, pero las imágenes de pánico sexual muchas veces terminan triunfando y obturando ese debate. Para mí en el caso de Lucía terminó pasando algo de esa naturaleza.

Incluso cuando fueron desmentidos los relatos del horror en la voz de la fiscal Maria Isabel Sanchez, ya había algo instalado imposible de remover…

CV: Totalmente. Esas imágenes del horror sexual que nos movilizaron a todas en un primer momento, seguían teniendo fuerza y legitimidad aún cuando fueron desacreditadas incluso antes del primer juicio, había elementos muy claros que mostraban que no había signos de abuso sexual ni empalamiento. O que nunca hubo tres personas con ella y sin embargo, sigue circulando en muchos discursos en medios y redes sociales, feministas y no feministas, que habían tres personas.

¿Hay un rol imprescindible en la construcción de estos relatos de víctimas en los medios de comunicación?

CT: Los medios gráficos y los de televisión funcionan con una lógica de la noticia que vende, en ese punto se produce una alianza particular entre los medios y que los discursos de denuncia sean del feminismo de víctimas

¿Cuáles son los debates que se dejaron de lado en torno al caso de Lucia?

CT: El consentimiento sexual de una piba de 16 años y la ilegalidad en la que te sume el régimen actual de consumo de estupefacientes hace que todo ese mundo de Lucia no pueda ser puesto a discusión, no por Lucia, sino por les adolescentes que atraviesan una situación parecida.

CV: Es interesante pensar que hay un juicio en el Tribunal y otro juicio en los medios. Y que ahí hay un juego, entre los operadores judiciales que están en los tribunales y lo que sale en los medios que ellos además leen. A veces juegan sus cartas en relación a lo que va a ser el juicio mediático. Hay cosas que se sostienen en los medios y que no se sostienen en el Tribunal, como esto que te decía de que fueron tres personas las que abusaron de Lucia.

Traer al debate preguntas en torno al consentimiento en un caso tan icónico como el de Lucia Perez ¿les trajo incomodidades en relación a los debates feministas?

CV: Para mi tal vez fue más fácil encontrar interlocutoras porque en el ámbito de la investigación sobre trabajo sexual los temas que resonaron en el caso de Lucia eran muy parecidos a lo que escuchábamos en relación a las campañas contra la trata de personas.

CT: En mi caso como alguien que investiga en el feminismo y se reconoce como parte de una militancia bajo este signo, el caso de Lucia significó un problema y una incomodidad cuando deje de poder hablar críticamente con pares, deje de poder preguntar, deje de poder intercambiar. Preguntaba sobre qué sabían, que no y había como un una negación profunda y eso significó una incomodidad sostenida, sigue significando una incomodidad sostenida, aunque se van ablandando algunas cosas.